El día que un Dalton fue al encuentro del mismo Joaquín Villalobos y no era Roque
Quizás sea el rostro de Joaquín Villalobos el último que vio Roque Dalton, el gran poeta salvadoreño, antes de ser ejecutado el 10 de mayo de 1975, a cuatro días de su cumpleaños, luego de señalarle a uno de los que consideraba hermano en la lucha que estaba cometiendo una grave equivocación.
Será el mismo rostro, más viejo y trajinado, el que enfrentará su hijo Juan José Dalton para, en una entrevista periodística, preguntarle qué pasó en ese famoso juicio que el ERP llevó adelante y que le costó la vida a su padre.
En dicha entrevista se escucharon cosas muy interesantes, que despejaron un montón de dudas (si es que todavía hacía falta) sobre la actitud del gran poeta salvadoreño, como que el exdirigente reconoció que ese fue “el error más grande de su vida” y que los cargos que le habían imputado entonces, de sedición y ser agente de la CIA, en la “actualidad” eran acusaciones “totalmente devaluadas”.
Más allá de la importancia de las declaraciones de Villalobos, cuyo reportaje fue publicado por Agencia Paco Urondo en 2016 replicando la nota del diario Excelsior de mayo de 1993, detengámonos en este crucial instante como quienes tratan de leer en una foto. Y lo que se puede leer sólo son preguntas.
El polémico líder de la exguerilla salvadoreña ¿reconocía en el rostro de quién lo estaba entrevistando los rasgos del poeta al que supo calificar como díscolo?
¿Sabía el nombre del periodista que le preguntaba no sólo por la suerte corrida por quien era su padre, sino por la decisión tomada por él, junto a Alejandro Rivas Mira, Jorge Meléndez, Vladimir Rogel, Alberto Sandoval y otro compañero de seudónimo Mateo, quienes conformaron dicho tribunal?
¿Fueron sus confesiones una especie de pedido de perdón (quizás el único posible en su forma de ser) a Juan José, como si se lo estuviese diciendo al mismo Roque?
Digo, uno puede preguntarse por qué en ese momento, a pocos días de haberse dado a conocer la resolución de la Comisión de la Verdad y no antes, y por qué a él y no a otro periodista que haya venido con las mismas consultas.
El mismo Villalobos dice al final de la entrevista “sería quizá esta la primera vez que doy una declaración a nombre de la organización sobre este caso en la que he dado más elementos de información que en ningún otro momento”.
Entonces ¿Era una forma de exorcizar el fantasma del poeta, pedirle que lo dejara en paz?
Pero esa no es la única imagen que debe llamar la atención en la foto imaginaria que acabamos de armar para retratar ese momento. Miremos el rostro de Juan José.
¿Qué pasa por su cabeza en el momento que Villalobos desagravia a su padre, reconociendo que tenía que darle la razón en el llamamiento que les hizo insistentemente?
¿Qué preguntas de las que sabía no podía hacer se le cruzaron cuando le escuchó decir que su padre era de “una imaginación increíble, incluso, era la gente más amena que teníamos, con una capacidad de comunicación y de interpretación de los hechos, con sentido de comunicación hacia abajo que yo no lo he vuelto a ver en la organización ni en El Salvador, ni dentro del FMLN, ni dentro de la izquierda?”.
La sangre, por dentro ¿qué llamamientos hacía?
Por lo menos llega a preguntarle qué siente cuando oye hablar de Roque Dalton y no creo que la respuesta de Villalobos le haya sido indiferente, cuando le asegura que no deja de pensar qué hubiese pasado si el poeta hubiera estado vivo en esa etapa (la de finales de siglo).
Recordemos que el mismo Juan José formó parte de la guerrilla salvadoreña, cayendo prisionero de los “contras” y no fueron mimos, precisamente, los que recibió en prisión.
Dos hombres con sombras de gran altura sobre sus espaldas poniendo en palabras un peso en común. Y sin embargo, todavía queda un vacío inmenso provocado por una pregunta sin responder. Quizás, la respuesta que más le interesaba encontrar al hombre más joven en esta foto imaginaria: ¿Dónde está el cadáver de Roque Dalton?
Por ahora, el momento prometido por líder del ERP en el cual enmendarían la falta, por lo menos en parte, y les permitiría reivindicarse entregando sus restos, pareciera no materializarse nunca. Y el reclamo de su familia, ahora en el cuadragésimo noveno aniversario de su desaparición, se repite casi tanto como los versos del poeta:
“Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendría la muerte y el reposo.
Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.
No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.
No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto:
desde la oscura tierra vendría por tu voz.
No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre.
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre”.
Hubo un pueblo que dijo flor, abeja, lágrima, pan, tormenta, tratando de cumplir con ese duro pedido mientras le contestaba “hace frío sin ti, pero se vive”. Y una familia que sigue queriendo saber qué pasó con su cuerpo, para poder cerrar esa historia.
Si no fuera por estas líneas, las preguntas a Villalobos no tendrían cauce: no lo he conocido ni sabría cómo hacérselas. Algunas respuestas, quizás, las tenga Juan José, junto a las que de la misma forma a él le dirijo.
He intentado cursarlas y amablemente me ha pedido que se lo dejara pensar. En eso anda hace un tiempo, que puede llegar hacer una bonita forma de declinar a algo que genera incomodidad o toca cosas que simplemente tienen el derecho a no ser tocadas. Por eso no está mal que también terminen acá, sin respuestas.
Lo cierto es que son preguntas de un obsesivo que ha escrito bastante sobre Roque, le gusta escudriñar en los detalles y cree que los mismos pueden esconder una buena historia que merece ser contada. Aunque no tenga un cierre perfecto.
Y esta foto imaginaria puede ser una que se para sobre lo que podría haber sido, sin esperar el peso fáctico de la certeza para ponerse a trabajar.
Quizás, porque también cree que es una buena forma de llamarlo sin pronunciar las once letras de su nombre y unirse al pedido de la aparición de sus restos, lo que sería el esperado gran homenaje que se le puede brindar.