Mi reencuentro con la abuela de hierro
Por Juan Carlos Martínez (*)
Aeropuerto de Mallorca. Ella es Matilde Artes, popularmente conocida como Sacha. Una de las grandes mujeres de este tiempo. Protagonista de una de las más desgarradoras historias que he narrado en mi libro La Abuela de hierro. Nos reencontramos después de veintitrés años.
Su odisea había comenzado mucho antes. El 2 de abril de 1976, cuando su hija Graciela (24) fue detenida en Oruro, Bolivia, donde participó en apoyo a una huelga de mineros. Ella y Carla, su pequeña niña de poco más de un año, fueron trasladadas a la Argentina en el marco del Plan Cóndor. Confinadas en Automotores Orletti, la niña fue apropiada por Eduardo Alfredo Ruffo, uno de los más crueles genocidas. De Graciela nunca más se tuvieron noticias, aunque se presume que el propio Ruffo fue el encargado de hacerla desaparecer.
Enrique Lucas López, uruguayo, compañero de Graciela y padre de Carla, fue asesinado en Cochabamba por la dictadura de Hugo Banzer. Ambos jóvenes participaban en movimientos revolucionarios que luchaban contra las sangrientas dictaduras que cometían las mayores atrocidades contra sus pueblos.
Desde entonces Sacha, argentina de nacimiento, inició la búsqueda de su hija y de su nieta por todos los rincones del mundo. Ella misma debió escapar de Bolivia para buscar refugio en España, la tierra de sus padres. Allí nos conocimos en 1983 en una reunión de exiliados en las instalaciones del diario Pueblo, de Madrid, dirigido por Vicente Romero, uno de los periodistas que ayudó a Sacha a escapar de la Argentina en 1987, después de haber recuperado a su nieta por temor a que la niña pudiera ser nuevamente arrebatada por su apropiador luego de la aprobación parlamentaria de aquella amnistía encubierta por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
En nuestro primer encuentro en la capital española hace treinta y seis años, Sacha me hizo la misma pregunta que le hacía a quienes llegaban a España desde Latinoamérica.” ¿De dónde vienes y a qué te dedicas? Cuando respondí a su pregunta, sus ojazos verdes se iluminaron y a viva voz me dijo: “Pues me tienes que ayudar a buscar a mi hija y a mi nieta que fueron trasladadas de Bolivia a la Argentina”.
Al día siguiente nos encontramos en su casa del populoso barrio madrileño del Pilar y allí me contó la odisea que estaba viviendo y me entregó las fotos de su hija y la de su nieta. Volví a la Argentina en enero de 1984 y me puse en contacto con Abuelas de Plaza de Mayo que entonces presidía Chicha Mariani, fundadora de ese organismo de derechos humanos. Por entonces, las Abuelas tenían datos precisos sobre el destino de Carla y por esa circunstancia Sacha llegó a la Argentina en julio de 1984 con la firme esperanza de recuperar a su nieta. “En quince días me vuelvo a España con mi nieta”, expresó exultante al llegar a Buenos Aires.
Pero los quince días se convirtieron en dos años debido a los numerosos obstáculos que ella encontraba en los tribunales. Por entonces, la primavera democrática transitaba en medio de toda suerte de obstáculos, especialmente en torno de los trámites para la recuperación de los niños y niñas que permanecían en poder de familias ligadas a los militares.
Otra vez España
En agosto de 1985, Sacha recuperó a Carla. Se encontró con su nieta entre la noche del 24 de agosto y las primeras horas del 25 de ese mes. Dos meses antes, Carla había cumplido diez años. Nueve estuvo en poder de Ruffo. La reinserción de Carla en el seno de su familia biológica marcó su regreso a la vida, al amor y a la libertad.
Abuela y nieta vivieron dos años en Buenos Aires bajo la custodia de policías federales las 24 horas. Los primeros días se instalaron en un hotel céntrico y luego en un departamento de Villa Urquiza, cedido por Cecilia Viñas, otra abuela que también buscaba a su nieta. La presencia de los Ford Falcon frente a la vivienda molestó a algunos vecinos y por esa circunstancia abandonaron aquel lugar para instalarse en un pequeño departamento ubicado en la Avenida de Mayo, al lado del Tortoni, donde abuela y nieta se convirtieron en habitúes cotidianos del tradicional café porteño.
Pero la tensa situación política que vivía la Argentina con la democracia recién recuperada obligó a Sacha a pensar en su regreso a España con su nieta. Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida aceleraron el regreso y así fue cómo puso en marcha el operativo fuga. Decimos fuga porque el juez de la causa le había prohibido salir del país a raíz de los planteos que el mismísimo Ruffo hacía como si se tratara del padre biológico de la niña.
En aquella aventura participó el periodista español Vicente Romero, enviado por la TV estatal que dirigía Pilar Miró para acompañar a abuela y nieta desde Buenos Aires hasta Madrid. Otro periodista que intervino en aquel plan fue Martín Prieto, quien acompañó a Sacha y Carla desde Buenos Aires a Uruguay por vía marítima. Desde la capital uruguaya, abuela y nieta abordaron un avión de Iberia en el que viajaron hasta Madrid, final de un riesgoso periplo que felizmente terminó como había sido planificado.
Testimonio de Carla
En 2012, Carla regresó a la Argentina para dar testimonio en el marco del plan sistemático del robo de niños. Cinco años más tarde, su vida se apagó a los 41 años, a raíz de una cruel enfermedad. Dejó dos hijas, un hijo y una nietita. Dos meses antes de la partida de su nieta, Sacha recibió otro duro golpe: la muerte de Juanjo (53), su otro hijo. Ella nunca más regresó a la Argentina. Mi reencuentro con esta valiente mujer es parte de un sueño que quería cumplir para cerrar una historia en la que me involucré impulsado por mi compromiso como ciudadano y como periodista con las más nobles causas humanas.
(*) Escritor y periodista, director del periódico Lumbre y colaborador habitual de esta AGENCIA y de Radio Kermés, de Santa Rosa, La Pampa. Es autor de varios libros, entre ellos La abuela de hierro, a que hace referencia esta crónica.