Cuando guardemos los barbijos
Por Enrique Martínez | Instituto para la Producción Popular
Los gobiernos populares tienen grandes obstáculos para sacar los pies del plato. Lugares comunes amasados por generaciones aparecen a cada momento, para indicar que alejarse del modelo neoliberal es acercarse al abismo.
Hasta que llegó el Covid19. En tal caso, se le pasa el plumero a keynesianismo y se lo suma a la biblioteca hegemónica. Al fin de cuentas, el escenario práctico más relevante asociado a la implementación de las ideas de Lord Keynes, que fue el New Deal posterior a la crisis de 1929, intentaba poner en marcha el mundo tal cual estaba un minuto antes del viernes negro en Wall Street. Todas y cada una de las medidas aplicadas buscaban reponer la rueda en marcha, con enorme intervención estatal, pero tributaria de los intereses corporativos, desgranándose y desarmándose las iniciativas de corte comunitario en las décadas que siguieron. Franklin Roosevelt fue explícito en varias ocasiones: se trataba de volver a poner el mercado en funcionamiento y subordinarse a sus reglas, con algunos salvavidas de mejor diseño.
El déficit fiscal; la emisión monetaria; la intervención del Estado en ámbitos de producción de bienes y servicios; el control de precios, son tópicos a los que se mira temporariamente con otro lente, porque por un momento no se trata de sacar el Estado del medio, sino de ponerlo a trabajar para que salve el statu quo previo, con el poder económico y financiero comandando, y bien que estaba así.
Repetir esa lógica, sobre todo en los países periféricos, sería hasta perverso. A diferencia de hace un siglo, la pandemia no es un drama que afecte por igual a toda la economía. El poder financiero está intacto; las corporaciones multinacionales que controlan las exportaciones agropecuarias siguen haciendo su negocio; las empresas alimenticias que habían accedido al control monopólico u oligopólico de áreas como los lácteos, el azúcar, los pollos y varios más, se ven fortalecidas por los aportes públicos para asegurar la subsistencia alimenticia, al igual que los hipermercados; las petroleras están en primera fila para conseguir que se subsidie su actividad, a pesar de la caída del precio internacional; las mineras trabajan normalmente; los laboratorios medicinales son cuidados como de cristal.
Como contracara, el 70% de la población económicamente activa está sin trabajar o casi. De ese universo, menos de la mitad tiene un empleador público o privado, que le asegura todo o parte relevante de su salario. El resto, trabajadores independientes, aplicados a servicios personales o comunitarios, vieron sus ingresos reducidos a cero bruscamente, sin tener responsabilidad alguna en ello.
La política oficial argentina es clara al respecto. Se trata de implementar una gama de medidas para que los empleadores puedan pagar los salarios, aún sin actividad en sus ámbitos y que los trabajadores independientes puedan afrontar su subsistencia hasta que aclare.
Esa es la lógica en la emergencia, apelando básicamente a la capacidad soberana de emitir moneda y a otorgar garantía oficial de los créditos bancarios. Con dos riesgos que deben ser superados:
Que los apoyos para la subsistencia no alcancen para la línea base de consumo. Sería un error estratégico que eso suceda. Media salida, en estas condiciones, equivale a ninguna salida.
Que la asistencia económica otorgada sea en buena medida apropiada por los aumentos de precios de los formadores y de los sistemas de distribución y comercialización, situación agravada por la condición física cautiva en que los consumidores se deben mover en espacios reducidos.
La coherencia del camino elegido lleva a concentrarse en esos dos aspectos. Hasta pasar la pandemia. El implícito es que el gobierno confía que si maneja bien esos dos aspectos, habrá luego paquetes de estímulo adicionales y la vida volverá. Como se dijo: si el PBI cayó, volverá a subir. Y eso, se supone, se postula, vale para los datos globales y para cada ciudadano.
Si así fuera, estaríamos cometiendo un error táctico, que se convertirá rápidamente en un error estratégico. Salir del desastre es una meta ineludible. Llegar al mismo país de antes, con las mismas injusticias diseminadas, sería una oportunidad perdida.
El cuadro en la emergencia es claro y no hay mucho que objetar. Solo rogar que los errores sean minimizados y que los que necesiten ayuda del estado puedan superar el trance, sin que bancos o monopolios o intermediarios innecesarios se queden con esa ayuda.
El punto es un minuto después. Si hoy es válido emitir, regular el crédito, orientar el destino de los fondos públicos con precisión y acciones del mismo tenor, debemos utilizar esos mismos instrumentos más allá del tsunami, para abrir espacios diversos que aumenten la democracia económica y perforen el discurso único. Los instrumentos que son válidos hoy, también lo son mañana, si los aplicamos a metas que sumen actores con autonomía y poder a las estructuras productivas, reduciendo la agobiante concentración. Unos pocos ejemplos:
- Fortalecer los recursos e instrumentos de la banca pública para atender a los trabajadores independientes y las pyme de todo el país.
- Habilitar las cooperativas de distribución eléctrica para participar con fuerza en la generación a partir de recursos renovables, incluyendo la diseminación de la generación doméstica.
- Concientizar, capacitar y dotar de recursos a los municipios para que aumente la capacidad local de producción y comercialización de alimentos, junto la diseminación de cooperativas para trabajos de infraestructura y vivienda.
- Transformar el marco de trabajo de las mutuales para que aparezcan unidades que agrupen, capaciten y cuiden a trabajadores independientes en cada pueblo, así como cooperativas de ahorro y crédito locales.
- Apuntalar la producción popular de alimentos, indumentaria, de vivienda social, para constituir redes regionales en todas las provincias.
En cada caso se necesitan modelos, protocolos, recursos técnicos y económicos, acceso de los productores a los consumidores, que deben aparecer como forma de viajar realmente a un país distinto luego de tanta angustia, sin quedarse en el discurso eticista o voluntarista.
Esa sería la manera de aplicar la técnica del yudoka – apoyarse en la fuerza del adversario – para emerger hacia escenarios nuevos, sin limitarnos a reproducir las estructuras pre pandemia, que nos estrangulaban sin necesidad de virus alguno.
En este contexto estratégico, se hace menor discutir un impuesto a los ricos para financiar los gastos que hoy estamos afrontando con recursos estatales, con el agravante que en caso de tener éxito, los ricos recuperarían sus aporte en el ciclo siguiente, si nada cambiara. Por ahora, bastaría que paguen cada peso de impuesto al que estén obligados; se controle y elimine toda evasión o fuga; se evite las posiciones dominantes.
La verdadera transformación, la de fondo, es fruto del agregado de actores productivos y de cambios de situaciones relativas entre los actuales, en la línea anotada más arriba. El drama mundial, a mi criterio, ofrece una oportunidad de hacerlo.
Estamos recuperando instrumentos económicos. No dejemos que eso sea transitorio y al servicio de los de siempre.