“Lola Mora, un ángel audaz”: teatro que reivindica

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    Lola Mora
EN EL PAYRÓ

“Lola Mora, un ángel audaz”: teatro que reivindica

05 Marzo 2023

Lola Mora, un ángel audaz, es un retrato de los últimos días de la escultora que la recupera en sus mejores y más importantes aspectos, en un diálogo que es casi un ensayo y una denuncia al entorno social que no la perdonó por haber sido artista, inventora, innovadora, mujer y, al final de sus días, anciana. Protagonizada por María Marchi y dirigida por Leandra Rodríguez, es una obra donde los tiempos se mixturan y fluyen en un ida y vuelta entre épocas críticas de la artista. Es también una obra hecha desde el amor por su legado, un amor que le fue escatimado en vida, y por la necesidad todavía vigente de un desagravio histórico.

Con una puesta en escena sencilla e inteligente, el escenario nos presenta a Lola (María Marchi), Camilo (Hugo Cosiansi), un amigo que funciona como voz de la consciencia y a Luis (Junior Pisanú), el joven marido de la escultora, un hombre 17 años menor que transitará los embates del amor y el cansancio. Los tres personajes bandean en un diálogo disertante que inicia en las manos de Lola y en el peso de voces ajenas que la acosan para recorrer su historia y la lucha contra los prejuicios de su época. Es un discurrir austero y potente, con excelentes actuaciones, al estilo del teatro argentino más tradicional.

“María es Lola. El personaje es para ella”, señala Leandra, quien tiene una formación interdisciplinaria en las artes teatrales y que abandonó por un rato su trabajo habitual de iluminadora para combinar el inmenso tejido que une las bambalinas, los bastidores, los afiches y lo que se ve en el escenario.

La obra se estrenó con una sala llena donde el ambiente evidenciaba el amor del público por la figura de Lola Mora, el domingo 12 de febrero en el teatro Payró, que este año va a cumplir 73 años, siendo el teatro independiente más antiguo de la ciudad.

El libreto fue escrito por Carlos Vitorello, quien desde chico tuvo una fascinación por Lola Mora, al momento en que, llegado con 19 años a Buenos Aires desde su Santa Fe natal para hacer el servicio militar, le pidió a su madre que lo llevara a conocer la Fuente de las Nereidas por su cumpleaños. En los 50’ todavía se podía ver y tocar la obra sin la mampara de vidrio que tiene hoy día, y Carlos quedó muy conmovido por ese encuentro, sin saber muy bien por qué.

Hay en la obra una fuerte voluntad de desagravio. En los labios de Lola se expresan todas las respuestas que dio en vida con sus acciones, pero que nunca llegaron a los oídos de nuestra Historia Nacional. Los últimos años, mientras tanto, han sido el escenario de varias reivindicaciones, como la restauración del grupo escultórico que Lola Mora hizo para ubicar en el Congreso de la Nación, retirados en 1921 por el mismo argumento puritano que desplazó, en su momento, a la Fuente de las Nereidas: los desnudos.

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Lola Mora

Leandra llevó adelante una investigación extensa y rigurosa sobre la vida de Lola durante la que, confiesa, estaba muerta de miedo por no traicionar al personaje: “Una persona con tantos aspectos diversos la podemos nombrar como patrimonio nuestro, pero no conocemos su dimensión ni la de su trabajo ni de su fuerza a la hora de llevar adelante su profesión en aquella época, con sus circunstancias de época, de género, de obra”. Las biografías sobre la escultora empiezan a aparecer en los años 90, cuando la instauración del premio y del día del escultor en ocasión de su nacimiento rescatan su figura y la limpian de (al menos algunos de sus) agravios.

Para definir la obra se consultaron cuatro biografías que apoyan lo que en otra época fue una visión unilateral opuesta a la de Lola Mora, una mujer que corrió con desventaja toda su vida “por mujer, por pobre, porque la escultura era considerado un arte menor y por exótica, tanto en Argentina como en Italia. Ella era la otra opinión del momento, por eso se entiende que fue muy sufriente todos su paso por nuestra cultura”.

