Roque Dalton, el que despertaba la necesidad de escribir en los otros poetas
Por Norman Petrich
“Roque ha suscitado muchos poemas de poetas antes y después de las balas asesinas que terminaron con él. Esto es raro en la poesía, es raro que un poeta suscite en otros poetas la necesidad de escribirle poesía y Roque es de todos nosotros el que más ha despertado esa necesidad, incluso antes de morir. Y después, por ejemplo, decenas de poetas que no lo conocieron. Es decir, que lo conocieron por su poesía”, aseguraba Juan Gelman hace unos cuántos años atrás en La Habana, cuando un puñado de reconocidísimos escribas se juntó para encender fueguitos en su nombre, sin pronunciarlo.
Roque Dalton García fue una de las caras visibles de la renovación lírica latinoamericana en la década del 60. La lucha por la liberación definitiva de Centroamérica, el amor, la cotidianeidad, sus conflictos personales y los de la sociedad, el período de tránsito del capitalismo al socialismo están presentes en su obra, pero sobre todo su país, El Salvador, ese pulgarcito americano. Largo y doloroso recorrido realizó para lograr que militancia política y poética no fueran caminos diferentes, sino complementarios. Porque estaba convencido de que a los poetas revolucionarios no les debía interesar reflejar la realidad, sino transformarla, algo que ya he tratado anteriormente, marcando el lugar relevante que ocupa dentro de su “montaje poético” el humor. A tal punto que el 10 de mayo se cumple un nuevo aniversario de su asesinato para renacer 4 días más tarde, el 14, en el que celebramos el nacimiento de su eternidad. Porque, como escribe Eliseo Diego “los poetas no se mueren, menos si los matan”.
Ángel Rama asegura que la poesía del autor de Taberna y otros lugares parte de “esa conciencia dolorosa, que hicieron suya otros poetas de su contorno, de ser un hombre de transición, encabalgado entre dos épocas disímiles: una anterior real, en que se habían formado y que se les presentaba como falsa e inmediatamente condenada, y una posterior, más soñada que concreta, donde se solucionaban definitivamente las contradicciones”.
Ahora ¿Qué significaba Roque para aquellos escritores que compartieron con él tiempo y espacio? Juan Gelman, que siempre supo que “el emperrado corazón amora de atrásalante en su porfía”, nos empieza a dejar algunas pistas. “Roque jamás tuvo necesidad de advertir que no asociáramos su nombre a la tristeza. Su nombre, para nosotros, está asociado a la alegría de vivir, a la alegría de combatir, muy naturalmente. Así lo recuerdo, alegre, expansivo, cordial, decidido y valiente. No solamente estaba él contra la retórica en el verso, él estaba contra la retórica en la vida. Recuerdo la alegría que sentí cuando supe que Roque había escapado otra vez a la muerte, porque de él puede decirse como alguna vez se dijo de Lorca que su presencia era mágica y traía la felicidad. Es decir, su presencia es mágica y trae la felicidad. Yo no lo puedo enterrar”.
“Roque Dalton hacía reír a las piedras”, supo decir Eduardo Galeano en el mismo homenaje. “Era el menos solemne de todos nosotros y también a la muerte le tomaba el pelo, así que no voy a ponerme ahora a escribir en su memoria una necrológica de cartón, húmedo de lágrimas. Pero no puedo dejar de decir que me dio asco el silencio de la prensa. Ni puedo dejar de mencionar el doble dolor que provoca la muerte cuando uno se entera con tanto atraso. No vibraron las teletipos de las grandes agencias internacionales para informar del asesinato del poeta. Estaban ocupadas, supongo, con los percances sentimentales o financieros de Jackie Kennedy o alguna mierda así. Las máquinas de mentir no dedicaron ni una línea a la muerte de Roque. Este escritor no había nacido en París ni había sido bendito en Europa. Venía de un país centroamericano y chiquito que él llevaba tatuado en todo el cuerpo. Y allí cayó, acribillado a balazos. La poesía de Roque era como él, cariñosa, jodona y peleadora. En la cara y en la poesía de Roque una guiñada se convertía en un puño en alto. Le sobraba valentía y por eso nunca necesitó mencionar el coraje. Nada más ajeno a la retórica del sacrificio que la obra de este militante que nada ahorró de sí ni quiso nada para sí. No precisamos un minuto de silencio para escuchar su risa clara. Ella suena alto y siempre, matadora de la muerte, en las palabras que nos dejó para celebrar la alegría de creer y la alegría de darse”.
