Literatura, aislamiento y condición humana
Ilustración: Leo Olivera
Por Norman Petrich
Los sentimientos producidos por el aislamiento pueden parecerse y uno logra rastrearlos en el pasado mientras los compara con su situación actual. Pero, como bien el axioma lo dice, parecido no es lo mismo. Usando de muletas a la literatura van tres ejemplos diferentes de aislamiento en los cuales nos sumergiremos (no sin un dejo de humor e ironía) para analizar el comportamiento humano que estas tres renombradas plumas, en tres siglos diferentes, reflejan esquivando al azar.
Autoaislamiento
En "La máscara de la Muerte Roja" nos encontramos con uno de los escenarios más comunes y en el que la división de clases es notoria en cuanto a enfrentar una pandemia se refiere, más en la época en que la enmarca su autor, Edgar Alan Poe.
Una peste que asola las tierras del príncipe Próspero que parece ser una cruza entre la gripe española y el tifus por su descripción, ha diezmado su población. El príncipe toma la resolución de retirarse al seguro encierro de una abadía fortificada a su gusto junto con mil caballeros y damas de su corte, algo muy contrario a nuestros pudientes de hoy día que la quieren seguir surfeando o salen a pasear en yate.
Próspero y su corte, una vez dentro, se aseguran que nadie entre o salga, tomando medidas como soldar los cerrojos de hierro. Así se podía desafiar el contagio y que el resto se las arregle. Lo lindo estaba adentro, la muerte roja, afuera.
Seis meses de reclusión y el príncipe decide ofrecerle a sus acompañantes un baile de máscaras. La fiesta es un éxito. "Reinaba el brillo, el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico". Todo sigue su curso hasta que una figura enmascarada hace su aparición, una figura que hasta entonces nadie había advertido y que produce la repulsión del resto. Sea quien fuere lo hacía con una mortaja de pies a cabeza, como quien intenta despectivamente mostrarle al resto lo mal que están haciendo las cosas (símiles en redes sociales, abstenerse) La máscara que lleva puesta se parece al rostro de un cadáver. Eso es tolerable. Lo que nadie puede soportar es que el enmascarado lleve su mortaja salpicada de sangre, lo que asemeja a la peste que está asolando a la región.
El príncipe, colérico, pide que se apoderen de él y le quiten la careta para saber quién es pero nadie se atreve a hacerlo. El mismo Próspero no lo hace cuando lo tiene a pasos. Enloquecido de ira, se levanta moralmente y corre hacia el amortajado que, cuando lo tiene encima, se da vuelta y lo enfrenta. Próspero cae muerto.
El resto de los cortesanos reacciona e intenta apresar a la figura para darse cuenta que no es un enmascarado, sino la Muerte Roja en persona. Y como si fuera un ladrón en la noche, les quita la vida y recuerda que ningún aislamiento es 100% seguro cuando el que se aísla piensa en salvarse solo.
Aislados en la multitud
En su libro Todos los fuegos el fuego, Julio Cortázar, logra introducirnos a través de uno de sus cuentos en un clima de pronunciado aislamiento sobre lo que está pasando en realidad pero en un contexto donde uno no está falto de contactos sino rodeado de mucha gente. Ese cuento es “La autopista del sur”.
Para el narrador es algo común que, en fin de semana, regresar a París por esa autopista termine en un embotellamiento. Pero éste parece estancarse más de lo normal. Apenas si avanzan metros en horas. Casi como sin darse cuenta, en su registro empiezan a colarse los que están a su alrededor, a quienes identifica con los nombres del vehículo que manejan: la chica del Dauphine, el matrimonio del Peugeot 203, el hombre del Taunus, etc., como si fueran vecinos de nuestro edificio. Lo que hace realmente interesante la historia es la transformación que surge en el grupo cercano al narrador con el transcurso del tiempo. Empieza con un tímido acercamiento de alguno hacia otro auto para tratar de averiguar lo que sucede y termina en una verdadera comunidad organizada donde, siguiendo ciertos lineamientos y personalidades con actitud conductora, se logra hacer frente a una situación totalmente inesperada (se consigue líquido para los chicos, se comparte y raciona la comida, por ejemplo). Pero no termina ahí: un entramado, un tejido social se genera con el avance del tiempo que ya lleva días atascado, a fuerza de compartir aguardientes, dados y frazadas en los asientos traseros de los autos, algo que no nos sucede ahora por el sabido metro y medio de distancia.
