Transgresión: una política del deseo

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Transgresión: una política del deseo

21 Junio 2020

Por Sofía Guggiari* | Ilustración: Sol Giles

                                                            

Atemorizada por detrás de sus dichos que la cubren, intenta engañar pero termina engañándose a sí misma. Quiere distraer ¿A quién? Que no se escuche. Que nadie oiga. Que ella no se de cuenta. Y desde ahí, oculta desde la trinchera, susurra, pide ayuda. No quiere perder ni arriesgar. Necesita que le digan qué hacer. Que le quieren. La interrogación la espanta. Pero se vio en el borde del abismo y pensó que saltar en ese momento era una buena opción. Que era el momento, no se podía esperar más. Había llegado a su límite. Lo vimos las dos. Ella lo supo.  Me miró buscando complicidad o más bien habilitación, y ocupe ese lugar por un instante, como una mano que acompaña, más bien que empuja. Pero no lo toleró. Al encuentro siguiente ella había olvidado todo, como quien olvida un sueño, o como quien no quiere saber; había olvidado el borde, el abismo, el salto, el límite, mi mirada cómplice o habilitadora, mi mano que empuja. Jugársela por su deseo era demasiada transgresión. Y no lo toleró.

El deseo es lío, calentura, temblor, peligro, salto al abismo. Huimos a veces para no enterarnos de nada de todo esto. Pero ¿de qué no nos queremos enterar? Que no hay manera de vivir una vida vivible, sin el riesgo que implica vivirla. 

Armamos las estrategias posibles para “no levantar la perdiz” “no pisar el palito” como escuché decirle a mi paciente una vez, una de esas veces, que sin advertir y creyendo que nadie  la escuchaba enunció su temor. “Pisar el palito” es despertar el monstruo, le dije.  Mientras tanto en la tranquilidad de la muerte del cuerpo, en la comodidad del que duerme tranquilx, nadie se entera de nada, salvo unx mismx, ese unx mismx al que le terminamos debiendo la vida, y nos recuerda siempre la deuda de la traición. Y se sufre, porque nada es más perturbador que desoírse. Que creer que se puede vivir sin el estremecimiento de la existencia, sin lo obsceno del deseo, de lo erótico del cosmos, sin la presión de lo abismal, sin el terror al salto.

Ante el deseo se sucumbe, por eso todo el trabajo - con pago a la inversa- para negar o escapar del terremoto, de la masacre corporal que implica el famoso “jugársela”.

Así como no se puede tapar el sol con la mano, no se puede silenciar la potencia deseante con un grito más aturdidor. Porque no hay nada más aturdidor que confrontarse con el deseo. Por eso inútil es  lo que grita más alto para intentar resolver de una manera imposible lo que no se resuelve. Porque la resolución es justamente la planicie, pulsión de nada, de vuelta a sí mismo, quietud mortífera. Si se resuelve se acaba, y si se acaba, todo muy lindo pero se deja de disfrutar.

Me gusta pensar que el deseo no tiene definición, que es puro acontecer de los cuerpos, de las miradas, de las vibraciones, de los movimientos. Fragmento o parcialidad. Un acto que desestabiliza, un ir o un volver. No es con receta, no hay contenido. Ante todo se escabulle y causa. Esto es lo que  aterroriza. Por eso en ciertos casos no se tolera.

El deseo no es ni el conejo, ni la zanahoria, más bien es el empuje, el devenir conejo-zanahoria, es la baba que se le cae al animal, es el miedo de la hortaliza a ser atrapada, son los ojos que miran impaciente esa escena, son las manos que escriben ansiosas este escrito.

 

Es transgresión

Me habla siempre de alguien, que no es ella, que es más mirada, es más suelta, está más caliente. Alguien que no es ella desea. Qué triste manera de resolver su arriesgue. Inventa o mejor dicho proyecta en una otra que es más conejo-zanahoria que ella, su propio temblar. Pero sabe que es mentira. ¿Es lo mío, no? Me pregunta. Quiere que le confirme lo que ya sabe. Otra vez, no lo puede nombrar. Yo no hablo.  Ya la miré cómplice o habilitante una vez, ya le tendí la mano, tengo que cambiar la estrategia. "Siempre es tuyo"; no sé si se lo dije o solo lo pensé. Esta vez no respondí, sostuve el silencio. Que quede como eco su pregunta. ¿Es lo mío?

Ahora en la soledad de quien escribe. Aunque siempre hay soledad en la tempestad, declaro: ¡Claro que es lo tuyo!  Es tu responsabilidad, diría como analista. Pero también algo excede ese lugar y lo abandona. Ahí soy tajante, más bien feminista, tiene que ser siempre nuestro como comunidad. "¿De quién más va a ser?"  Es tu temblor, tu orgasmo, tu grito, tu cuerpo, tu autonomía, tu tiempo, tu risa, tu angustia, tus pesadillas, tus miedos,  tus ansias, tu vida. ¿Dónde estás vos? En la trinchera, esperando, con miedo a la represalia. Entiendo. El miedo a la represalia por la transgresión, por la desobediencia es filogenético, está en las historia de nuestras venas, corre por nuestra sangre. No es fácil salir de la trinchera. La guerra es una imagen del espanto. Y quizás ahí está el problema: la vida como guerra, el deseo como salto. Por eso tu olvido. ¿Y después? Después lo de siempre, lo impredecible de la existencia.

 El desorden efecto del deseo, nos arroja fuera de nosotrxs. Y nos recuerda, o más bien encarnamos, ese puro afecto del desamparo tan primero, el más terrible, el más olvidado. Tan propio de quien no puede elegir, como un bebé o por qué no, un niñx también. Solo a la espera de un otrx que cuide, que alimente, que proteja, que ame, que habilite. El sentirse a merced, la dependencia, la mirada que da existencia; solo un terror tan de pesadilla, de vida o muerte. Como el amor primero, como el deseo.

 Pero si nos acercamos más, ahí en esa pequeña fisura, en esa disfunción o anomalía es dónde acontece todo. Y puedo asegurar que vale la pena experimentarlo. Por eso, mi mirada cómplice y habilitadora. Por eso mi mano que empuja. Por eso mi propia causa en todo este asunto. Por eso yo también devenir conejo-zanahoria, baba que cae, miedo de hortaliza, mirada impaciente, manos que empujan ansiosas y escriben este escrito.

 

*La nota contiene lenguaje inclusivo por decisión de la autora.