Tu biblioteca, Hebe
Por Pía Bouzas
Cuatro amigos y ex talleristas de Hebe Uhart organizaron el 2 de diciembre una reunión en la Casa de la Lectura para recordarla y brindar en su nombre. Que fuera su cumpleaños movió la energía de Adriana Márquez, Coca Trillini, Luciana Carlopio , María Eugenia Moldero y Alberto Fernández San Juan para convocar a amigos de Hebe de toda la vida, escritores, editores y lectores de todas las generaciones. La sala de la Casa de la Lectura estuvo a tope, llena de historias, abrazos y anécdotas inesperadas. Damián Ríos, Federico Falco, I Acevedo, Tomás Downey, Franco Vaccarini fueron armando un tejido de historias alrededor de Hebe. María Merlino brilló en "Cómo vuelvo" y Lela, su amiga del alma (como le firmaba en las dedicatorias), nos sorprendió con el relato de un viaje hecho en conjunto a Ushuaia a fines de los años 50, en un barco que iba parando por los puertos levantando ovejas y obreros. Tal como le gustaba a Hebe, nada fue muy ceremonioso, hubo abrazos y humor al por mayor, y se brindó al final con un "vino reservado", como era su costumbre.
Pienso en tu biblioteca, Hebe. A lo largo de todos estos años nunca te vi agregar estantes, comprar nuevos muebles, quejarte del espacio para guardar libros. Para nada. Tenías un sistema aceitado, preciso y sabihondo para mantener una biblioteca siempre nueva y siempre la misma. A comienzos de marzo fui a visitarte y encontré sobre la mesa del living varias pilitas de libros. Me diste a elegir. Acababas de limpiar la biblioteca. ¿Pero vos los limpiaste? Siií. Una vez al año, uno por uno, el polvo. Era tu versión buena alumna. Querías que me llevara varios. Te despojabas de los que no ibas a leer, yo esa letra ya no leo, decías; pero de la mayoría te deshacías porque no te interesaban más. Podían ser buenos o malos; en realidad se los encuchafabas a quien se sentara con vos a charlar un rato, digámoslo. En marzo me traje tres: uno de Caldwell que amabas “La vida de un predicador”, todo lleno de cruces y subrayados y papelitos que indicaban que ibas a fotocopiarlo para tus talleres, una antología de cuentos irlandeses y otra de cuentos chinos. Nunca lo leí, lo compré, no sé, fijate, me dijiste como quien se desentiende de emitir un juicio. Era tu sistema de poda. Mantenías a raya a la biblioteca. Eso que para muchos escritores es un problema (el tiempo para escribir, el espacio para los libros), vos lo tenías bien resuelto. Seguías leyendo como siempre, inquieta y curiosa, pero la biblioteca nunca te invadía ni era exagerada, no se te venía encima. Algo parecido al cuidado de las plantas, ibas limpiando, sacando las hojas muertas, podándola para que creciera con fuerza. Biblioteca ordenada por países y por intereses: animales, cronistas, viajeros, indígenas. Chile, Ecuador, Brasil, Italia. Filosofía. ¿Los de arriba también los limpiaste? A los de arriba no llego. Arriba, en ese orden superior, tu colección selecta de filosofía, la base invertida: Platón, Nietzche, Kierkegaard, Hume, Simone Weil. Aunque Simone Weil está por todas partes, arriba de todo, tres estantes más abajo, y en los estantes también del dormitorio. Títulos repetidos, viejas y nuevas ediciones.
