17 años de Cromañón: sin salida, nunca más, por Yael Crivisqui
Por Yael Crivisqui
Se cumplen 17 años de la tragedia no natural más grande de la historia argentina: Cromañon. Es importante recordarlo, no solo para que nunca más vuelva a suceder, si no para que no se transforme en un dato más de todas las calamidades por las que ha pasado nuestro país.
Mi mayor miedo, debo confesar, no solamente cuando llega esta fecha, más bien cada vez que lo hablo con otros, que pregunto en alguna entrevista, que traigo el tema, es que del otro lado reciba una mirada, una lectura, de tipo avión; que mira lo que pasó desde arriba, a nivel general, rápido, y sin profundizar de cerca en las condiciones contextuales, económicas, sociales y generacionales que incubaron semejante tragedia.
Quienes nos autopercibimos como la generación de aquel diciembre trágico, tenemos la obligación histórica de no caer en esa mirada de vuelo: liviana, y sin peso, para abordar Cromañón. Porque sí, nos pasó a todos, como sociedad, pero a muy pocos les importó desde los distintos estamentos del Estado. Fuimos las pibas y los pibes, las bandas, de una época demasiado precaria, quienes pusimos los muertos, el cuerpo joven y el capital anímico, para que se tomara conciencia de las condiciones en las que se estaba viviendo y que sin salida no se puede volver a estar nunca más. Por eso, hoy debemos ser los adultos que generan las condiciones materiales, a través del activismo, la militancia y la política en sí, para evitar que vuelva a suceder. Para tener salida.
En aquel momento, estábamos unidos por las lonas blancas, las letras antisistema, las giras, los morrales, nuestras remeras y trapos, por nuestra filosofía y códigos barriales para bancar la parada, la que tocaba, pero desarticulados y enquilombados. Hoy estamos unidos por esa esencia, pero, también, por la lucha, por la disputa del sentido común colectivo, por el mapa que trazamos y que siempre nos indica por donde es, o, mejor dicho, por donde no tiene que volver a ser. Hoy tenemos que ser los articuladores de políticas públicas concretas que atiendan, profundicen, regulen y reparen. No se trata solo de enunciados, de lo simbólico y de reclamos, se trata de hacer, para poder transformar todo ese dolor que nos generó y genera Cromañón, en más y más organización. Desarrollamos una sensibilidad enorme y muchísimas defensas a lo largo de estos años -que muchos de los que tienen una mirada avión carecen- lo que nos debe permitir estar en los detalles, y seguir reescribiendo nuestra historia.
Ahondar en lo que sucedió hace 17 años, no significa abrir heridas, porque de hecho nunca se terminan de cerrar, significa no volver a quedar encerrados en los sótanos de la desidia, no quedar atrapados en la quietud de la tristeza; significa garantizar que las nuevas generaciones tengan un mejor presente y futuro. Revisar e intensificar la memoria. Que esos rollingas que fuimos, y somos en esencia, y que al principio fueron interlocutores, hoy podamos ser los promotores de una agenda que atienda a todos esos factores que pueden desencadenar en otra tragedia. Seamos también quienes pelean por las responsabilidades institucionales que garanticen que haya un Estado presente. Como la generación Cromañón que somos, no tenemos que esquivar la profundización de lo que pasó, porque de hacerlo seguiremos permitiendo que las juventudes o la música vuelvan a pagar el costo de la pereza política y judicial. Por el contrario, sigamos construyendo desde abajo la salida por arriba.
Hasta que todo sea como lo soñamos.
Los pibes y pibas de Cromañón presentes, hoy y siempre.