Rodrigo Manigot: “El libro es una extensión de mi memoria”

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    Rodrigo Manigot
NOVEDAD EDITORIAL

Rodrigo Manigot: “El libro es una extensión de mi memoria”

13 Octubre 2024

Rodrigo Manigot músico, cantante y escritor acaba de publicar su tercer tomo de autoficción La cosas que aprendí de grande. Sus anteriores obras Donde no van las melodías (2020), Y El aire del mundo (2022) ambos publicados por La Crujía.

El líder de la banda Ella es tan cargosa reflexiona sobre su trayectoria tanto en la música como en la literatura donde revela la conexión entre ambas disciplinas artísticas. Comparte su proceso creativo, su relación con la lectura y la escritura y como ambos mundos se complementan en su vida. Reconociendo en la literatura un camino alternativo al que recorren muchos escritores convencionales.

Como bien señala Leo Oyola en el prólogo, “Rodrigo lo expone bien en estas páginas al mostrarnos su ansiedad lectora. Y también, el camino que se inicia una vez que se decide compartir lo que uno hace. La importancia de los talleres, de quienes los dictan y, sobre todo, lo que ha quedado históricamente invisibilizado: las compañeras y los compañeros de taller, de su rol. Del compromiso tanto con los textos propios como con los del resto del grupo. Y del equilibrio justo entre el aliento y la competencia. Divinas metáforas futboleras propias de un país del que surgió un D10s y hasta un Messías”.

AGENCIA PACO URONDO:  Al inicio de la novela narrás una parte sobre tu vida como escritor y decís que se parece a tu historia como músico. ¿Cómo complementás el artista músico con el escritor?

Rodrigo Manigot: Me faltó en el libro un momento importante de mi vida, como son esos fogonazos. Me acuerdo que habíamos escrito un ejercicio en la facultad de comunicación, donde un profesor que trabajaba en El Cronista Comercial, fumaba como loco y tenía un bigote muy ancho, dijo: “Voy a sacar un texto que me gustó mucho”. Ese texto era algo que yo había escrito. Uno siempre reniega, pero esa pulsión de escribir está siempre. No sé por qué la habré relegado o qué andaba por mi cabeza hasta que me fui reencontrando con la lectura, la literatura.

Leía otras cosas y eso también me gusta, no haber hecho el camino que hacen todos los escritores en general, o gran parte de ellos, que es ir a determinados colegios, facultades, publicar en ciertos lugares, dar conferencias. Y eso está bueno también, porque hay un montón de gente random escribiendo y buscando su camino. El mío es otro recorrido, es un bondi que va por otros caminos, y después te puede gustar o no. Básicamente fue conectar con ese deseo de escribir, que también está vinculado intrínsecamente con el deseo de leer. No sé dónde empieza una cosa o dónde termina la otra.

APU: Describís tu experiencia como lector. ¿El libro es, de alguna manera, una extensión de la memoria?

R.M.: Sí, es una extensión de mi memoria. En algún punto es muy frágil también, dicho para la lectura de este libro. Fue un placer, sobre todo porque cada libro del que hablo lo releí, muchos que ya había leído y no recordaba. Y después, al releer, iba recordando cosas. Me cuesta separar una cosa de la otra; se unen la experiencia y la cantidad de lecturas que incorporé en todo este tiempo. Entonces, esto le dio a la relectura otro espesor.

APU: ¿Cómo fue ese proceso a la hora de escribir La cosas que empecé de grande?

R.M.: Fui intercalando libros más íntimos, dolorosos, con libros más placenteros. No quiere decir que no los disfrute. Quería escribir un libro que no había publicado, y me animé a publicarlo. Cuando lo trabajé con mi editor, Leo Oyola, me dijo que había textos y relatos que le gustaban. Me separó tres o cuatro relatos, y me dijo: “Para mí, este es tu libro. Es como Mientras escribo de Stephen King. Leé ese libro”.

De pronto, empecé a escribirlo y fue una experiencia muy hermosa, placentera, con mucha tranquilidad, riéndome, disfrutando mucho y recordando cosas que había olvidado. Luego, no me interesó tanto saber si lo que recordaba era cierto o no; lo que me importaba era que tuviera forma literaria. Me quedé muy contento, luego le di otra vuelta con la editora, y después lo solté. Obviamente me impresionaba cuando estaba por editarlo, los temores te vienen a buscar, pero en el fondo siempre supe que el libro fue escrito con mucho placer y ternura, y eso se nota en las devoluciones muy profundas que recibo de todos lados.

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Libro Las cosas que empece de grande

APU: ¿Cuesta comenzar a escribir en este género llamado autoficción?

