Kurt Cobain, Courtney Love y el feminismo intuitivo
Por María Magdalena
Entre los doce y los quince años le rendí tributo a Cobain en cada fecha conmemorativa –20 de febrero y 5 de abril–. El tributo era acorde al alma romántica que ya para ese entonces me había forjado, mezclado con el dramatismo propio de la adolescencia: velas, rezos, lágrimas y lamentos por vivir en un mundo sin mi ídolo, el único que podría haber comprendido mis desdichas. Por suerte aprendí de él mismo que había que matar a los ídolos, y ya no le rindo tributo a nadie (la religiosidad, sin embargo, se expresa de otros modos). O mejor dicho, descubrí otra forma de hacer con el tributo que no implica la adoración de dioses: la escritura. Porque muerto el fanatismo, el amor perdura.
El mejor modo de homenajearlo, entonces, es a través de este texto que intenta una revisión histórica –política y amorosa– de su vínculo con Courtney Love, con la convicción de que, a muchos de nosotros, Cobain nos transmitió el deseo de un mundo más justo.
En 1998 apareció un documental (Kurt & Courtney, de Nick Broomfield) que me enfureció. Sostenía la teoría conspirativa de que Courtney había mandado a matar a Kurt. Yo estaba en pleno brote de fanatismo por Nirvana y lo consideré una blasfemia. El documental era delirante y bizarro, pero sobre todo era machista. Y tenía miles de adeptos. Según Broomfield y sus seguidores, Courtney se casó con Kurt porque quería ser famosa. Courtney era mala, ambiciosa. Courtney lo introdujo en el consumo de heroína. Courtney nunca compuso una canción sino que todas fueron compuestas por los hombres talentosos que la rodeaban (Eric Erlandson fue el responsable de "Pretty on the inside", Kurt Cobain el de "Live Through This", Billy Corgan el de "Celebrity Skin"). Courtney era una devoradora de hombres. Kurt se quiso suicidar en Roma porque descubrió sus infidelidades. Y finalmente: Courtney lo mandó a matar porque quería su dinero, su fama, su legado artístico. Todo esto fue dicho. Y fue sostenido con fervor.
Durante un largo tiempo me dediqué a entrar a los foros virtuales donde se congregaban fanáticos de Nirvana, lleno en su mayoría de adolescentes varones, para retrucar, discutir, defender. Creo que –mirándolo ahora en retrospectiva– es posible que haya sido mi primer acto de militancia feminista. Una legión de varones sometiendo a una mujer a una especie de hoguera simbólica: acusada de homicidio, de adulterio, de lujuria, de ambición. Una auténtica bruja. Para mí el análisis era muy simple, y me sublevaba que no pudieran verlo. No sólo crucificaban a Courtney, también infantilizaban y estupidizaban a Cobain. Lo que yo misma no podía ver, siendo aún tan pequeña, es que esa ceguera –o esa perspectiva, podría decir– era sistemática: un modo más en que el patriarcado nos moldeaba la cabeza. Iba más allá de Kurt y Courtney. Lo que se ponía en juego era el imaginario sobre lo que debía ser una mujer y el castigo en masa a quienes no entraran en ese tupper mental. Él mismo lo dijo, así:
“Mientras todas estas cosas fueron muy especiales, ninguna fue ni la mitad de gratificante como tener un bebé con una persona que es el ejemplo supremo de dignidad, ética y honestidad. Mi esposa desafía a la injusticia y el motivo por el que su personalidad ha sido tan atacada es porque ella elije no funcionar del modo en que el hombre blanco corporativo desea. Sus reglas para las mujeres implican que sean sumisas, calladas y no desafiantes. Cuando ella no sigue sus reglas, el hombre amenazado (quien, por cierto, posee un ejército de mujeres devotas y traidoras) se asusta. Un gran ‘fuck you’ a todos aquellos que tienen la audacia de afirmar que soy tan ingenuo y estúpido como para permitir que se aprovechen de mí y me manipulen” (1).
Courtney Love y el movimiento riot grrrl me enseñaron sobre la rebelión, la autodeterminación y la lucha por nuestros derechos. Por lo tanto, sobre otras maneras de ser mujer. Cobain me enseñó que había formas de encarnar la figura de estrella de rock que no implicaban la misoginia, el abuso de poder y la masculinidad exacerbada. Por lo tanto, sobre otras maneras de ser varón.
Por último: no es cierto que el recital de Nirvana en Buenos Aires (1992) fue desastroso por culpa de las drogas, la locura o la inestabilidad emocional de Cobain. Fue porque estaba furioso. Y estaba furioso porque los "macho boys" argentinos (como los denominó después) habían violentado a las Calamity Jane, la banda soporte del recital, integrada por mujeres. Ellas se fueron del escenario llorando, sí, pero ellos, los macho boys, se fueron con el recital que merecían. Y les cabió.
(1) Cita extraída del booklet del disco Incesticide de Nirvana (1992).