Mi cuerpo, una desmesura
El cuerpo es un accidente. No sé qué hacer con él. Quiero escribir su presencia, sus marcas, sus fuerzas en el mundo. Intenté mil veces los párrafos malditos. Lloré, me lesioné, me corté, sentí placer, alegría, cansancio. Lo soñé y vi mi venas debajo de la piel.
Escribir sobre mi cuerpo es una idea hambrienta. Intención que desvela. Sensación voraz. Delante mío la corriente veloz de un río precipita mis ideas. El problema del pensamiento y el cuerpo. Y un problema no es algo que hay que resolver. Más bien es algo que insiste en marcarse. Una necesidad que quiere a toda costa escribirse. El cuerpo intentando pensarse. El pensamiento que se quiere corporeizar.
Por eso, dejo a mi cuerpo escribir este texto. Lanzo al tiempo mi expresión, mi gesto. Lo dejo expandirse en su desprolijidad. Su escritura apresurada y mezclada. En su mala escritura. Las malas palabras. Malos pensamientos. Mal cuerpo. Indebido. Sin cimientos, pura afección.
II
El cuerpo es contratiempo permanente. Desierto lleno de pueblos y pueblos. Dormidos o en revuelta. Acontecimiento, prominencia, montaña, cima. Lo más cósmico y lo más íntimo. Territorio donde se percibe una caricia. Donde los poros se abren con la luz del sol. Puede despertarnos del abismo. Obligarnos a saltar al vacío. Hacernos bailar desenfrenadxs hasta el amanecer. Irrupción desquiciada. Brújula vital. El cuerpo como apertura y ocaso. Un llamado a lo concreto. A veces, doloroso. Porque a diferencia de las ideas, el cuerpo puede sangrar. Entonces el corte, la carne. Una vida.
¿Cómo escribir sobre el cuerpo cuando no hay mediación? ¿Cómo hacer del cuerpo un artefacto de posibilidad? ¿No es el cuerpo condición de posibilidad?
III
Escucho en el consultorio los modos de expresarse de otros cuerpos que intentan desesperadamente también escribirse, como el mío. Cuerpos destrozados, ausentes, apáticos, desafectados, insomnes, excitados y extasiados, alegres, pasadxs de rosca, desmedidos, sin vergüenza. Pero no solo el cuerpo de los pacientes, sino también mi cuerpo como terapeuta. Y no hablo acá de una función, idea abstracta si las hay. Mi cuerpo-terapeuta como texto monstruoso. Materia errante. Conexión secreta con el cosmos. Distancia con otros cuerpos. Contraseña visceral. Territorio de malestares y disfrutes, tan pegados que no se entiende bien. Cuerpos enojados contra tanta miseria nuestra. Cuerpos dolientes, en duelo. Cuerpos calientes hasta el anochecer. ¡Lo más poético es que nadie sabe qué hacer con él!
¿Cómo escribir sobre el cuerpo cuando no hay mediación? ¿Cómo hacer del cuerpo un artefacto de posibilidad? ¿No es el cuerpo condición de posibilidad?
IV
Los cuerpos son modos de escritura del mundo. Cuando hablo de escritura no hablo solo de literatura, ensayo, crónica. Escritorxs somos todos aquellos cuerpos que intentamos vivir. Y quizás no sabemos cómo hacerlo, o sabemos que no es necesario saber.
El cuerpo es lo único que tenemos: los nuestros y los de los otros. No como propiedad, sino como ruta o andamiaje. Conversación. Lejos, cerca. Entre muchxs o pocos. Más tristes o más contentos. Agenciamientos aberrantes. Placenteros. Insoportables. Pero ante todo vivos. Potencias que se enuncian. Que arman lo más errático de la existencia.
Materialidad inacabada que no cesa de conectarse y producir paisajes. Detención. Pero también derrame, exceso, revulsión.
Y así, finalmente, mi cuerpo como delirio. Que se va del camino, como un ave desorbitada que se sale de su bandada y se aventura al cielo lejano. Más lejano, más peligroso. Ave perdida, temblorosa, vibrátil, amplia, ansiosa, carnal. Esta es mi apuesta, mi revuelta, mi invitación. Mi cuerpo, una desmesura.
*Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.