Acomodabas los libros según una perspectiva práctica. A mano para poder usarlos. Siguiendo siempre el arte del despojamiento. Y no de la acumulación. Nada de acumulación primitiva de capital. O lo mínimo indispensable. Tus amores del siglo XIX: Mansilla, Wilde, Fray Mocho. Tus amores norteamericanos. Chejov. Felisberto. Ginzburg. Las antologías de cuentos. Viejos y nuevos amores. Zúñiga: bien, muy bien, muy bien +, anotado arriba en cada uno de sus cuentos. Era tu versión buena maestra. El de los indios guayú. Ese no lo presto, no sale ni para fotocopiar. O el de los patagones de Musters. Tampoco sale de acá. Con Eduardo recorremos los estantes de tu biblioteca, desordenamos y volvemos a ordenar de una manera parecida a la tuya. Por países e intereses. Buscamos tus libros subrayados. ¡Pero casi todos están subrayados! Vos soltabas lastre, pero en nuestra búsqueda no hay manera de ir soltando nada. Todo nos parece importante. El libro de platería de Coliqueo, y en el extremo del estante, olvidado, pegado a la pared, detrás del libro Clarín fotos del cambio de milenio (tapa roja), un libro viejísimo, usado, subrayadísimo, sin tapas. Un libro de poética literaria, dice Eduardo. Una antología. Fragmentos de diversos autores. Con anotaciones, cruces, comentarios tuyos. Al lado de un fragmento relativo a los personajes escribiste: “Eso mismo pensé yo”. No tenemos las tapas, no sabemos qué corno es. Eduardo pasa las hojas y revisa. Encontramos el título: “Los novelistas y la novela”, googleamos, Miriam Alott, publicado por Seix Barral en 1966. Salvando las distancias, le digo a Eduardo, cada subrayado es un aleph. Está ella y ella en todo. ¿Justo Borges? Bueno, en cada pétalo de rosa está toda la rosa. Me sale la cursilería, Hebe, porque mientras escribo esto para mañana, esa pequeña reunión que haremos para recordarte, tengo la emoción bajo coto, cercada y domeñada. No quiero tristeza, ni melancolía salvaje, ni humor loco, y entonces qué me queda, el lugar común o la cursilería.
Porque lo que quiero decir, Hebe, es que cada vez que abrimos un libro tuyo y leemos un subrayado te nos aparecés en technicolor, en estéreo. Seguimos pensando en tu misma frecuencia: leemos en una hoja mezclada entre otras, escrito con tu letra prolija en birome fina: “la imaginación equilibra, estabiliza los desequilibrios, rellena los huecos”. Y entonces te imaginamos decirlo sentada en tu mesa, en tus clásicas reuniones de taller, cigarrillo en mano derecha: una breve sentencia, silencio, luego repetías la frase para acentuarla, y seguías. Un breve diálogo al estilo platónico y a otra cosa, mariposa. Por ejemplo este hermoso texto de Mansilla de sus Estudios morales (el diario de mi vida): “Me pregunta usted, ¿qué es lo que hago para escribir como hablo? Admitiendo que escriba como hablo, contesto: El secreto consiste en que no escribo sino sobre lo qué sé bien y en general dicto. Si tengo tiempo retoco, si no…así va a la estampa”. Fragmento marcado con una cruz bien grande al lado. Como si fuera una iluminación o algo que iluminará. Y me pregunto entonces si cuando lo leíste fue el descubrimiento de algo nuevo o confirmaste la dirección hacia donde ibas con tu escritura. Tanto habla una de la otra. O esta otra, tomado del libro El pensamiento de Konrad Lorenz, el etólogo. Solo hay un fragmento subrayado en todo el libro, uno que debe haberte encantado, en el que hablan de ciertas ocas, para nosotros, vulgares gansos: “Esa oca parecía tener una inclinación más o menos social por los coches. En lo sexual se comportaba normalmente. Pero tenía costumbre de saludar a los Volkswagen. La aparición de un auto de ese tipo desencadenaba en ella las reacciones de la impregnación. Y cumplía la ceremonia del saludo. Así, Inga causó la muerte de su marido, que quiso defenderla de un Volkswagen y terminó aplastado por las ruedas del auto.” Todo tu animal planet podría estar contenido en este fragmento: la observación minuciosa, el humor, el ajuste y desajuste entre hombres y animales, las pretensiones del lenguaje, el disparate, ¿sí o no?
Lo que en realidad te quiero decir, Hebe, es que en casa tenemos el pequeño animal planet que le fuiste regalando a Manuel desde chiquito: el gato de madera afrancesado estirándose hacia atrás, ese de cola larga un poco averiado, el tucán medio pelo, opacón, la ranita cenicero que usamos cuando sacamos punta al lápiz, la carpeta sesuda con artículos de divulgación sobre los monos. Ah, y lo más importante, de paso te cuento que Manu se fue de campamento, que ayer terminó el ingreso al Buenos Aires (por fin, ¿no es cierto?), que está muy entusiasmado y que te extrañamos mucho.
Buenos Aires, 2 de diciembre de 2018.