Informe de un día: “El espejo africano", un objeto que construye memoria e identidad
Por Inés Busquets | Ilustración: Nora Patrich
¿Por qué llamamos a algunos libros literatura infantil? Es una pregunta recurrente que me persigue desde hace muchos años, pensar en la idea de los géneros y las clasificaciones a veces me interpela hasta llegar a la conclusión de que no existen categorías, existen libros simplemente. El otro día leía una entrevista a Saer donde decía que los géneros son un invento del mercado literario.
Por suerte nunca leí fragmentado, de chica leía para grandes también y creo que nunca dejé de leer para chicos. O algo así.
Leer a Liliana Bodoc especialmente me encuentra con mi esencia, llega a profundidades que un grande puede percibir con la seriedad de un niño cuando juega.
Llegué a El espejo africano hace exactamente una año atrás: mi hija lo estaba leyendo para la escuela a su vez que yo compartía unas clases de zoom con los compañeros de la Paco de Misibamba y otras asociaciones de afrodescendientes. De ese encuentro me quedaron voces grabadas para siempre: “escuché el llamado del tambor”, “todos tenemos que buscar nuestro africanismo”, y varias frases y testimonios de personas que encontraron su identidad y que me conmovieron hasta las lágrimas.
El llamado del tambor... me quede pensando mientras leía con mi hija: tam tam tam lloraba el tambor, tam tam tam avisaba el tambor. Ahí me di cuenta que a mí también me estaba llamando a conocer una historia invisible para la mayoría del pueblo argentino.
Una historia que también nos construye como personas, pero fundamentalmente como sociedad.
El espejo africano cuenta la historia de un objeto que comienza su recorrido en África y termina en América. El espejo de ébano que el artesano Imaoma le regaló a su esposa Atima cuando se casaron, el mismo que Atima alcanzó a darle a su hija de tres años, Atima Imaoma, a través de la red del cazador cuando la atraparon y se la llevaron para ofrecerla en el mercado: “Para entonces, los tambores repetían un solo mensaje: Ya viene el llanto, ya nos arrancan el corazón. Ya viene el llanto, ya nos arrancan el corazón.”
El espejo que atesoró durante su ardua vida de esclavitud. La novela está situada entre los años 1779 a 1822 en África, América del Sur y Europa.
En la novela el espejo funciona como un gran enlazador de destinos, como un mapa que nos permite ver el recorrido transitado por nuestros antepasados, es el índice que nos convoca a construir la memoria con sus encuadres: un objeto, un detalle, un recuerdo; esas piezas de rompecabezas que cuando logran juntarse producen una epifanía. En este caso la libertad, la identidad, la independencia.
Un espejo que llega hasta las manos de San Martín en el medio de la batalla para iluminar el camino. Y después de tantas peripecias llegó nuevamente a su destino, como resistencia del tiempo y a pesar del desarraigo.
“Igual que sus dueños, el pequeño espejo enmarcado en ébano avanzaba lentamente hacia la libertad. Porque lo espejos reflejan la historia de su tiempo. Y a veces, como los cristales curvos, la ensanchan, la adelgazan, la distorsionan.”
Liliana Bodoc decía que la poesía es una conjetura acerca de lo inefable. También decía que el lenguaje puede ser la extensión del regazo materno, estas palabras la definen porque traducen su mirada del mundo. La intencionalidad de darle a la palabra el poder de movilizar, de transmitir la inquietud por conocer la matriz, el origen de todas las cosas.
Cada rincón donde pisamos encierra un pedacito de historia, ser conscientes de esa huella nos ayuda a visibilizarla, a descubrirla, a contarla. Esa disponibilidad es la que nos va a abrir los sentidos para escuchar a tiempo el llamado del tambor.