Hagamos bardo: escuchemos a nuestras bandas
Por Yael Crivisqui | Ilustración: Rocambole (Un baion para el ojo idiota, 1988)
Venimos de un año sumamente agobiante, triste y que ha condicionado muchísimo la vida de los laburantes, en todos los aspectos, pero sobre todo, en el económico. Sin contar que, además, veníamos de cuatro años de brutal ajuste macrista. Uno de los rubros más golpeados ha sido el de la música, sin lugar a dudas. Fue el primero en parar, y uno de los últimos que están volviendo, con muchísimas restricciones lógicas y comprensibles, porque la pandemia aun no se ha ido; pero que, tal vez, podrían llevarse un poco mejor si hubiera más herramientas y políticas públicas desde el Estado para asistir a un rubro que no solo contiene a los y las músicos/as, sino también a quienes están atrás, y hacen posible esos shows que tanto nos gustan: los técnicos, los utileros, los plomos, etc. Más allá de esta problemática y que ha llevado a que se incremente la precarización laboral del sector, las bandas se han ido aggiornando y volcado al circuito de las redes sociales para poder sobrevivir. Es en ese contexto que comenzaron a aumentar rápidamente los shows vía streaming o los acústicos desde los domicilios particulares de los músicos. Y no solo eso, sino también el generar contenido de manera permanente para continuar la interacción con el público.
Con este nuevo comienzo de año, y al estar llegando a nuestro país, al fin, las distintas vacunas, las actividades de a poco se van reactivando. Este es el caso del rubro de la música. En distintos puntos del país se han ido habilitando algunos espacios, con protocolos, para que las bandas puedan hacer shows reducidos. Aún así el panorama sigue siendo de profunda incertidumbre y muy difícil de sobreponerse a un 2020 de tanto parate inminente. Esto trae como viento de cola, un enorme saldo de deterioro anímico, por eso es importante hacer bardo en este contexto de tanta tristeza y desazón, y romper con esa norma que han impuesto desde vaya a saber qué pedestal de la superioridad moral, musical y estética. Algunos reproductores del discurso de que no hay nada más para escuchar fuera del status quo. Claro que sí hay, y mucho. Y acá me referiré a un circuito de bandas que, por fortuna, no cumplen con los estándares de los sommeliers de rock nacional. Y digo por fortuna, porque sino el rock hubiera perdido su esencia de rebelarse a lo que esperan de él, a ser políticamente correcto, y a caerle bien a todos y a todas.
La Plata siempre es cuna y faro, no solo a nivel musical, sino también de autogestión. Por allí pueden escuchar a La Cumparsita, a Humano Hormiga, La vieja Bis, Sueño de Pescado, Se viene la Maroma, todos los proyectos musicales que encarne el gran Nacho Bruno, ex Narvales/ Cabeza de Cabra. Por otras zonas de la Provincia de Buenos Aires y de Capital Federal, pueden escuchar siempre a La Covacha, Los Pérez García, Blues Motel Peligrosos Inocentes, Kereda Veruza, Del Sotano Rock, Contragolpes, Nuestra Raza. Por la Provincia de Santa Fe, más específicamente por Rosario, es menester escuchar a Farolitos. Por Córdoba a Pergamino, Seres Vivos, Moskovia, Botellas y Algo más. Este abanico federal de bandas que menciono es solo un mapeo, y las pueden buscar en las distintas plataformas y redes. Claro que hay muchas más, por eso es importante apostar y apoyar este circuito, que además es de los pocos que sigue componiendo desde las distintas realidades de los márgenes de las grandes urbes. Si no fuera porque ellos aún resisten a las inclemencias, no solo de esta época, sino de las coyunturas sociales, políticas y económicas que hemos atravesado a lo largo de la historia, no tendríamos la música que representa nuestras experiencias, nuestros dolores, nuestras cotidianeidades. No tendríamos ese puente con el sentido de pertenencia a nuestras patrias chicas, que tanto nos moviliza desde el agite, desde la dignidad, y desde las alianzas de clases populares que hemos ido tejiendo en ese circuito. El rock no puede curar una pandemia, pero puede hacer más soportable tanto caos. Por eso es imprescindible que sobreviva y para ello, desde el lugar que nos toque como público, como comunicadores, hagamos bardo y banquemos esas disputas titánicas e históricas que dan estas bandas contra el “no hay alternativas” del establishment y de los eternos viudos de las grandes leyendas que hicieron la historia de la música nacional. Hay agenda, hay sensibilidad, hay alternativa, y esta la inoxidable pasión de llevar con alegría y lucha el no ser los súbditos de una industria que encierra y asfixia en una situación de normalidad, imagínense en este momento. Insisto, desde acá, escuchen a las bandas, que por prepotencia de laburo, organización y articulación entre ellos también, pelean a la agonía y al vacio de nuestra cultura.