Sueño de Pescado: el regreso de la banda que nos devolvió la fe
Por Yael Crivisqui
Sueño de Pescado, para quienes aún no la conocen, nació hace siete años en La Plata, entre nostalgias, deseos de vueltas imposibles, agobios, oposición a modas portadoras del discurso empresarial, y a un dolor que hizo nido en el rocanrol pos Cromañon. La banda tomó la posta, se hizo cargo de ese público herido, cuasi retirado y exiliado, de la época, de lo que nos pasaba, del vacío, de la necesidad y propuso, en consecuencia, la reapropiación del rocanrol de barrio, de los márgenes de las grandes urbes, de sus historias, que a muy pocos ya les importaba, de sus identidades, de la pertenencia.
Le volvió a dar voz a la enorme carga emocional que hay detrás de una banda de amigos, detrás de una familia compuesta por amistades. Le volvió a dar voz a todos esos chaboncitos y chaboncitas, que mediante pucho y algún escabio, necesitan contar lo difícil que les resulta poder salir por arriba de lo sinuosa que, a veces, se vuelve la vida. Le volvió a dar voz a los ya no tan pibes y pibas, que a pesar de todo, seguimos buscando la salida por abajo.
Para mí el rock siempre fue, y es parte del movimiento popular. Como en toda casa de militantes, de aquella generación posdictadura, los discos de los y las abanderados/as del rock nacional, en la mía abundaban. Me crié en el seno una familia en la que nuestro rock, bajo ningún punto de vista estaba separado del peronismo, así como la política jamás podría estar separada de la economía. Fui creciendo con esa ligazón.
Ambos representan el mayor aglutinamiento de masas, llenos de ideales, convicciones. Ambos son la identidad, el sentido de pertenencia popular. Han resistido al capital, a la censura, a la proscripción, el exilio; han resistido a los desleales, a aquellos entreguistas que trataron de destruirlos desde adentro, y que tratarán, siempre. SDP es la prueba cabal. El rocanrol es la Justicia Social, de los pibes y pibas de los márgenes de las grandes urbes, como el Peronismo para el trabajador y trabajadora de los barrios fabriles. En este contexto, y con esta base, fui incorporando nuevos liderazgos que iba pariendo el cambio de época. Los milité, y los milito, con mucha vehemencia devota, simplemente, porque no conozco otra manera. Soy fanática de quienes dejan la vida por la causa, porque aman, porque salvan.
Eva, es una de mis santas, es la figura política de mi vida, la que salva mi fe. Sueño de Pescado, también salvó, y salva, mi fe. Ahí están, como una postal de estampita, renovando mis esperanzas. Qué la sonrisa de la "Capitana Espiritual" siempre los guíe, nos guíe.
Hoy, a siete años, me pregunto ¿Cuánto amor puede caber en un escenario? ¿Cómo podía volverse a generar un vínculo así de afectivo entre el público y los artistas? Y creo, puedo equivocarme, que la respuesta está en que la generosidad, la sensibilidad y ese abrazo interminable entre las letras y la interpretación, son la columna vertebral de la fiesta que mete Sueño de Pescado, y esta vez por el contexto, no será distinto. SDP es una gran celebración, con voz ronca y acordes de victoria que mueve a los suburbios. Y si me apuran, con cara de no entender, les diría que hay que verlo al Guachi descocerse en el escenario, con sonrisa de potrero, plegándose al canto colectivo. Si me preguntasen, hoy por hoy, qué significa la banda, diría: los responsables de devolvernos la fe, la emotividad interior. Y desde ahí, no hay nada más que se pueda hacer.
Felices siete años muchachos. Nos vemos vía pantalla. ¡Que sea fiesta!