Martín Rimbretaud: “La locura, muchas veces, es una situación de clase”

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Martín Rimbretaud: “La locura, muchas veces, es una situación de clase”

08 Enero 2023

Martín Rimbretaud es poeta, psiquiatra y psicodramatista. En su libro de poesías Kippel interroga sobre la locura y la marginalidad. Agencia Paco Urondo conversó con el sobre estos tópicos.

APU: ¿Qué es la locura?

Martín Rimbretaud: qué difícil definirla, pero podríamos empezar a decir que la locura es todo aquello que está por fuera, las convenciones, las normas sociales, aquello que es disruptivo, lo que rompe con lo instituido. Locura no es lo mismo que enfermedad mental. Hubo un tiempo en que la psiquiatría trató a la locura como enfermedad mental y la locura, por suerte, todavía excede bastante lo que se considera una clasificación. A veces tiene que ver con la desmesura, el exceso, todo aquello que uno, en este mundo que vivimos, intenta reprimir. Hay un miedo muy grande a estar loco. Y veces tiene que ver con la fiesta, con el peligro, hay muchos imaginarios sociales en torno a qué es la locura. Por suerte, hace 12 años que tenemos una ley de Salud Mental en Argentina que excluye el término peligrosidad y habla de riesgo para sí o para terceros. La locura siempre fue asociada a la peligrosidad. Vemos como en casos de asesinatos o femicidios se intenta asociar con un diagnóstico de esquizofrenia o que toma psicofármacos. Y las personas que cometen los femicidios son hijos sanos del patriarcado. En la sociedad, la normalidad, a veces, produce mucho más sufrimiento que la locura.

APU: Siguiendo tu concepto, hablábamos de Nicanor Parra como antipoeta que intenta destituir la solemnidad de la poesía. Vos, desde la psiquiatra, proponés como una mirada diferente…

M.R.: Me gusta que traigas a Nicanor Parra porque en mis comienzos y también ahora me han tildado de antipsiquiatra. Colegas que me lo decían como un insulto. La antipsiquiatría fue un movimiento cultural muy fuerte en los años 60 que denunciaba todos los horrores que había en las instituciones psiquiátricas. De sus prácticas, de cierta psicología, también. ¿Y cómo no voy a comulgar con esa corriente? Para mí es un halago que me digan eso. Otra cosa que me decían era que parecía un trabajador social, por las cosas que hacía, como si eso fuera algo malo. No recibo hace años una visita de un visitador médico por no pactar con la industria farmacéutica. Esa es mi filosofía y mi ética que intento llevar. Obviamente que medico porque siento que la medicación tiene su función, sobre todo en lo agudo, pero no transo con la industria. La Salud Mental de hoy tiene que ser menos asimétrica, menos verticalista, debe estar en el llano con las personas. Nunca puede ser de igual a igual, porque el poder lo tenemos nosotros, tampoco hay que ser ingenuos, pero que la brecha sea la menor posible, donde la práctica no pase sólo por el diván sino por las calles, por las plazas. A veces soy psiquiatra, otras amigo, el loco… bueno, no es fácil estar loco, tampoco romantizar la locura. Ella, en nuestro país, está muy asociada a la pobreza. Muchas veces es una situación de clase. No acceden a los bares que vamos nosotros, a ver las películas que vemos nosotros, viven en pensiones que generalmente están en muy mal estado. Un debe muy grande que tiene la sociedad es la integración. Porque parece que los locos van por un carril y la sociedad va por el otro

APU: hay como un vacío…

M.R.: Si, como un vacío porque no se quiere ver, todavía. La locura como que te encastra en la cara todo lo que el sistema capitalista también produce como desecho y es todo lo que el capitalismo no quiere ver: la improductividad, la inutilidad, el delirio, la imaginación, la creatividad. Laiseca decía que la verdadera creación siempre está en otro lado.

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APU: ¿Cómo hacemos ese puente, qué caso hay emblemático? ¿Cómo llegamos hasta ahí?