Valentía y humor se repiten en las palabras del argentino y del uruguayo. Y créanme que también aparecen claramente en su poesía. Galeano habla de que a la muerte le tomaba el pelo y a Gelman lo había alegrado enterarse de su escapatoria. No fue la única ocasión en que zafaría de la parca (en una oportunidad estuvo a punto de ser fusilado y cuatro días antes, el entonces presidente Lemus fue derrocado y así pudo salvar su vida), pero ambos se refieren a este momento que relata tan bien Ernesto Cardenal. “Roque Dalton una vez estuvo preso y lo iban a fusilar. Además iban a hacer creer al partido que él era un informador de la CIA, para que no lo consideraran un mártir. Esa noche, aunque él no tenía fe en Dios, él oró, se arrodilló en su celda y oró. ‘La suerte loca’ –decía él- hizo que esa noche hubiera un terremoto y se cayeran las paredes de la cárcel, y él se escapó. Cintio Vitier, Fina y yo nos reíamos de él diciéndole que nosotros le dábamos otro nombre a lo que él llamaba ‘suerte loca’, y él también se reía. Roque estaba siempre de buen humor a pesar de los horrores que había pasado y de los horrores que lo esperaban por delante y que él adivinaba”.
Esos horrores de los que habla el autor de Oráculo sobre Managua, es la tortura y muerte recibida por parte de una fracción de la fuerza revolucionaria a la que él pertenecía, el Ejército Revolucionario del Pueblo, y la posterior desaparición de su cuerpo, el que aún su familia busca junto con la reclamada justicia. La fracción responsable de su “juicio” y su “ejecución” quiso hacer correr la versión de que el poeta trabajaba para la CIA e intentó su infiltración en el seno del movimiento. Bien vale traer las palabras de Julio Cortázar sobre esta situación, a la cual parece haberse adelantado Roque a carcajada limpia. “De la acusación, que parecía ridícula en el caso de Dalton si no fuera tan monstruosa por provenir de quienes se autotitulan revolucionarios, no he de decir nada. ¿Para qué, si el mismo Roque la había anticipado con una claridad que multiplica la culpa de los asesinos? Una editorial mexicana se dispone a publicar su novela titulada Pobrecito poeta que era yo…, de la que Roque me había dado a leer largos pasajes. En ella (debo la referencia concreta a Roberto Armijo) se cuenta que en la época en la que el poeta estuvo preso en El Salvador, el agente de la CIA que lo interrogaba le dijo en algún momento lo siguiente: ‘No creas que vas a morir como un héroe, tenemos los documentos necesarios para hacerte parecer como un traidor, y la historia y tus hijos se avergonzarán del nombre de su padre… Así que olvídate de que tu muerte te convertirá en héroe’”.
Es que nadie podía tragarse esa píldora. Porque si en algo coincidían todos aquellos que lo conocieron es en que ninguno era capaz de pensar que haya traicionado sus principios o se haya vendido al enemigo. Aunque ese “conocerse” haya sido a través de papelitos. “Roque y yo nunca nos conocimos, pero nos escribíamos cartas, muchas cartas; cuando el vivía en Praga y yo en París”, cuenta Claribel Alegría. La historia de esa amistad está llena de desencuentros. Una vez Roque pasó a visitarla por París, pero no la encontró. En 1968, Claribel fue invitada a La Habana, pero el avión se retrasó un día y Dalton quedó esperándola con flores en el aeropuerto. Al día siguiente tuvo que viajar al interior de la isla, por lo cual el encuentro volvió a frustrarse. “Pero las cartas nada tenían que ver con política, nada tenían que ver con poesía, eran puras cartas de comida salvadoreña, que nos hacía falta a los dos. Un día me encuentro con Heráclito Cepeda, que fue su gran amigo, y me dice ‘Claribel, no sabía que eras tan buena bailarina’. ‘¿Cómo?’, le dije yo. ‘Pero no, no seas humilde, si Roque me contó que tú le habías enseñado a bailar la zamba’”, completa la salvadoreña para graficar cómo era de pícaro el poeta.
