Juana Molina, brebaje lunar
Por Leandro Suárez
Entre las ramas inclinadas de los oscuros árboles, se filtra la luz azul de una luna tímida y se dibujan trazos irregulares en el suelo desigual, como impresiones impares de una música lejana. Hallé patrones en ese camino cubierto por un túnel vegetal, un regalo oscuro y bello de una noche en San Marcos Sierra, helada y lumínica como nunca. Algo de aquellos trazos semifijos que se alternaban entre tierra y piedras me recordó a una mujer, más precisamente a Juana Molina. Luego me contaron de una señora de blanco que espantaba a los turistas en las largas caminatas nocturnas dentro de los callejones del pueblo y fue imposible no relacionar tal leyenda y la atmósfera que se había generado en ese momento con el arte de su último disco Halo.
Tuve el agrado de escucharla en vivo en septiembre del 2016 junto a su banda, en Club Paraguay, ubicado en la ciudad de Córdoba. La impresión más fuerte que recuerdo haber tenido es la de escuchar a tres personas que sonaban como diez. Fue magnífico. La acumulación de loops tramaba una estructura inmensa de sonidos que me conmovieron profundamente. Esa noche Juana se mostró alegre y abierta al público, desplegando movimientos actorales que disparaban risas y aplausos del público presente. Nos encontramos rodeados por una libertad que nace de la danza fuera de sincro, acariciados por las distintas capas de frecuencias y timbres y cubiertos por una marea irregular de compases aditivos que ejercían una fuerza hipnótica sobre nosotros.
Juana Molina es una excepción a la regla. Incomprendida al comienzo, su arte fue antes reconocido en el extranjero que aquí en Argentina, sus canciones dieron vuelta al mundo e influyeron a grandes artistas internacionales, conformándose así como un exponente de culto de la música folk alternativa. Molina ha fusionado sonoridades folclóricas y electrónicas a su gusto, empleando programaciones y samples como arcilla maleable para sus obras, siempre apostando por una perspectiva amplia y conceptual de sus discos.
Quizás al revés que Leonardo Favio, Juana había empleado su carrera actoral como soporte económico para su producción musical, pero aquello sólo queda como un detalle que nos da cuenta de que sus virtudes artísticas desbordaban a una mujer que buscaba constantemente las vertientes por las cuales sus expresiones fluyeran. Ser mujer y artista siempre fue difícil y muy poco fue siempre el lugar otorgado para que las voces femeninas pudiesen entregarnos sus miradas del mundo: Es notable como Juana se abrió paso y nos demostró que trabajar por generar un material original y genuino puede ser un modus operandi bastante poderoso frente a las dificultades que el sistema y su mainstream nos plantea.
Su música derrama atrevimientos, la utilización de ruidos, acordes disonantes y desafinaciones juega con los bordes de la música occidental y nos traslada a terrenos a veces desconocidos. Sus secuencias rítmicas nos sumerge en un trance extraño con coloraciones nuevas y deliciosas. Su voz puede ser filosa como un sable oriental o aterciopelada, sus dibujos vocales suelen jugar a ser otros instrumentos, puede formar con ellos texturas más bien corales como floridas. Todos estos elementos convierten a los discos de Molina en un lienzo enorme donde quedan impresas todas las variantes de una búsqueda autentica, donde convergen letras, historias, imágenes, y una arquitectura sonora que logra captar nuestros oídos sedientos de canciones distintas, tan necesarias en estos días donde la radio nos dispara con los cuatro mismos acordes de siempre.
Estéticamente sus videos han jugado con el surrealismo, con el grotesco y con las distintas de forma de trasladar a imágenes visuales lo que su música insinúa. Allí ha podido desarrollar quizás su costado de actoral en función de una construcción conceptual muy bien definida. Es curioso que se encuentren, entre los videos más vistos de ella, un conjunto de entrevistas de todo tipo y esto sucede porque su manera de contar cómo vive los procesos compositivos e internos es muy atractiva. Es muy divertido escucharla hablar de lo que más le gusta y desenvolverse en explicaciones de cómo observa a su música desde la creación misma de la obra.
Su concepción de lo que el arte provoca es coherente y sus deambulaciones en los rincones menos habitados son más bien viajes en donde se descubren los distintos pliegues de una rueda que gira perfectamente. El guía es el sonido, ella la turista que lo persigue y baila a un costado, observando las distintas cadencias y ademanes de una música mántrica. Juana ve en la música una totalidad que busca obviar las particularidades técnicas de cada instrumento, ella prefiere que el discurso musical nos distraiga para que no aislemos a los músicos unos de otros. En definitiva que nos adentremos en un recorrido largo y oscuro en donde la luna nos señala el camino con marcas azules en el suelo, marcas azules que se repiten como secuencias de una música distante que se vuelve cada vez menos extraña.
Quemarás la ruda, prepararás la poción,
y en noche de luna repetirás la oración:
"Linda luna que ahí con tu luz iluminas
el brebaje, a ti te invoco,
ayúdame a conseguir lo que he pedido".
Paraguaya, Juana Molina. Halo (2017)