Libros: “El cuerpo es quien recuerda”, de Paula Puebla
Por Inés Busquets
El cuerpo es quien recuerda es la segunda novela de Paula Puebla, editada por Tusquets. Es una historia coral que revela la problemática de los vientres subrogados. A tres voces la escritora aborda los tópicos de identidad, maternidad y memoria.
Leo a Paula Puebla y confirmo el axioma: “Todo libro es político.” Me arriesgo a decirlo porque ella pone en palabras, con un lenguaje arrollador, lo que algunos actores de la sociedad no se animan a hablar.
Y entonces, como un efecto abanico aparecen un montón de temas que subyacen con potencia como los procesos históricos de la Argentina y la evidencia de la crisis social, política y económica de los años ´90.
El cuerpo es quien recuerda es una ficción punzante y compleja sobre un tema que no está en agenda y aun no se conoce en profundidad.
Es un libro que convoca desde la tapa: el cuerpo y recuerda dos palabras elocuentes, cargadas de concepciones e ideas. La ilustración de portada de Diego Gravinese, una mujer con el torso desnudo, inclinada mirando hacia el agua. Quizá triste, quizá pensativa, despojada de categorías, lejos del mundo material. Un cuerpo de mujer en la naturaleza, sin embargo se llama: El Delta inundado. Cuánta trascendencia puede lograr una imagen. Cuántos lugares habita una mujer. La conjunción perfecta entre cuerpo y lenguaje.
¿Hasta dónde interviene el mercado en nuestras vidas? ¿Cuándo se erosionó el límite entre lo público y lo privado? ¿Puede auspiciarse la llegada de una vida al mundo? Interrogantes varios que irrumpen como digresión en la intensidad del relato.
El libro está dividido en tres, cada capítulo es un nombre: Rita Pérez Lavalle, Nadiya Kovalik y Victoria González. Las protagonistas desde distintos registros y puntos de vista cuentan la misma historia. El trabajo de los planos permite ver la trama completa, el impacto y las singularidades del mismo hecho desde las tres miradas.
Rita, la hija de ambas, es quien indaga. Aquí la búsqueda de la verdad y la identidad interpelan y visibilizan una realidad oculta. Una red invisible. ¿Se puede adquirir una vida de cero? ¿Se compra un ser humano? ¿Cuál es la lógica que lo contempla? ¿Dónde queda la historia que precede a la persona, lo que constituye su identidad, sus ancestros, sus antepasados?
Rita intenta escribir su historia, investiga y redacta, a la vez que relata el proceso creativo. Sabe que Ucrania es su procedencia, quiere llegar a su madre, conocer su origen, para esto realizará un análisis exhaustivo de los métodos y empresas de subrogación.
(Foto: Alejandro Guyot)
Rita habla en una primera persona que con sutileza nos da un baño de realidad, con destellos de actualidad describe clases sociales, guerra de información y un panorama sólido de los años menemistas, con detalles lujosos, preponderancia de lo superficial y la apariencia como prioridad.
Hay una noticia que funciona de disparador y que atraviesa las tres miradas: “La actriz Jane Pitt muere de manera sospechosa.” “Madre de diez hijas y promotora de la maternidad monoparental por subrogación.” A partir de allí se trazaran sendos caminos para llegar a un mismo lugar.
Rita saldrá de la zona de confort para encontrarse y todo lo que la rodea pareciera estar en consonancia con su objetivo, una especie de sincronía entre la matriz, su casa, el novio, la madre.
Rita es un vergel de conceptos hermosos: “La búsqueda de una persona es su historia misma.” “La historia de una persona es también a quiénes encuentra.” “Hay una línea de humo entre el amor y la asfixia.” “Hubo un instante en el que no fui nadie, el mismo en que no tuve ni una madre ni una tierra.” “El olvido es una cuna en la que no me permito dormir.” “La culpa es un látigo que pega desde adentro.” “Sentí en la piel, que el tiempo se partía como una rama seca.” “Victoria nunca había querido tener una hija, sino, acaso convertirse en madre.” “Tengo un cuerpo que presiente.”