M.R.: En primer lugar quiero decir que soy psiquiatra y voy a hablar por los locos… y eso no está tan bueno. Soy consciente de que cuando uno representa a alguien hay un grado de violencia. Deleuze decía que en la representación hay mucha violencia y creo que tenemos que crear una sociedad donde pasemos de la representación a una participación mucho más activa donde las palabras de los que sufren y también crean puedan en primera persona decirlo y que el psiquiatra pueda habilitar desde un lugar de poder a esas personas que no lo tienen para dejar que luego produzcan y se puedan defender ellas mismas. Yendo directamente a creación y locura, en el libro Conversaciones sobre arte y locura, de Vicente Zito Lema el habla de un exponente argentino que no conocemos mucho que se llama Jacobo Fijman. Él fue un poeta que estuvo internado mucho tiempo en el Borda. Vos no sabés lo que es esa poesía, es increíble. En la biografía de Laiseca hecha por Agustín Conde De Boeck, él dice “todos querían tener al lado un Jacobo Fijman, pero nadie quería serlo”. En esto de que tenemos al lado al loco, qué lindo lo que escribe, que lindo lo que hace, pero después hay que bancarlo, aprender a estar con alguien que está todo el tiempo anunciando verdades insoportables, nos cuesta mucho como “normales” que somos poder aceptar eso. Agustín, en este libro dice “cómo va a existir una vanguardia si nadie quiere quedar afuera. En la locura se hace estallar el lenguaje. Pero ese tipo de creación, en el mundo de hoy de bastante corrección política, con la cancelación a flor de piel, es muy difícil acceder. La escritura de la locura tiene un poco de eso, que nunca va a ir por la corrección política. Si sos loco y escribís con esa singularidad, te convertís en un enemigo de la sociedad.

APU: No hay pudor…

M. R.: Como decía Burroughs, hay que tener mucho coraje para poder dártelas y mediar con ellos. Deleuze decía que una salud frágil favorece la escucha de la vida. Para uno poder vivir tiene que entender algo de lo que es esa enfermedad, porque percibís el mundo de otras maneras. Si no sentís nada, es muy difícil que puedas ser empático con el otro, tener cierta sensibilidad. Esa escritura la podemos ver en Kafka, en Beckett, ni hablar en Artaud, Burroughs, toda gente que tuvo una salud frágil. ¿Qué es la salud? Un concepto un poco ideal. A veces tendríamos que hablar más de enfermedad, de cómo poder convivir y aceptar que eso también tiene que ver con la vida.

APU: Vos como psiquiatra, en Club de Artes y Oficios (C.A.O.S) , institución de la cual sos fundador ¿Cómo trabajás el tema de la escritura o del psicodrama y qué te devuelve?

M.R.: Uno cuando escribe es como que se rehace una nueva piel que había quedado medio desmembrada con la locura. Permite rearmar una piel en un papel y contar una historia personal que muchas veces está fragmentada. Dar cuenta de toda una vida con un montón de coyunturas. Cuando uno escribe hay como una cuestión de alivio, una función catártica que es trascendente, pero tiene una cuestión dentro del caos que da un orden, permite ordenar esas ideas desordenadas. Hay una chica que con todo eso está haciendo un fanzin alucinante, que espero en algún momento la gente lo pueda leer, porque queda por fuera del nicho mercantil. También hemos hecho talleres de psicodrama y ha tenido efectos hiperpotentes de transformación subjetiva, sobre todo en la cuestión de lo lúdico, de jugar. Nos olvidamos de jugar, pensamos que porque somos adultos tenemos que dejar de hacerlo y es cuando más hay que jugar. El juego te permite entrar y salir de la locura. Te rompe lo establecido. Estamos formateados de una manera con el cuerpo, con el habla. El psicodrama rompe con ese formato y con la tiranía del significante. Por un momento no dejás de hablar y si dejás de hacerlo no sabés que hacer, a veces.

“Es tiempo de hablar de los problemas que trae ser normópatas, esa gente que está muy adherida a las reglas, que es muy exitosa, que el sistema capitalista no le hace mella, que sigue automatizado”.

APU: O sos tildado de raro, de distinto…

M.R.: Cuando uno hace algo que va por afuera te dicen raro, excéntrico, pero también es tiempo de hablar de los problemas que trae ser normópatas, esa gente que está muy adherida a las reglas, que es muy exitosa, que el sistema capitalista no le hace mella, que sigue automatizado. Ese es el verdadero problema de este sistema, no la locura. La locura es una respuesta muchas veces sana. Uno de mis grandes maestros de la locura (esto es medio polémico) es el Joker. Uno diría que el verdadero héroe es Batman, pero la persona que acá nos incomoda (una función del arte es incomodar y provocar) es el Joker. No hay arte si uno no desautomatiza la percepción. Como decía Artaud, si no es para sacudir la opinión pública, para qué existe un artista.

