Experiencia mística: el encuentro con otra palabra
Tuve una experiencia que podría llamar mística. La sensación inexplicable a través de la razón, de conexión carnal con la fe. Volver a creer en la magia o volverse insensible. Pensé mientras cerraba los ojos. O reventar en el charco del cinismo cruel.
Mi único acercamiento con algún tipo de religiosidad fue de pequeña con el catolicismo. Mis dos abuelos paternos migrantes paraguayos, resididos en Banfield me llevaban todos los domingos a la Iglesia. Rezar algunos Padres Nuestros y alguna Ave María. Escuchar al cura hablar durante un largo rato de cosas que yo nunca lograba entender. Cantar después algunas canciones que tampoco sabía la letra pero me parecían divertidas. Para después, la actividad más deseada y esperada. Volver a su casa para comer la chipá que mi abuela había dejado preparada.
Nunca me contentó la idea de creer en un Dios a quien le tuviera miedo. La obediencia no es lo mismo que la entrega y eso es algo que aprendí con el tiempo. Tampoco entendí jamás aquello que llaman paraíso. Concebir que la vida empieza después de la vida no es para quienes creemos en el riesgo y la peligrosidad como formas de salud y de política. Y finalmente no me interesó nunca la experiencia de creer en un Dios que no me pudiera tocar.
Rezar es como escribir. Intentar tocar con las palabras algo que no se ve. Y pienso que en algo quiero creer. Pero no quiero sacrificios.
A pesar de mis distancias con estas creencias, siempre miré con mucha curiosidad cuando mi abuela se arrodillaba en su cama, dejando los ojos entreabiertos y el pecho en alto. Sus labios se movían con un susurro lento y una conversación. Rezar para ella se trataba de una intimidad excitante. O así lo recuerdo yo. Más parecido a una bruja o chamana que a una creyente del Señor.
Rezar es una manera de conversar con los muertos. Y pienso en la filósofa Vinciane Despret que nos vuelve a reconectar con ellos como si estuvieran vivos. Se pregunta si no sería más útil una teoría de duelo en donde más que aceptar la inexistencia como trabajo, la apuesta sea resucitar a los muertos para pensar con ellos nuestra vida. Re vivir la herencia. Tarea de re encantamiento del relato sobre nuestros modos de existir. ¿Acaso no se trata de eso? A lo que decidamos como comunidad qué está vivo y qué no.
Rezar es como escribir. Intentar tocar con las palabras algo que no se ve. Y pienso que en algo quiero creer. Pero no quiero sacrificios. Lo que tengo en claro es que no quiero creer en algo que me pida que muera en vida. Si me pide, me pide que crea. Que me entregue. Que crea a pesar de los argumentos y las demostraciones de mala fe. Que crea frente a la nada. Frente a lo terrible. En la inmensidad.
Que crea en el cuidado, no en la prohibición, ni en el castigo. En la experimentación con prudencia. Que crea en el desborde, que en todo caso siempre guarda una verdad. Que crea en el entusiasmo y puede que esa sea la mayor de las exigencias.
Quiero creer en algo que exceda nuestro propio yo. Que no sea nuestra individualidad acérrima y ciega del mundo que se extiende.
Y esta vez es con certeza, quiero creer en algo que exceda nuestro propio yo. Que no sea nuestra individualidad acérrima y ciega del mundo que se extiende. La idea sola de que todo empieza y termina en unx mismx niega la posibilidad de un encuentro más allá de lo que podemos esperar. Un encuentro con quienes habitan la tierra de otras maneras. Conexión cósmica. Acaso molecular. La posibilidad de conversar con nuestra historia. Y hablar con los muertos que a veces están más vivos que nunca.
¿Qué diferencia hay en esto con lo que dicen llamar locura? ¿No será que todo este tiempo estuvimos mirando la cosa al revés? ¿Será que los actos más sublimes, más desesperados se hacen creyendo en algo? Y creer quizás no sea más que otra forma de querer.
Una experiencia espiritual o mística quizás tenga más que ver con la necesidad de un cuidado para nosotrxs y para con los otrxs que con un dogma a obedecer. Un encuentro con otra palabra que aloje sin exigir renuncias vitales. Gesto transformador del deseo sin deuda. Acto inconmensurable de la imaginación.
*Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.