Felipe González, Carlos Menem y aquel romance con los militares
Por Juan Carlos Martínez (*)
Uno era jefe del gobierno español, el otro ejercía la presidencia de la Argentina. Los dos habían llegado a la cúspide del poder político por la voluntad popular. Atrás habían quedado las huellas de dos sangrientas dictaduras: la de Franco y la de Videla.
En España la impunidad de los crímenes del franquismo se mantenía (y se mantiene) inalterable, mientras que en la Argentina los militares fueron juzgados durante el gobierno de Raúl Alfonsín, aunque la presión de los cuarteles obligó al presidente radical a ceder con leyes votadas por el Parlamento, una suerte de amnistías encubiertas. Luego, envuelto en un proceso hiperinflacionario, debió dejar el gobierno antes de la finalización de su mandato.
Carlos Menem, su reemplazante, inauguró la presidencia con un imponente desfile militar por las calles de la ciudad de Buenos Aires. Fue la primera señal del romance que en ese mismo instante iniciaba con los militares y que culminó con el indulto a los comandantes del genocidio.
¿Por qué involucramos a Felipe González (foto) en esta historia? Por la participación del entonces jefe del gobierno español en aquel romance de Menem con los militares, una decisión alentada por Felipe y que incluimos en un capítulo en la primera edición del libro La abuela de hierro (1995).
El doble discurso de Menem
Antes de ser presidente, Menem había publicado un documento condenando severamente las leyes de amnistía encubierta dictadas durante el gobierno de Alfonsín. “El único punto final para los asesinos es la cárcel”, escribió en un artículo en el diario La Razón, el 9 de diciembre de 1986.
Tres años más tarde, ya ungido presidente, su postura había cambiado radicalmente. El primer paso lo dio dos meses después a través de un breve anuncio difundido por la televisión: “En esta primera etapa vamos a indultar a los que están sometidos a proceso… a los condenados veremos más adelante”.
El doble discurso de Felipillo
Relacionado con esta historia, el siguiente texto forma parte de un capítulo que incluimos en el libro La abuela de hierro, editado en octubre de 1995.
Contemporáneamente a aquel anuncio, Menem revelaba detalles de una entrevista que acababa de mantener con su colega español Felipe González acerca del controvertido indulto a los militares. Ambos se habían reunido por unas horas en el aeropuerto de Barajas al regreso del presidente argentino de Belgrado, donde había participado de una reunión de los Países no Alineados, cuando la Argentina no había roto con ese bloque para iniciar sus relaciones carnales con los Estados Unidos.
Cuando escuché las declaraciones de Menem revelando la opinión de González tuve la sensación de que el presidente argentino había cometido una infidencia. Dicho de otro modo, se había ido de boca. ¿Qué había dicho Menem? Algo que aparecía como muy grave para un líder político como Felipe González, considerado un hombre “progresista”. Según Menem, su colega español le había sugerido que pusiera fin a los juicios contra los militares por las violaciones a los derechos humanos, además de pronunciarse a favor del indulto a los comandantes del genocidio. El relato de Menem parecía una broma macabra y confirmaba lo que tantas veces se ha dicho: que la realidad suele superar a la ficción. En síntesis, Felipe le había dicho a Menem que en España, a poco de llegar el socialismo al gobierno, él mismo había ascendido a varios militares franquistas y que incluso alguno de ellos había prestado juramento luciendo en su chaquetilla una cruz svástica que el mismísimo Adolfo Hitler le había entregado en tiempos de Franco. “Eso pasó en España y nadie dijo nada, ni siquiera la prensa, y aquí tanto escándalo”, argumentó Menem para justificar el paso que estaba a punto de dar. También estaba dirigiendo un mensaje subliminal a las organizaciones de derechos humanos que se disponían a marchar por las calles de Buenos Aires para repudiar el anunciado indulto. Esa marcha se realizaría al día siguiente, constituyéndose en el más importante acto cívico desde la recuperación democrática. Ese mismo día me entrevisté con Adolfo Pérez Esquivel para sugerirle alguna forma de protesta dirigida a Felipe González por aquellas declaraciones y allí mismo redactamos un borrador que al día siguiente se convirtió en una carta personal del Nobel de la Paz al jefe del gobierno español. Unos meses después, Pérez Esquivel y González coincidieron en uno de los actos programados en Santiago de Chile por la asunción del presidente Patricio Awlin. Cuando González advirtió la presencia del Nobel de la Paz, lo primero que se cruzó por su memoria fue aquella carta, suscitándose entonces el siguiente diálogo:
- Hola, Adolfo, menudo lío has hecho tú con esa carta… pero ya te contestaré.
- Eso espero- le contestó Pérez Esquivel con la misma cordialidad, mientras ambos se estrechaban la mano para mezclarse, cada uno por su lado, en los corrillos formados entre otras personalidades invitadas al acto.
Aquella carta la había entregado yo mismo en la embajada española en Buenos Aires, porque ese día el fax de la Moncloa estaba fuera de servicio. Cumplido el trámite, Pérez Esquivel me autorizó a difundir el texto de la carta en la revista Interviú, que lo publicó en la edición del 12 de octubre de 1989. Un año después, Menem firmaba el indulto para liberar a los comandantes, pero la prometida respuesta de González nunca llegó a manos del Nobel de la Paz. El silencio de Felipe era más elocuente que las palabras de Menem.
