Queremos tanto a Charly García: rock, éxtasis y salud mental
Por Sofía Guggiari | Ilustración: Sol Giles
Una de mis mejores amigas siempre me dice, "¿cuando se muera Charly qué vamos a hacer?", cambiamos de tema, nos miramos de reojo sabiendo que el paso del tiempo es algo inevitable.
El éxtasis como marca. Cómo no hablar de éxtasis cuando se habla de Charly. Y una marca en el cuerpo, esa pequeña inclinación por donde el agua del río siempre tenderá a ir. Qué decir, Charly es una marca. ¡Queremos tanto a Charly!
"Si lo que te gusta es gritar desenchufá los cables del parlante" dijo, y se tiró de un noveno piso a una pileta. Que aunque llena de agua, lo esperaba el vacío de quien busca un fondo más concreto. Pero ¿quién le quita lo saltado? El antihéroe varón de los 90. Desbordado, sobreviviente, violento, frenético, border, desmesurado, sincero. Ojalá fuese igual de romántica la locura en las feminidades, a quienes cuando se nos nombra como locas pasamos a hacer peligrosas y culpables, a ellos la locura siempre los convierte en genios.
¿Reivindicar su borde es reivindicar necesariamente insalubridad? ¿Es fuga o alienación? ¿Es su genial delirio lo que fascina o su irreverencia en la que proyectamos nuestra propia posibilidad de romperlo todo? ¿Su dolor habla de nuestra manera de hacer mundo? ¿Qué de Charly para hacer vida?
De más chica (en un momento solo me dedicaba a la actuación) tenía la sensación de que actuar era lo que podía hacer con lo que me sucedía en ese momento. Rechazaba la idea de institucionalizar esa fuerza; una fuerza, como una impulsividad que no me preguntaba si yo la quería, tan solo se expresaba de ese modo. Las carreras, las profesiones, los estudios. ¡No sé! Era actuar, ese modo singular de producir existencia, no podía hacer otra cosa. Como si eso mismo constituyese poesía. Contestar las miserias del mundo con las potencia de nuestro cuerpo, sin pedir permiso ni explicar por qué. Hacer algo con lo que hicieron de nosotrxs haciendo el mundo que nos habita. Luego vino el momento de decidir, separar, observar, contemplar y dar cuenta de sí.
¿Qué es la salud entonces si no esa capacidad de expresar la potencia de cada quién?
Siempre tuve el pensamiento de que Charly había hecho algo con lo que le estaba pasando. La sensación de que siempre compuso y escribió lo que sentía, como vómito existencial, tormenta organizada de melodías del horror, mezclada con la caricia más calma, el abrazo más resguardante. Éxtasis, miserias, tristezas, ternura, fascinación, manía, todo ahí en todo lo que hace. Con una sutileza con la que podría quedarme llorando todo el mes.
Si hay algo de lo que no se duda nunca cuando se escucha a Charly es de que una está viva. Y claro, sentir la vida a veces puede ser un temblor.
Charly se acerca al peligro. Hace una alianza poética y vital con el riesgo que implica estar del lado de la invención. No es copia de copia. Su angustia es el desgarro de un nacimiento. Una antena. Él lo sabe bien. Un cuerpo no metáfora. Un cuerpo que cuestiona. Que vino a contestarle a la muerte de la dictadura y al horror de los noventa, haciendo de él mismo la representación de esa época. Pura contradicción.
El cuerpo de Charly un cuerpo que reclama a gritos un final, un límite tan necesario. Y al mismo tiempo, con un ímpetu ingobernable, convoca al silencio, más bien a la mudez o a la imposibilidad de decir, como repetición. Oscila entre lo tánico y lo erótico, ese eros que siempre junta, arma, produce, compone.
Amoral, su transgresión es a lo "saludable", justamente cuando se vuelve un sinónimo de normalidad, regulación o equilibrio. "La mediocridad para algunos es normal, la locura es poder ver más allá".
Ni hablar de los discursos actuales que pregonan a través de una maquinaria superyoica, alcanzar una supuesta felicidad material y espiritual paradisíaca, que nos deja en la rueda del hámster, pedaleando en falso, entregando al capital del mindfulness toda nuestra potencia en términos de la vida que queremos y podemos producir. Regular tanto que no quede nada. Equilibrarlo todo para que no se note. Todo tan llano, para que no queden marcas.
Quizás por eso quise y quiero tanto a Charly. Porque su monstruosidad es la monstruosidad del mundo. Porque quiero vivir un poco con el peligro que implica estar cerca de la invención. Quiero escribir con su desmesura, hacer de todo lo que hago con un poco de rock and roll.
Y no quedarnos como espectadoras ni de su potencia, y tampoco de sus miserias. No celebrar su sufrimiento por sufrimiento en sí. Apropiarse de su ética carnal. Un acto de irreverencia como relato de vida. Un ensayo permanente de lo posible.