En la segunda gran parte del libro, Nadiya advierte de manera epistolar. Es ella ahora que, unida a un conjunto de madres, conforma una asociación en Ucrania y se propone encontrar a cada uno de los niños y niñas que pululan por el mundo sin tener identidad. Con una convicción implacable enviará decenas de cartas de las cuales no obtendrá respuesta, con la firme idea de recuperar a Rita. Las cartas dirigidas a Victoria evidencian la angustia y la desesperación de una madre que trabajó de parir y que su cuerpo no le permite olvidar. Que aun siente la tibieza de los/as bebés/as en sus brazos y el desgarro de no volver a saber de ellos/as nunca más.
La voz de Nadiya es fuerte, amenazante, propia de una persona que no está dispuesta a volver a resignar su rol.
“¿O acaso pueden traer niños a mundo sin el hogar obrero que es el vientre de una madre?” pregunta. “¡Ya quisiera que su descendencia pudiera ser comprada en el supermercado como un pollo congelado!” exclama. “La leyes son escritas para favorecer a los dueños del dinero, para permitir que haya un mercado, nunca para los más débiles o indefensos, ¿No cree?” “Verá la maldad no es una cosa abstracta, para nada. Tiene forma, tiene consecuencias y, como si fuera poco, tiene nombres y apellidos. También cuentas bancarias.” “Sabemos que hemos quedado pegadas al cuerpo de los cientos de niños que fueron nuestros y ahora están por el mundo sin saber quiénes son. La gente miente, las mujeres y los hombres ocultan, la historia ignora y el tiempo borra, pero el cuerpo es quien recuerda.”
Por último Victoria, al borde del abismo, grabará un video para Rita, contando la historia, la de su infancia, la del matrimonio con Roberto, la de la fama de modelo de los ´90, la del no deseo de ser madre.
La voz de Victoria es lacerante, cruda, explícita, desagradable. El narrador que va presentando el guión compone la imagen de una mujer subsumida por la desgracia y la infelicidad. La voz de Victoria es triste, también. Un cuerpo derrotado, débil, culposo. El mismo cuerpo que la llevó a ser tapa de revistas se desgarra en el sinsentido, habla y por momentos pareciera que a sí misma. Subyugada por las marcas de objetos, lo efímero y el placer.
“¿Qué te faltaba, me querés decir? Rita, tenías todo, tenés todo y vas a seguir teniendo todo. ¡Esa es tu historia!”
“Vos viniste al mundo con esa maldición, la maldición de la gente que piensa demasiado.”
El cuerpo es quien recuerda es una novela, pero también es un gran ensayo sobre el cuerpo y las sociedades. Un tratado filosófico, un diálogo que muestra distintas acepciones; una caja de resonancia para los múltiples conceptos del cuerpo y todas las asociaciones con un aparato represor que va cambiando de modus operandi, pero que persiste con la fuerza del magma sin que nos demos cuenta.
El cuerpo como sujeto histórico; el cuerpo, texto; el cuerpo dócil de control, el cuerpo disciplinario; el cuerpo, agente normalizador; el cuerpo, cristalizador de la memoria; el cuerpo del goce; el cuerpo, elemento de opresión; el cuerpo, político; el cuerpo, poder; el cuerpo y la moral; el cuerpo y la culpa teológica; el cuerpo cual amo o esclavo; el cuerpo como mercado y víctima del sistema; el cuerpo como síntoma; el cuerpo, individual y colectivo; el cuerpo hegemónico.
El cuerpo con la potencia de Spinoza, los modos y percepciones de existencia.
La piel, los sentidos, las marcas, las cicatrices como elementos constitutivos del camino recorrido. Esas huellas que resisten al paso del tiempo y que emergen del silencio como regalos de la memoria.
Es cuerpo es quien recuerda me lleva a un pasaje notable de Proust, en la escena de la magdalena encuentro la definición más exacta del trabajo de la memoria y lo concluye de esta manera: “Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.”