Carta a Felipe González
Señor presidente del gobierno de España.
Deseo expresarle mi profunda preocupación a raíz de los juicios que usted habría vertido acerca del indulto a los militares argentinos que cometieron gravísimas violaciones a los derechos humanos, según revelaciones hechas por el presidente Carlos Saúl Menem el 8 de septiembre pasado. El hecho de no haber mediado una rectificación o aclaración de su parte me obliga a tomar esas expresiones como ciertas aunque, naturalmente, con reservas. Me permito transcribir literalmente el contenido de las declaraciones de Menem a su regreso al país, luego de haber compartido con usted una cena en el aeropuerto de Barajas en la noche del 7 de septiembre pasado.
“Antes de fin de año. Nosotros estamos haciendo de esto una cuestión que no tiene sentido. Se le sigue haciendo daño a la República. Me comentaba anoche Felipe González que una de las primeras medidas que él tomó, cuando tomó la conducción del Estado español fue ascender a capitán general a un ex combatiente español y lo puso al frente de un batallón, y ese teniente general asistió a la ceremonia con una medalla de condecoración con la cruz svástica otorgada por el gobierno alemán de Adolfo Hitler, y en esa ocasión nadie hizo ninguna cuestión. Yo, socialista –decía Felipe González- tuve que acatar y aceptar esa situación. Allí no pasó nada, nadie removió el asunto y fue un hecho superado por los españoles. En España hubo indulto con motivo del tejerazo y prácticamente la prensa no se ocupó del tema, en tanto aquí seguimos insistiendo sobre el tema para mantener abierta una herida por donde sigue sangrando el cuerpo de la República.
En verdad, cuesta creer que desde el mundo civilizado, desde el propio escenario europeo que conoció antes que nadie los horrores del nazismo, alguien pueda sugerir, insinuar o simplemente admitir que se eche un manto de olvido sobre delitos que, como los que se cometieron en la Alemania de Hitler son delitos de lesa humanidad y, como tales, imprescriptibles. Es bueno recordar que medio siglo después del holocausto continúa el juzgamiento de los crímenes de guerra. Si la justicia de su país condenó recientemente a treinta años de cárcel a tres policías hallados responsables de la desaparición de un ciudadano, ¿cómo explicar que desde el mismo país pueda avalarse el perdón para los responsables de la desaparición de treinta mil personas? La ejemplar sentencia de los jueces en el llamado “caso El Nani” es todo un símbolo para la jurisprudencia universal, particularmente para quienes venimos reclamando que la desaparición forzada de personas sea considerada por la comunidad internacional como un delito de lesa humanidad. A estas alturas, señor presidente, no puedo ocultar que el indulto anunciado por el actual gobierno argentino es una nueva claudicación de los dirigentes que, como el presidente Menem, han arriado las banderas de los derechos humanos que alguna vez enarbolaron –ahora se demuestra- por simple especulación política. Desgraciadamente, en la postura de Menem se repite la actitud de Alfonsín en el mismo terreno: el doble mensaje, uno para consumo interno, otro dirigido al exterior. Cuando Menem transitaba por el llano político y aspiraba a suceder a Alfonsín en la más alta magistratura del país, escribió uno de los más claros alegatos contra la impunidad de los crímenes: El único punto final para los asesinos -afirmaba Menem hace dos años- es la cárcel. Y agregaba: La única manera de cerrar para siempre las puertas del horroroso pasado es no interfiriendo en la labor del Poder Judicial. La única garantía para mirar con limpieza hacia al futuro reside en la aplicación de la ley. Empero, una vez más, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la humanidad, la razón de estado prevalece sobre el estado de la razón y se la impone unilateralmente, de espaldas a la propia voluntad del pueblo. La libertad de los genocidas supondrá la reivindicación del terrorismo de Estado, echará por tierra el principio de igualdad ante la ley; atentará contra la convivencia pacífica y el sistema de libertades que tanta sangre y dolor ha costado a nuestros pueblos; volverá a poner en riesgo la vida de miles de personas; estimulará el escepticismo ciudadano en torno de la Justicia; abrirá nuevas y profundas heridas en las víctimas de la represión y colocará a la Argentina en un nuevo callejón sin salida. Estoy convencido que sólo alcanzaremos la paz transitando los caminos de la Verdad y la Justicia, sin odios ni rencores, pero sin abandonar jamás el derecho de los pueblos a vivir con dignidad.
Reciba mi fraterno saludo de Paz y Bien.
Adolfo Pérez Esquivel.
(*) Periodista y escritor argentino, autor de La abuela de hierro, libro citado en esta nota. Durante su residencia en España, escribió para la revista Interviú -en este enlace pueden verse algunas notas suyas en dicha publicación, recuperadas del archivo- y colaboró con el diario El País, entre otros medios. Actualmente, sus columnas se publican en Radio Kermés, de Santa Rosa, La Pampa, y en esta AGENCIA.