R.M.: Me torturó al comienzo, cuando empecé a escribirla. Mi camino es igual que el de mucha gente que escribe autoficción, esa autoficción castigada y paliada. Parece que en algún punto escribir ficción te resulta medio ficticio, falso, porque no conectás. Esa es la verdad. Ahora estoy leyendo Mañana y Tarde de Jon Fosse, lo mejor de la literatura del mundo. Me parece que muchos de los que estábamos perdidos sentíamos que a nuestras ficciones les faltaba fuerza. Cuando empezamos a emplear esos materiales para narrar cuestiones personales, le encontramos un sentido a la escritura. Después, lo catártico lo vas suavizando, lo vas dejando, te das cuenta de que no tiene sentido. Para eso está la terapia, no la literatura.

Obviamente, siempre hay un ajuste de cuentas por ahí, siempre hay mucho dolor y a veces tenés que sacarlo, expresarlo. Pero siempre es una experiencia literaria; estás escribiendo literatura, no haciendo un ejercicio psicoanalítico. Mucha gente me dice que El aire del mundo les ayudó, pero las partes más pesadas me las guardé para mi terapia, no las expuse. Al contrario, no estoy jugando con mis verdades, estoy jugando con datos falseados, cosas que después me enteré que estaban mal recordadas, pero no me importa si funciona. Lo que sí, lo manejás con una dosis de verdad. Hay gente que me dice: “No te puedo creer que te haya pasado esto”. Y en el fondo encontrás un narrador muy parecido a vos, pero yo soy otra persona.

APU: En uno de los capítulos está la experiencia del personaje que se va a vivir solo y arma su propia biblioteca. ¿Qué representa la biblioteca?

R.M.: Hay un verso de Castillo que dice que la biblioteca expresa tu lado más racional, pero es solo una parte tuya. Después tenés otras partes que son vergonzantes. Con la biblioteca sola no vamos a ningún lado. Después, hay que mejorar en otros aspectos, eso es lo que estoy trabajando. Sí, es lindo leer y poner en relación los textos que leés con otra gente. También es lindo ver películas, me encanta ver fútbol, comer asados. No soy una persona que, por más que le dedico mucho tiempo a la lectura y la escritura, también me gusta hacer cosas que no tienen que ver con lo literario. Me encanta conversar, aprender, equivocarme. Me gusta ver películas con mi hija y mi esposa, reírnos viendo comedias románticas. Me gusta ver a River y gritar desaforado.

Hay que balancear, porque hay gente que vive todo el tiempo encerrada leyendo, pero bueno, cada uno es diferente. Yo soy músico, le dedico mucho a las melodías, a la enseñanza de escribir canciones. También aprendo, siempre estoy tratando de mejorar las letras todo el tiempo. Toda la vida fui un tipo muy intenso y bastante desequilibrado. El otro día tocamos con Polos en La Trastienda, y decía: “¿Cómo no se va a llamar Polos?” El guitarrista, el Tano, de chico cuando empezamos me puso Walter Pico por el futbolista, porque era la euforia y el malestar.

APU: En la novela describís las experiencias en los talleres de lectura y escritura. ¿Los talleres sirven para motivar o para formar?

R.M.: Hay gente que no los necesita, y está bien. A mí me sirvieron, estuvieron a punto de sacarme de la escritura. Depende para qué vayas. Yo empecé de grande, y cuando estás medio verde vas al taller a medirte, no tanto a aprender sino a ver si estás para publicar, destacarte. Después, lo que aprendí más de grande, con el tiempo, es que el taller tiene otro sentido, mucho más amplio, enriquecedor. Me parece que cuando vas muy cebado, con tus anteojeras, vas centrado en tu escritura y creés que ya estás para campeón del mundo. Sos un bocato di cardinale para los talleristas que disfrutan haciendo pedazos a los alumnos. Eso es un peligro, porque en general muchos escritores tienen o no formación docente, y puede ser un poco peligroso.

También es cierto que son lugares donde uno va a hablar de literatura, porque en las reuniones se habla de otras cosas también, entonces por lo menos tenés un nicho. Podés recomendar lecturas, te recomiendan libros, te dicen: “¿Cómo no leíste a tal?”. Y vos decís: “No sé quién es”. Son lugares formativos, donde no incomodás con tus comentarios porque es como ir a un curso de cine o de filosofía, todo el mundo está en el tema. Son lugares mucho más inclusivos que el mundo. A mí me cambiaron los talleres porque tenía otra mirada antes. Ves a gente que en otros lugares no tiene cabida, el mundo los expulsa, y los talleres son súper inclusivos, le dan lugar a todo el mundo. Fueron más educativos que la propia escuela.