Herencia Chaves: militancia y libros de la buena memoria
Por Gonzalo Leónidas Chaves
El viernes pasado fue mi cumpleaños. Ahora tengo 81 años y el cabello más canoso. Son varias décadas acumuladas una encima de la otra. Acostumbrados a juntarnos todos los años, se extraña la fiesta que no pudo ser por la cuarentena. Ya volverá el tiempo de los abrazos. Les cuento, estoy un poco complicado con el día a día, se me cruzaron los años con la pandemia haciendo crujir los cimientos del rancho. Días previos a mi aniversario, sobre la mesa de trabajo me sorprendió un libro de hojas amarillentas editado en el año 1951. Son cuentos cortos, reunidos bajo el título “Cuentos del Más Allá”, el autor es August Derleth. Lo reconocí enseguida, porque es un libro que leyó mi viejo en la cárcel y la familia lo había preservado. Lo que no entendía, era cómo había llegado en estas circunstancias a mi casa. El primer cuento tiene una ilustración realizada por Horacio Ireneo, así se llamaba el viejo. Era un dibujante de trazo firme y certero. En el frente del block de hojas, no en el lomo, ni tampoco en la tapa, está escrito con tinta el apellido Chaves, era una identificación para que el libro pasara de celda en celda, sin que pudieran borrarle la marca y vuelva a su dueño original. El viejo era un lector apasionado, la mayoría de sus hijos, iniciamos el hábito de la lectura en su biblioteca.
Una mañana del 58 fui a visitar al viejo a la Cárcel de Olmos, tenía 19 años. Estábamos conversando, sentados en la orillas del patio triangular del presidio. Ves aquel viejito que va y viene caminando solo, me dijo, es el jefe de la Resistencia Peronista en Lanús, fue el hombre más buscado por la represión. Se trataba de Nicanor Leyes, suboficial retirado del Ejército, a quien después conocí personalmente. Cuando anunciaron el fin de la visita nos paramos para despedirnos, con el abrazo me pasó un libro para que me llevara. Ya lo leí, me dijo, guárdalo en casa. Era la forma que tenía de sugerir su lectura. Se trataba de una novela del escritor peruano, Ciro Alegría, “El Mundo es Ancho y Ajeno”, ediciones Ercilla, Santiago de Chile noviembre de 1940. Días después, pasada la fecha de mi aniversario, me sorprendió gratamente un poema de mi hijo Gonzalo, presentado como al descuido, es su costumbre: “La Plata ciudad hecha de realidad pero también de sueño / donde el que quiera desenterrar tus misterios / tiene que salir a caminar / por el andarivel de humo de tiempo / en que se han convertido tus calles”. El poema más que un canto a la ciudad, es un canto a la vida. Habla de pasiones perdidas, de derrotas y de amores en cierne. Algunos pasajes, los sentí, como una daga de doble filo que se desliza lentamente rozando el corazón de las ausencias. El poema está fechado el 14 de agosto de 2017, el día de mi cumple hace tres años, por qué aparece ahora. ¿Hay un error en la fecha? ¿Se me pasó en el alboroto? o recién madura para asomarse a la intemperie.
Ya conté en otra oportunidad que la pandemia y su forma de atajarla, la cuarentena, me remite a los años de exilio y clandestinidad. No por lo dramático sino por el disfrute de lo que uno puede extraer. El aislamiento para transitarlo necesita un manejo de los tiempos precisos para no perderse. Estoy totalmente de acuerdo con las medidas tomadas por el Gobierno Nacional. No sé si será la mejor forma, pero es la que encontramos y acordamos entre todos, por lo menos la mayoría. En esta tiramos juntos o nos vamos a la mierda. Más que pensar en lo que quiere uno, hay que pensar en el otro. El ejercicio de la libertad, dice un entrañable amigo, es la capacidad que tiene el ser humano de autolimitarse para lograr objetivos y de romper esa autolimitación en función de un objetivo mayor. No es cierto que ahora tengo más tiempo, tengo eso sí, otra clase de tiempo. En estos días de pandemia y cuarentenas, no estoy leyendo mucho, menos textos largos. Sin embargo empecinado comencé a leer “Ulises” de James Joyce. Tampoco escribiendo mucho, solamente algunos pincelazos. La situación de encierro produce, según los psicólogos, una merma la capacidad de trabajo, calculada en un 30 %.
Sigo contando. En todos estos años vividos pasé por varias dictaduras militares y gobiernos surgidos de la proscripción de las mayorías populares. El general Eduardo Lonardi y el contralmirante Isaac Rojas, Aramburu y Rojas, Frondizi, Guido, Illia, Onganía, Levingston, Lanusse y la culminación del genocidio encabezado por Jorge Rafael Videla y Emilio Massera, suman casi 28 años de proscripciones. De chico, visitando a mi viejo, conocí cinco cárceles y Coordinación Federal. En la clandestinidad y en el exilio vivimos en seis países diferentes y en más de veinte casas. Me casé y me separé dos veces, tengo cinco hijos, una troja de nietos y un monte de sobrinos. Atesoro cuatro hermanas y cuatro hermanos. Tuve muchos oficios que cultive con cariño, pintor de obra, pintor letrista, artista plástico, revisador guardahilos en ENTel, periodista de trinchera en la militancia de la JP. Historiador, investigador en temas sociales. Diseñador gráfico, serigrafista. Ahora poeta, narrador y docente en formación laboral. Amigues y compañeres, quedan para otro momento. Me jubilé a los ochenta años.
Cuando llegó la democracia, a fines del 83, tenía más años de clandestinidad que de aportes. Pude completar los años de servicio que me faltaban en la democracia. El día de mi cumple en cuarentena, lo pasé bien, recluido en mi casa como corresponde, disfruté con mi hijo Juan Manuel de una extraña alegría. Gasté mucha suela, pero todavía no se me agotaron las ganas de hacer y de crear. Que más le puedo pedir a la vida. Gracias por los saludos.