APU: Sos autor de Garrincha y Kippel. En este último hay un cruce con la ciencia ficción y que, me parece, está ligado con lo que venimos hablando…

M.R.: Para mí siempre fue un género que me atrajo mucho. La ciencia ficción y la poesía fueron géneros menores, en eso de un devenir minoritario que es aquello que está por fuera de la norma social. Lo contrahegemónico, en general. Hoy no es tan así, la ciencia ficción está teniendo más pregnancia. Vivimos en un mundo lleno de distopías y Kippel es una de ellas, un mundo más apocalíptico, quizás peor al que vivimos ahora, si es que eso es posible. Nos merecemos imaginarnos utopías. Es un debe que lo pienso también para mi literatura. ¿Cómo sería un mundo un poco mejor donde pueda haber una convivencia entre especies, donde no haya tanto extractivismo, hacer del cambio climático algo menos doloroso. Kippel es un híbrido entre poesía y ciencia ficción, un poemario diatópico, se basa en un concepto de Philip Dick que tiene que ver con la entropía del universo, la descomposición de la vida hacia la fuerza ciega de la existencia. Es como reconciliarse un poco con el envejecer, con enfermarse, no ser perfectos, con las arrugas, las fisuras. Envejecer es un proceso más de la vida y le debemos un poco más de respeto y amor a los viejos. El protagonista ama a los viejos, pero odia a los bebés. Es un poco xenófobo. Busco complejizar las cosas. El escritor Marcelo Fox decía “soy nazi, soy comunista”. ¿Cómo alguien puede usar esas 2 palabras? (risas) Bueno, es un poco poder hablar de eso, de que no es una cosa o la otra, sino entramos en combinaciones binarias todo el tiempo.

APU: Tenemos nuestra luz y nuestra oscuridad ¿cómo no negar esa parte del miedo que, quizás, es origen de muchas cosas, inclusive de la locura?

M.R.: ¿Cómo siendo tan occidentales nos podemos abrazar con lo oriental? Parece difícil. No sé si han leído el Tao Te King. Poéticamente es hermosísimo. Ese libro dice que lo único constante es el cambio. También lo pienso en la psiquiatría. Por ejemplo, se diagnostica a una persona con esquizofrenia y esa etiqueta le queda para toda la vida. ¿Dónde le queda a esa persona la posibilidad de un devenir diferente? Pichón Rivière habla de una adaptación activa, espiralada, donde parece que volvés al mismo lugar, pero siempre estás en otro nivel. En esa dialéctica hay siempre movimiento y la creación tiene que ver con el movimiento. Un movimiento de ideas. Uno puede quedarse quieto y tener un montón de movimiento. Cómo producir nuevas imágenes mentales, de qué manera, qué nuevas cosas con nuestros cuerpos podemos experimentar, siempre con prudencia.

APU: ¿Y cómo entra el tema de la mirada ajena?

M.R.: La mirada es lo que más nos condiciona y nos limita. Estamos todo el tiempo pensando qué va a decir el otro. El panóptico del que nos hablaba Foucault está en nuestro mejor amigo, nuestro vecino, en el que te dice “estás muy flaco”. Hay un censor social que funciona a modo de control, todo el tiempo. Está en la persona que convive con nosotros y en nosotros mismos. Somos muy prisioneros de lo visual. Yo estoy en un hospital para personas con discapacidad intelectual, lo que comúnmente se llama retraso mental. Y Riviére tiene una frase muy interesante que dice “no existe el oligofrénico (que es el diagnóstico psiquiátrico de retraso mental más antiguo), existe el oligotímico, que es aquel al que le falta ternura y afecto. Ellos no tienen la palabra muy desarrollada, pero la capacidad de dar ternura y afecto, no lo he visto en muchas personas.

APU: Volvemos a los juegos de la infancia…

M.R.: A veces hay que escuchar a los memes. “Ser adulto es una trampa”. “Ser adulto es estar cansado y tomar ibuprofeno”. Si lo pensamos, no es la adultez, es el sistema en que está inmersa esa adultez. La niñez, su capacidad imaginativa, a veces es estrangulada en la escuela. Te limita y te convierte en una persona más racional. Lo grupal, el arte, el deporte te permiten salir de esas rutinas que tenemos diariamente. Obviamente que creo en la necesidad de las macropolíticas, que son fundamentales, pero las micropolíticas sexuales, afectivas, creativas, artísticas tienen un gran poder de transformación.