Eso entre “colegas”, pero… ¿y el pueblo? El pueblo canta sus numerosos poemas musicalizados, quizás sin saber quién los escribió. “Poema de amor” tal vez sea el mejor ejemplo de esto, numerosas veces versionado.
Pero la anécdota que más me conmueve con respecto al legado de Roque en la gente es esta anécdota que relata uno de sus hijos, Juan José Dalton. “Corrían los primeros días del mes de mayo de 1981 y yo había sido seleccionado por el Estado Mayor del Frente ‘Modesto Ramírez’ para integrar una Unidad de Fuerzas Especiales Selectas, al mando entonces del compañero Sebastián. Su nombre verdadero, como supe después de su caída en combate, era Carlos Aragón, un famoso cantante de rock conocido como “Tamba”, quien además era poeta y, por supuesto, conocedor de la música y de la poesía de América Latina… Hay un detalle importante: Sebastián no sabía mi verdadera identidad porque aún estábamos en zona de control, es una norma de compartimentación mantener en reserva la identidad de los compañeros. Entonces recuerdo que la noche del 9 de mayo, después de un intenso día, yo le pregunté: ‘¿Te acordás lo que se celebra mañana, 10 de mayo?’. ‘Sí, me contestó, tenemos que decirle unas palabras a los compañeros”, me contestó.
A todas estas yo creía que los dos nos referíamos al mismo acontecimiento, es decir el día de las Madres, que en El Salvador siempre se celebra en esta fecha… La sorpresa mía fue mientras estábamos en formación matutina, que es cuando se le rinden honores a la bandera. Después de esta ceremonia, nuestro jefe empezó a hablar de nuestro padre. Habló cosas realmente tan lindas y tan emocionantes que a mí el corazón se me quería salir del pecho, y la vista se me nubló porque se me aguaron los ojos. Recuerdo que dijo que si alguien de nosotros había oído hablar de Roque Dalton que levantáramos la mano, y casi ninguno lo hizo, excepto tres o cuatro compañeros que habían sido estudiantes, y yo. La mayoría de todos eran de origen campesino. Inmediatamente después dijo: ‘Ustedes dicen que no conocen a Roque Dalton, yo les voy a demostrar que sí lo conocen’ y mandó a que le trajeran la guitarra. Ya con guitarra en mano comenzó a cantar el Poema de amor y a los compañeros se les iluminó el rostro y hacían gestos afirmativos con la cabeza.
‘Ese poema –dijo Sebastián- es del poeta revolucionario Roque Dalton García, que fue asesinado un día como hoy, 10 de mayo de 1975, por quienes en aquellos años, por su inmadurez política, cometieron tan lamentable error histórico. Rindamos entonces un minuto de silencio a su memoria’… Al terminar el minuto, del centro del pelotón salió una voz estremecedora que gritó ‘Compañero Roque Dalton’. Y el coro contestó: ¡Hasta la victoria, siempre!”.
Muchos años después, ya no tan joven, Juan José tuvo la oportunidad de entrevistar a Joaquín Villalobos, uno de los responsables del asesinato de Roque. En la misma, Villalobos reconoció que dicha acción fue “el error más grande que haya cometido en su carrera política”. Es decir, reconoció haber ordenado la muerte de su padre. Desde la primera vez que leí esa entrevista varias preguntas rondan por mi cabeza. ¿Sabía Villalobos quién lo estaba entrevistando? ¿Necesitó confesar el asesinato buscando “limpiar” una acción que no le permitía avanzar en su carrera política? ¿Qué se le cruzó a Juan José por la cabeza en el momento que el exdirigente guerrillero reconocía el “error”? ¿No supo o no pudo realmente Villalobos reconocer dónde habían enterrado el cuerpo de Roque? Pero eso, amigos y amigas, eso es material para otra nota.