Esther Pineda: "La gran dificultad que tienen el feminismo y el antirracismo es la incapacidad de pensar desde la interseccionalidad"
La escritora, socióloga y feminista venezolana Esther Pineda G. dialogó con AGENCIA PACO URONDO en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, donde presentó su último trabajo, Ser afrodescendiente en América Latina: racismo, estigma y vida cotidiana”, en conjunto con la colección de sus libros editados por editorial Prometeo, que visibilizan la multiplicidad de violencias contra las mujeres, la interseccionalidad y el antirracismo como respuesta política.
Agencia Paco Urondo: ¿Cuál es tu expectativa en esta nueva edición de la Feria del Libro con la presentación de todas tus obras?
Esther Pineda G.: Es muy grato, siempre, regresar a Argentina y participar de la Feria del Libro con un recorrido sobre el trabajo que vengo haciendo en estos años. Esto incluye toda mi obra sobre derechos y violencias contra la mujer y dos libros que he publicado recientemente sobre discriminación racial. El primero de ellos sobre el Racismo y la brutalidad policial en los Estados Unidos, y el otro, Ser afrodescendiente en América Latina, estigma y vida cotidiana.
APU: Desde la perspectiva de tus libros ¿cómo se manifiesta el racismo en nuestra región?
E.P.G.: Fijate que estos trabajos se pueden leer por separado, pero juntos dan un panorama del racismo en todo América y permiten, también, describir, visibilizar y evidenciar las diferencias que hay en cada espacio territorial. Las diferencias históricas entre América Latina y Estados Unidos parten desde los procesos de abolición de la esclavitud. En Estados Unidos, las presiones sociales tomaron una deriva segregacionista, de racismo institucional con la aprobación de leyes severas y la imposición de límites en todo sentido. Eso implicó la separación física y territorial de las personas racializadas de los espacios determinados para las personas blancas, concebidas en esa sociedad como el sujeto universal por excelencia. Para la población blanca en Estados Unidos, las personas afroamericanas representaban un peligro frente a la incesante búsqueda de los mismos de reconocimiento, visibilidad, derechos civiles y poder.
En América Latina, por el contrario, tras la abolición de la esclavitud, los Estados no tomaron un camino segregacionista. Eso sucedió no porque no lo consideraban, sino porque las condiciones de esclavitud y opresión fueron de tal dimensión que cuando le otorgaron la libertad a las personas que estuvieron esclavizadas, sus vidas continuaron en condiciones de absoluta vulnerabilidad, precariedad y sin herramientas de ningún tipo con las cuales insertarse socialmente. Por eso, frente a un grupo social totalmente desmantelado, la institucionalización del racismo no ocurrió de la misma manera.
APU: ¿Esto explica las diferentes formas que adopta el racismo?
E.P.G.: Totalmente, en Estados Unidos se crearon las condiciones de un racismo explícito. Para avanzar en esa política, la policía se convirtió en un elemento fundamental para el sostenimiento del sistema segregacionista y el brazo ejecutor del aniquilamiento físico de las personas racializadas. En ese contexto, la brutalidad policial cobró una magnitud que, hasta el día de hoy, no ha sido desarticulada. Sin embargo, en América Latina se construyó un aniquilamiento simbólico. Nuestras sociedades tienden a manifestar el racismo a través de la invisibilización de la población racializada, el no reconocimiento de las contribuciones de la población indígena y afro en la historia y en la construcción de la sociedad. No es un dato menor, es sumamente complejo y tiene consecuencias en la actualidad con una población afrodescendiente que estadísticamente es la más empobrecida, más precarizada y la menos escolarizada de toda la región.
APU: A partir de tus investigaciones, ¿cómo evalúas las dificultades existentes en Argentina para reconocer y hablar de racismo?
E.P.G.: La negación del racismo es una particularidad no solamente de Argentina, sino de toda América Latina. En nuestras sociedades es una problemática que no se atiende, que no se transforma justamente porque no hay un reconocimiento, y no podemos transformar algo que no se reconoce como un problema. Y en América Latina se han normalizado prácticas y relatos a partir de la idea del crisol de razas y de ese mestizaje “positivo armónico” que, de alguna forma, termina invisibilizando el conflicto y, por supuesto, invisibilizó el racismo. Todas esas cuestiones recorren y profundiza mi último libro.