Fue una mujer inquieta con intereses inabarcables, que incluyeron la arquitectura, la minería y el diseño urbano. Diseñó un proyecto de túneles que conectarían la Plaza de Mayo con la Costanera. Participó en el trazado de las vías del actual Tren de las Nubes y en el de la ciudad de Jujuy. Pero su mayor legado de Lola es la obra, desperdigada por todo el país y otras partes del mundo, como si hubiera ido dejando pedacitos de genialidad en el camino de creatividad frenética con el que transitó este planeta.

Los desagravios fueron todos tardíos, casi un siglo después de los insultos que recibió. Recién en 1996 se declaró el día del escultor su nacimiento y empezó el lento proceso de recuperar su obra, desperdigada por todo el país en grupos escultóricos inconexos que la mayoría de nosotros desconocemos: “Yo viajé a finales del año pasado a Bahía Blanca a ver unos capullos de Lola Mora”, cuenta Leandra, “hermosos, divinos, del tamaño de un ser humano. Y me dicen, que estaban arrumbados en la jaula de los elefantes en el zoológico de Bahía Blanca”.

El programa de la obra incluye un QR que nos lleva a un mapa donde podemos encontrar la obra de Lola. “La gran deuda con ella es relevar la obra y situarla. Porque el espectador va a salir con ganas de ir a descubrir algo más de Lola, y por ahí no sabe qué más hay además de las Nereidas o los leones del Congreso o las obras de la Ciudad de La Plata. Entonces nos parecía que en el programa de mano teníamos que darles una opción de ya salir con datos para ir allá, a esa zona. No tener que investigar de cero como nosotras”.

“Creo que hay un legado oculto en la obra de Lola, un gran patrimonio que, por suerte, ya está siendo revalorizado. Su obra es enorme y en el país no la conocemos”

Vitorello escribió la obra durante la cuarentena, en una situación de encierro que bien se espeja en la angustia de los últimos días de Lola, en ese maldito cuerpo que la clava al piso y la imposibilita de lo que antes hacía o quería hacer, principalmente por la limitación de los propios tendones, porque la obra nos muestra a una Lola Mora fogosa e iconoclasta hasta el último de sus días, que batalla, más que nada, con la vejez. Esa condición que, cuando alcanza a los artistas, parece generar en nosotros una suerte de amnesia por la belleza que crearon durante toda su vida y que es particularmente injusta con las mujeres, a quienes la vejez se les perdona menos.

“¿Qué bárbaro, no?”, comenta al respecto Leandra, “Es la falta de memoria, seguramente el problema. Porque las presiones del patriarcado que pesaron sobre Lola creo que están bastante resueltas por el autor, que lo plantea desde una situación política que hoy también nos toca vivir, en definitiva, todo lo que se denuncia de la época sobrevive, es actual. Pero en cuanto a la vejez, a pesar de que en la platea somos todos cultos y vamos para adelante, cuando vemos a un viejo no le damos pelota. Todos los mismos cultos que sabemos del patriarcado y estamos avanzando tenemos ese problema con la vejez”.

En esa vejez, que para Lola en la obra no es ocaso sino concatenación final, la artista mantiene la misma pasión y deseo sexual, sumado a su deseo de ser madre pasados los 40’ y de casarse con un hombre 17 años menor, sólo que asediada por las estacas de las miles de opiniones y miradas que cayeron sobre su trayectoria y las limitaciones inevitables de una salud deteriorada.

La obra, también, une el legado de la escultora con sus constantes idas y vueltas con el Estado Argentino: “El derrotero de Lola es también el derrotero estatal vinculado con la cultura”, dice Leandra. “Ella es parte del origen de la relación entre el Estado y la cultura. Es la primera mujer en ser becada porque va y toca la puerta del Congreso para establecer un vínculo con el Estado”. El afiche de la puerta está plagado de nombres, y esto fue una decisión de activismo profesional: “No siempre figura todo el mundo”, dice Leandra, “pero acá tenía que figurar. Yo, como diseñadora de luces lo padezco permanentemente, no figuro en ningún afiche. Creo que es un poco el activismo por la industria, por fortalecer el sector, por reconocer que hay millones de profesiones que casi todas tienen formación en la Argentina y que, además, es una formación gratuita”.

