"La civilización occidental y cristiana", como una premonición plástica
Por Silvina Gianibelli
Corre el año sesenta y cinco, los aviones sobrevuelan los bosques de Vietnam, la selva monzónica se vuelve imponente entre la biodiversidad y los manglares que rodean los afluentes de los deltas.
En cuestión de unos segundos nomás, las bombas se arrojarán en manada estremeciendo la tierra del edén.
Los cuerpos mutilados se mezclan con los bambúes y las palmeras. El escenario estremece de verde y rojo, como una premonición plástica, más tarde vendrá la defoliación de los bosques, la degradación del suelo y la contaminación ambiental causada por la cantidad de componentes químicos dispersados por estos ataques terroristas.
En el mismo año, en Argentina, el artista León Ferrari había escuchado que esos bombardeos se hacían en defensa de la civilización occidental. Como una revelación existencial, este acontecimiento cambiaría su vida para siempre, hasta entonces era un artista que creaba su arte por el arte mismo, por el mero hecho de crear, pero Vietnam le había cambiado la percepción del mundo y eso resonaría en su obra como un aluvión, un nuevo paradigma universal.
Las invasiones creaban una nueva manera de neocolonialismo, eran las portadoras de la desgracia de los pueblos y los aviones se transformaron en los vehículos del horror. Un escenario tenebroso e impactante.
Ferrari convoca a su amigo Rogelio Pintos, le pide una maqueta idéntica a un juguete de un avión de guerra 107, la réplica estuvo hecha en madera. Por otro lado, sin dudarlo, recorre santerías hasta hallar un Cristo al que llamó “el Cristo verdadero”, de yeso.
Ambos objetos metaforizaron los poderes sobre los que se fundaban la tragedia: las fuerzas militares y la iglesia.
Tomó el Cristo y lo crucificó en las alas del avión, creando un gesto metaforizante: el peligro de mezclar la iglesia con las decisiones políticas desencadenan verdaderos desastres.
Esta intervención le costó la censura, mientras que el mismo Cardenal Bergoglio se alarmó considerando a esta obra de arte, blasfema.
La iglesia considera a la imagen de Cristo en el orden de lo sagrado y, por lo tanto, su utilización para fines estéticos y tan provocadores como los de León Ferrari, lo toma como un verdadero sacrilegio.
Sin embargo para el artista, el único sacrilegio fue la arbitrariedad de los poderes y lo único sagrado era el propio paradigma de concebir el arte como eficacia en el mensaje, a través de un acto perturbador que genere impacto.
No se trata de un arte como podría pensarse a través de Duchamp sino, por el contrario, este es un arte rendido frente al sufrimiento de la humanidad, ya que es que el espectador quién debe tomar conciencia de ello, y tome una posición respecto de las decisiones miserables de las grandes potencias del mundo.
Por esta vez, el arte no está de espalda al pueblo sino todo lo opuesto, lo está hacia la burguesía.
La religiosidad en Ferrari no era una mera obsesión, ni un obstinamiento edípico, puesto que su padre era pintor de iglesias, por lo tanto estaba hablando de un vínculo concreto y claro, la iglesia estuvo presente.
En noviembre del año 66, los obispos de los Estados Unidos, declararon oficialmente: “Es razonable argüir que nuestra presencia en Vietnam está justificada (…) Encomiamos el valor de nuestros hombres en las fuerzas armadas y les expresamos nuestra deuda de gratitud, apoyamos la posición en las circunstancias actuales”.
A un tiempo finito de su legado infinito, la obra de León hace eco a la máxima contiana “el arte será revolucionario o no será nada”