“La cultura femicida crea una narrativa permisiva de esas violencias, lo hace cotidiano a través de distintas formas”.
APU: ¿Cómo se relacionan, en estos contextos, tus trabajos anteriores: Machismo y vindicación, El riesgo de ser mujer en América Latina, Bellas para morir y Cultura Femicida?
E.P.G.: Es una de las grandes dificultades que tenemos desde el feminismo y el antirracismo, la incapacidad de pensar desde la interseccionalidad. El sexismo y el racismo tienen muchos puntos en común. La idea de que “por naturaleza las mujeres son así” y que “por naturaleza las mujeres racializadas son de determinada manera”, es parte del determinismo biológico que impone que las personas racializadas son inferiores, tienen menores capacidades organizativas e intelectuales. Por supuesto, esta jerarquización contribuye a la inhabilitación social de lxs sujetxs, la deshumanización de las personas, la otredad, el enemigo que no puede tener las mismas posibilidades, el otro a quien voy a excluir y a dominar. Esto permite y habilita el ejercicio de todas las formas de violencia, por eso las personas racializadas están más expuestas.
APU: ¿En el desarrollo de tu libro Cultura femicida se manifiesta la influencia de estás violencias?
E.P.G.: La cultura femicida es un concepto que acuño en los últimos años, que señala como una sociedad (de alguna forma) instala, permite, tolera y promueve el asesinato de la mujer.
En nuestras sociedades las vidas de las mujeres están subvaloradas. Cuando las mujeres son asesinadas, pocas veces generan grandes conmociones; existe un escenario de desprotección, de abandono estatal. La cultura femicida crea una narrativa permisiva de esas violencias, lo hace cotidiano a través de distintas formas como, por ejemplo, las narrativas mediáticas, los productos culturales de la sociedad. Sucede como un bombardeo de asesinatos de mujeres, contemplados con naturalidad, como algo “que pasa “, y hasta a veces “es necesario” frente a algunos contextos como los conflictos bélicos. Lo vemos todo el tiempo, en las series como punto de partida: si la mujer ya no quiere continuar con la relación, el femicidio aparece como un acto resolutorio de su conflicto. Esta tolerancia configura, de alguna manera, una normalización y aceptación del asesinato de las mujeres y diversidades. Entonces, estos imaginarios que abundan, dónde las mujeres son asesinadas en los videos juegos, en las telenovelas, en el arte y en la literatura, cuando ocurre un asesinato en la vida real, qué tanto pensás que pueda sorprender e impactar.
APU: ¿La deconstrucción de lo patriarcal, el machismo, está lejos está de caer?
E.P.G.: En una sociedad donde el conocimiento, el prestigio, los recursos económicos son históricamente monopolios masculinos y donde, de forma continua, se crean las condiciones para que sean ellos los que puedan habilitar la palabra, es un trabajo continuo desarmar la reproducción de los estereotipos contra las mujeres. Estas narrativas e ideas de que las mujeres pueden ser objeto de consumo es lo que facilita las distintas formas de violencia de nuestra sociedad, porque somos pensadas como la otredad. Si no somos reconocidas en condiciones de igualdad se profundiza el ejercicio de violencia física, psicológica y la exclusión de las mujeres de los diferentes ámbitos de organización social, educativo, laboral y económico.
APU: ¿Se pudo avanzar algo?
E.P.G.: Si bien creemos que hemos avanzado mucho, y en efecto hemos alcanzado derechos, disposiciones de reconocimiento y de visibilidad, como grupo social seguimos en una condición de vulnerabilidad y desposesión de las grandes narrativas, los recursos económicos y de las grandes decisiones. Es decir, el poder sigue concentrado, el poder social, el poder político, el poder económico sigue en manos masculinas. Las decisiones del mundo sobre por ejemplo la inteligencia artificial, quienes son los poseedores de los capitales, aunque hayan mujeres que participen en estos espacios y apoyen y sostengan a estos sujetos, permanece todo en manos de ellos, y eso evidencia que la sociedad está construida sobre un escenario patriarcal, de desigualdad, y también ausencia de poder real de las mujeres.
*Por decisión de la entrevistadora, este artículo contiene lenguaje inclusivo.