Por la misma época en que vivió Lola Mora, hubo en Chile escultoras destacadas que venían de familias ricas. “Con más razón, porque necesitan dinero para esculpir. Tenés que vincularte a una clase, a un poder o al Estado, algo que te financie las herramientas, un galpón… no podés ir con un atril a la plaza. Necesitabas una infraestructura”. Es por eso que, durante mucho tiempo, se consideró a la escultura (sobre todo a la realizada por mujeres), como un arte menor. “Eran ricas y de derecha”, explica Leandra. “Con más razón era un arte menor, porque para el ojo prejuicioso era un hobby, no una profesión. Imaginate Lola Mora. En las biografías cuentan que los proveedores le pateaban los pedidos y no le entregaban a ella porque tenían a otros señores que eran su prioridad”. Por mujer. Por latina de fisonomía norteña. Por exótica.

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Lola Mora

Al reflexionar sobre el vínculo entre el arte y el Estado, Leandra piensa que “los artistas son un posible actor social. Y tenemos un montón de posibilidades de ser parte de un producto social. No solamente estar encapsulados en una obra de teatro. Tenemos que encontrar el modo para dar un paso más hacia un sistema cultural más integrador. Por ejemplo, se inauguran barrios. ¿Tiene un cine, un teatro, algunos de esos barrios que inauguran? No, son casitas para gente que vaya a trabajar y vuelva. Si hay delincuencia, abrí un teatro. Formá un técnico, un boletero, la gente va a ir a ver cosas va a cambiar la movida, el laburo. E inmediatamente todo empieza a funcionar. Cada vez que abrieron un ministerio en una villa fue productivo. Todo debería ser un poco más integrador. No pensar también el arte, el arte y la cultura como algo de elite. No es un privilegio, pero una entrada tiene un precio. Es la parte que te toca del valor de lo que te llevas. Y ese precio es el que nos permite que esto no sea un hobby sino un trabajo, como le pasaba a las escultoras a principios del siglo XX”.

“Creo que hay un legado oculto en la obra de Lola, un gran patrimonio que, por suerte, ya está siendo revalorizado. Su obra es enorme y en el país no la conocemos”, denuncia Leandra. Pero en seguida valora un aspecto muy positivo de la obra: “A mí me parece que hemos logrado construir una posición del espectador también. Que donde tome las decisiones finales respecto de la opinión sobre Lola”.

El arte y la cultura han sido siempre oficios y profesiones subterráneos, considera Leandra. “Entonces están llenas de amor”. Por eso el día del estreno, antes de que la gente viera la obra, ya se notaba que había amor en la gente. “Amor, expectativa, hermosa, favorable, positiva”, recuerda Leandra, “como no hay nunca en un estreno. La gente venía a dar algo, no llevarse algo. Eso fue una sensación muy fuerte, por eso yo quería decir esta cosa también de que no confundan el amor con la pasión”.

El amor es para Lola, porque se lo privaron y la combatieron en vida”, reflexiona. “Pero lo nuestro es fe. Yo tengo fe que si hago esta obra, hago diseños de iluminación, doy clases de iluminación, discuto el precio de la entrada, entonces yo tengo fe que eso conduce a la profesionalización de mi sector. Le tengo fe, no amor. Creo que ese es el legado también de Lola. La fe que tuvo para buscar la forma de crear todo lo que creó. Esa acción conduce. Porque hay que ir a pedir todo lo que pidió, devolver lo que prometía y estar a la altura. Qué extraño en estos tiempos, ¿no? Quién pudiera”.

“Lola Mora, un ángel audaz”, se presenta todos los domingos a las 20 hrs en el teatro Payró (San Martín 766, CABA)

Ficha técnica:

Dramaturgia: Carlos Vittorello

Intérpretes: Hugo Cosiansi, María Marchi, Junior Pisanu

Diseño de vestuario: Susana Zilbervarg Adea

Realización de vestuario: Soledad Sáez, Titi Suárez

Diseño De Iluminación: Damián Monzón

Fotografía: Sofía Montecchiari

Diseño gráfico: Sofía Seidan

Asistencia de dirección: Antonella Jaime

Prensa: Daniel Franco

Dirección: Leandra Rodríguez