Las enseñanzas de la escritora Hebe Uhart
Por César Mundaca
“No se nace escritor, se nace bebé”, dijo alguna vez la recordada prosista, docente y filósofa argentina Hebe Uhart (Moreno, 1936 – Buenos Aires, 2018). Cuánta sabiduría, cuánta razón y, sobre todo, cuánta realidad encontré en esa frase retumbante, contundente, sonorísima. Cuando la leí, la incorporé, quizás de manera automática, a mi propio decálogo escritural. Celebré que alguien haya puesto, mediante la palabra hablada, las cosas en su lugar.
La frase de Hebe es una máxima que invita, a cualquier escribidor, a bajar de su imaginario monte Olimpo, de su absurdo pino letrista y pisar bien, pero muy bien, la heterogénea calzada de la vida mundana. Constituye, a mi juicio y en jerga peruana, un cuadre, un estatequieto, un imprescindible jalón de orejas al egocentrismo literario. En el fondo se aprecia como un llamado a la conservación de la humildad.
También puede interpretarse como una convocatoria a una toma de conciencia. Primero se vive y después, quizás mucho después, se empieza a escribir. Es un proceso no exento de patinadas y, al mismo tiempo, un ejercicio continuo, placentero, terapéutico para mí. El escritor es un mortal más: ríe, bebe, llora por dentro, llora por fuera, le gana la ansiedad, se decepciona, come, trabaja en una oficina, es despedido a primera hora del día, observa el paisaje rural, goza con los chismes de las revistas del corazón, hace el amor, se hace el amor, etc.
Luego de ello, esa persona puede meditar acerca de un determinado acontecimiento. Un suceso que haya rozado, directa o indirectamente, sus fibras sensitivas. A lo mejor decide enrolarse en el pelotón de un taller de escritura. Escribe más, afina su estilo, incorpora nuevas técnicas, critica, se autocritica, aprende a escuchar las críticas ajenas y logra descifrar los mensajes lacrados de quien comanda el taller.
Por eso, frente a la infaltable soberbia juvenil, frente a la arrogancia del cuarentón despreciativo, frente al ególatra ensimismado, frente a las camarillas inexpugnables, es preciso pronunciar, cuantas veces sea necesario, el adagio acuñado por una mujer dotada de una visión sensata, como lo fue Hebe Uhart.