León Ferrari: ¿revelación o antinomia?
Por Inés Busquets
Era una niña e iba a la escuela de monjas, el dogma me atravesaba de la misma manera que esa tarde me atravesó su obra. Todos los sábados y domingos de mi escuela primaria tomábamos el tren y viajábamos con mi mamá y mi hermana de La Plata a Buenos Aires. La casa de mi tía, la gran metrópoli y las novedades hacían de los fines de semana un acontecimiento nuevo.
En esa ocasión teníamos un plan: la muestra era polémica, controvertida, la imagen de Cristo colgaba de un avión. La misma imagen del Cristo impoluto, pero desde otro punto de vista.
La revuelta era ostensible, la iglesia, las asociaciones, los grupos más ortodoxos veían en el arte una herejía.
Cuando parecía que censuraban la obra y cerraban el museo, ahí llegamos.
Imponente Cristo irrumpía en la sala como una revelación.
¿Qué significaba? ¿Cuál era el motivo de la polémica? ¿Por qué peleaban mi mamá y mi tía al respecto? El “cómo vas a llevar a las nenas a ese lugar”, entre otra cosas.
Mis once o doce años (ya no recuerdo) no entendían sobre la antinomia obra/artista y mucho menos sobre la implicancia social que puede tener una obra de arte.
¿Había una dicotomía entre la religión y el arte? Depende, la religión puede ser un estado de plenitud del alma, el arte también.
El impacto de ese momento para mí no fue un insulto, fue una manifestación. En ese momento no encontré dos figuras distintas sino el mismo Cristo que contemplaba habitualmente, solo que en situaciones diferentes. Pero claro mi mirada estaba despojada del entramado ideológico. No veía ideas, ni rebotes mediáticos, ni cartas documentos veía lo que se me presentaba ahí en ese tumulto de gente, entre pétalos de rosas desperdigadas, y una imponencia arriba que sobresaltaba.
Hoy me doy cuenta que todo radica en las maneras de mirar, en la sensibilidad que te dispone o no para contemplar el arte.
¿Cuál es el bagaje de prejuicios que transferimos a lo que vemos?
Andamos encorvados por la vida, con una mochila pesada de pensamientos ajenos y valores acordes a nuestra propia moral. Y de eso construimos una institución, un deber ser, aun cuando queremos romper.
¿Cuándo es que lo instituyente se instituye? Un abordaje del sociólogo Cornelius Castoriadis, para incursionar en otra oportunidad.
John Berger dice que “Solo vemos aquello que miramos y mirar es un acto de elección…nunca miramos solo una cosa; siempre miramos la relación entre las cosas y nosotros mismos.”
Mirar es apropiarse, desentrañar, aprehender con la propia experiencia. Conectar con el aura y vivir la experiencia visual. Deconstruir para volver a construir, una y otra vez.
León Ferrari fue un artista irreverente, provocador, un vanguardista capaz de generar una reacción en la otra persona, de interpelar. ¿Eso lo vuelve anti? No creo. En todo caso es más profundo: su obra no es contra Dios, su obra es contra el sistema, la estructura, los valores establecidos, los representantes de las instituciones. Como en su momento Marcel Duchamp y otros lo hicieron contra los museos.
Los años me permitieron decodificar cómo un hecho estético, a veces, pasa a ser un ejercicio crítico, además de la función social del arte y el compromiso del artista.
Hoy mi yo histórico también se contradice: se aleja de la obra y se reconcilia a la vez.
El escritor nobel V.S Naipaul adjudica al poeta la capacidad de observación, pero con ojos de niño, con sorpresa y simplicidad.
Los artistas pasan, las obras permanecen; se reinventan según el público que las reconoce.
El secreto está en las distintas maneras de ver: ir despojado de subjetividad, leer el mensaje que subyace o interpretar que esa figura controversial se enalteció aun en el marco de la obra.