Otro punto interesante, en un cuento narrado en épocas donde la viralización de las fake news no estaba a la orden del día, es que aquí también llegan noticias sobre las causas del atascamiento desde los coches más lejanos mientras muy poco se puede obtener de lo que dice la radio. A veces las noticias entusiasman a los automovilistas por su esperanzado mensaje pero en todas las ocasiones terminan mostrando su falso rostro, al punto tal que ya nadie les hace caso cuando llegan nuevas (en tu cara, TN)
Aparecen también expediciones a las zonas cercanas en busca de víveres que fracasan, deserciones, se genera un mercado negro manejado por un Porsche que va y viene y nadie entiende cómo, y la primera muerte: la anciana del ID.
Estallan algunas peleas entre los grupos de vanguardia en el momento exacto en que el horizonte empieza a moverse, los autos de adelante a circular y todos los puntos de referencia se resquebrajan. El entramado que se generó en pocas horas se desarma en sólo segundos, los que estuvieron días a su lado se van alejando y todos vuelven a sus pensamientos de vida rutinaria que había quedado en un impasse por el embotellamiento, aun con el absurdo sentimiento de esperanza de algunos en que, ante una nueva detención parcial, todo volviera a ser como en estos últimos días.
Aislamiento posapocalíptico y pseduoreligioso
Rafael Pinedo siempre unió a sus personajes a la supervivencia. En Frío, una reprimida profesora de Economía Doméstica decide esconderse y quedarse en el convento en que vive mientras el resto de la humanidad, incluidas la Madre Superiora, las Hermanas, las otras profesoras y alumnas emigran hacia posibles tierras más hospitalarias, dejando la que habitan asolada por una ola de frío que parece nunca acabar y de la cual nadie conoce su origen.
El frío duele, para tomar agua hay que descongelar la nieve y toda higiene debe ser rápida ya que no hay suficiente madera para calentar los ambientes por mucho tiempo (aquí no hay frasquito de alcohol en gel a mil pesitos que valga) Pero ella encuentra la forma de sobrevivir a pesar de sus miedos y su odio irrefrenable a las ratas, sólo comparable con el que le tiene a la intemperie.
Pinedo nos introduce, de a poco, en la esquizofrenia del personaje, contándonos cómo fue que se organizó para sostenerse en un estadio tan hostil, dándonos la primera muestra en el listado de enemigos que escribe y en la cual pone al pecado por sobre el frío y el hambre (no, no es Lilita) Un asco indefinible y contradictorio se centra en el recuerdo de la figura masculina del portero que se mezclan con sueños y pensamientos sexuales en la que involucra a una de sus alumnas o la imagen de un amor de juventud reprimido a los golpes por su padre.
Es así cómo mantendrá las puertas del convento cerradas a las personas que vienen subiendo del sur, a las que cree culpables pecadores que sólo se acuerdan de Dios cuando están en problemas y los ve seguir desde una de las ventanas o quedar en el hielo, endurecidos. Será por eso que, al aparecer humanos después de mucho tiempo, los ve como a invasores y aísla gracias a una reja toda la sección donde habita cuando descubre que no podrá evitar que ingresen al patio principal. El grupo de humanos se instala en el cobertor e inicia una fiesta que exalta su repudio a semejante lujuria mientras se duerme pensando cómo hará para deshacerse de ellos. La luz de la mañana se los muestra en retirada. Dos cuerpos habían quedado en el piso a los cuales se acerca para comprobar que fueron las odiadas ratas las causantes de las bajas. Una transformación se produce en ella, una mirada distinta sobre los animales, a tal punto que arma una cruz donde el Cristo está realizado con los huesos de las valerosas que murieron en el asalto a los humanos. Las ratas se convierten en sus hermanas de fe y ella en la sacerdotisa que las mantendrá en la pureza, las cuidará y alimentará, hasta que el regreso de la presencia humana desencadene el final (no, no insitan, no es Lilita aunque... No, por favor, no es)