La cultura de la crisis: ¿qué pasa después?
**Por Jimena Gibertoni y Manuela Bares Peralta*
La pandemia dinamitó nuestras rutinas y puso de manifiesto las realidades asimétricas y desiguales en las que vivimos. Economías frágiles, industrias al borde del colapso y la crisis del trabajo asalariado fueron algunas de las urgencias que crecieron y se intensificaron en estos últimos meses. Los efectos que el coronavirus imprimió sobre nuestro presente destruyeron cualquier plan ordenado de gobierno y pusieron en jaque la capacidad real de la política para gestionar la crisis. Si la pandemia visibilizó las fortalezas y debilidades de los Estados, también marcó un importante interrogante sobre la reestructuración del sistema de acumulación que sustenta y ordena nuestras vidas.
El futuro de la cultura está en pausa. Mientras muchas industrias tienen el mandato de reinventarse al calor de la emergencia, otras se quedan sin resto para seguir pateando la crisis. Si Cromañón cambió la forma en la que se consume y articula el mundo de la cultura; apenas, podemos imaginar el impacto que tendrá la pandemia sobre los espacios que lograron mantenerse abiertos estos últimos 4 años.
La cultura se acostumbró a vivir en un constante estado de emergencia. Marginada de las políticas de auxilio y reactivación económica; y además alejada de las lógicas comerciales tradicionales de la noche porteña; los trabajadores de la cultura construyeron su propia retórica de resistencia: la conquista de la Ley de Espacios Culturales, la reacción frente al aumento de tarifas y al desfinanciamiento sistemático de los programas y políticas culturales de asistencia fueron algunas de las demandas que pudieron cristalizar. Ahora, el sector debe enfrentarse a la imposibilidad de resistir al día después de la pandemia.
No es casualidad que Alberto Fernández evocara en sus discursos de campaña la necesidad de devolverle a la cultura un lugar de centralidad en la agenda pública y política. La restitución de rango ministerial fue el corolario de años de activa resistencia. A esta altura, la cultura independiente parecía haberse impuesto en la batalla discursiva que abogaba por su propia extinción. Pero, de pronto, una pandemia azotó al mundo y los cronogramas y prioridades de gobierno cambiaron.
Esta situación puso de manifiesto la capacidad de la política y los gobiernos para gestionar la crisis, pero también, las posibilidades reales de las industrias para sobrevivir a la parálisis económica que la pandemia les impuso. Una realidad que golpea a todas las industrias culturales, tanto masivas como independientes, y que posiblemente las transforme para siempre.
El pogo está suspendido hasta nuevo aviso
Los centros culturales a los que solíamos ir hoy están cerrados y los espacios tienen que encontrar la manera de mantenerse a flote mientras dure la pandemia. La cultura independiente siempre ocupó un lugar incómodo, alejada de las lógicas comerciales tradicionales y los excesos de formalismo, víctima de reglamentaciones imposibles, de controles estatales irregulares y políticas públicas ineficaces que nunca terminan de ajustarse a un sector que tiene otras formas y lógicas de subsistencia.
A pocas semanas de la implementación del aislamiento preventivo, social y obligatorio, las redes sociales comenzaron a hacerse eco de las transformaciones a las que, más de 450 espacios culturales independientes, tuvieron que someterse. La reconversión no se hizo esperar y a los días vimos a nuestros queridos espacios convertirse en deliverys de comida y bebidas, puntos de venta de verdura y alimentos. Mientras otros implementaron la venta futura de entradas o apelaron a bonos solidarios para mantenerse a flote. Tampoco faltaron los ciclos de lectura y poesía virtuales u otras propuestas por streaming. Incluso presenciamos el nacimiento del merchandising en pines, remeras y medias con reparto a domicilio incluido.
Todas estas medidas están dirigidas a quienes transitamos y adoptamos estos espacios como lugares de intercambio y construcción solidaria. El slogan “la salida es colectiva” parece más vigente que nunca, mientras que la realidad obliga a muchos espacios a cerrar sus puertas. En una coyuntura clausurada por el Coronavirus, el Centro Cultural Freire se despidió del Barrio de Colegiales sin música de fondo y en mute: “El mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la imaginación”, relataba el comunicado que subieron a sus redes sociales. Un mundo que amenaza con quedarse sin lugar para la cultura.
Resistir en silencio ¿es un camino inevitable?
La producción y generación de cultura de la que somos espectadores por streaming no es suficiente para que los espacios se sostengan económicamente. La diversificación de actividades obliga a repensarlos a largo plazo y pone en crisis el futuro del sector en su conjunto: ¿hasta cuándo la cultura independiente puede continuar resistiendo sin una política concreta de rescate por parte del Estado?
Algunos de los efectos de la pandemia amagan con ser irreversibles y la capacidad de recuperación de los espacios dependerá de la decisión política que tomen los gobiernos. Pero, no hablamos de cualquier Estado ni de cualquier contexto. Una gran parte de las posibilidades que tendrá nuestro país de auxiliar a las industrias y al mercado interno dependerá de cómo se configure el mundo después de la emergencia.
La cultura arrastra grandes niveles de informalidad y precarización laboral, al igual que una escasa regulación y una larga historia de políticas públicas de parche signadas por el cortoplacismo. En la mayoría de los casos, los espacios se encuentran sin funcionar desde el mes de marzo y continúan enfrentando las mismas obligaciones que tenían antes de que se decretará este estado de excepción: pago de servicios, alquileres y gastos. Si se está construyendo un plan para paliar los efectos de la crisis sanitaria, si se tomaron medidas de auxilio económico a familias y Pymes, ¿por qué aún no hay un plan articulado y estratégico de emergencia para atender las demandas del sector cultural? A medida que la cuarentena se extiende, las posibilidades de sostenimiento de los espacios se acortan y los frentes abiertos se multiplican.
Las políticas tradicionales de subsidio y mecenazgo se vuelven cada vez más ineficaces. El sector está en emergencia, hace años que lo está. Los gastos corrientes de sostenimiento de los espacios se llevan puestos cualquier proyecto o iniciativa cultural a largo plazo, ahora sólo hay margen para sobrevivir los meses que dure la pandemia. La cultura pareciera haber quedado afuera de todas las políticas de apoyo económico a los sectores más castigados. En tiempos de crisis, las áreas de gobierno repiten las viejas políticas de fomento. Los tiempos de selección y la burocracia que arrastran estas medidas no están empapadas del dinamismo que requiere esta etapa. Para un sector donde el proceso de recuperación no existe se vuelve imprescindible rediscutir qué rol ocupará el Estado en su sostenimiento y supervivencia.
La agenda post pandemia aún es inexacta. Mientras se liberan contenidos culturales en la web para su consumo masivo y se viralizan las transmisiones en instagram (que operan más como una estrategia de difusión que como una plataforma de generación de ingresos) la crisis sobre la cultura independiente se agudiza. Los espacios se endeudan, los vínculos laborales se dinamitan, la matriz social y transformadora de la cultura se apaga. En este nuevo escenario, ¿hay lugar para la cultura tal cual la conocemos?
*Miembras de Abogadxs Culturales, un colectivo que promueve y defiende la cultura independiente y autogestiva.
** La nota contiene lenguaje inclusivo por decisión de las autoras.