Sobre el debate en torno a la economía y la ecología, por Gabriel Mazzei
Por Gabriel Mazzei
A la hora de debatir acerca de cuestiones vinculadas a la ecología y de qué manera ésta se puede articular con el desarrollo económico, se tienen que tener en cuenta una gran cantidad de factores. Ahora bien, para comenzar a dar la discusión, en este caso con Claudio Scaletta, cito textual uno de los planteos del economista.
Scaletta dice: “Mi debate es sobre todo contra las falacias económicas, que fue el punto de partida original de mi interés por la problemática ecológica. Finalmente soy economista, no biólogo ni doctor en ciencias ambientales. No hace falta aclarar que hablo siempre desde la economía. La controversia por los transgénicos, por ejemplo, no se originó por la “transgenitud” de las semillas, sino por el ingreso de un nuevo actor, las semilleras, al reparto de la renta agraria.”
En tanto la subjetividad se construye a partir de diferentes factores (cultura, lugar de nacimiento, época, genes) no es válida la postura de asumir previamente (o presumir) que la subjetividad propia es la más adecuada para finiquitar un debate que se da en diferentes campos. Es importante la humildad del economista que asume argumentar a partir de un sesgo epistemológico. Sin embargo, con reconocerlo y enunciarlo no es suficiente: en tanto Claudio Scaletta es generador de sentido y dialéctica, es un formador de opinión.
La controversia por los transgénicos no tiene un origen específico inherente a la “transgenitud”, sino que representa controversias diversas según la perspectiva, la lupa con la cual se la mire. Si se ve desde el punto de vista de la economía clásica, según nos dice Scaletta, la controversia se originó “por el ingreso de un nuevo actor, las semilleras, al reparto de la renta agraria”. Pero si se ve desde una perspectiva ética-biológica, la controversia reside en si debemos o no debemos, como especie humana, hurgar de tal manera en la manipulación genética (en ser modificadores de la Naturaleza). Por otro lado, si se lo analiza haciendo foco en la evidente problemática que significa la concentración de riqueza (en su sentido más amplio) la controversia reside en quién es dueño de las semillas transgénicas, o si una modificación genética (un descubrimiento científico) es o debe ser susceptible de traducirse en un equivalente monetario y pasar a ser una patente bajo el nombre de un privado. Si se lo ve desde la perspectiva de la salud, no podemos hacer oídos sordos al hecho de que la OMS reconoce al glifosfato como posible cancerígeno, pesticida inherente a la soja transgénica de nuestro país.
“Por supuesto que hay ecologistas serios con los que se puede debatir los problemas del desarrollo, pero no son los que hablan de extinciones, fracking, glifosato y en contra de la energía más limpia que existe, la nuclear, sino que los preocupados en cómo frenar el calentamiento global, reducir las emisiones de carbono o la huella hídrica, todos temas que ocuparán el centro del debate económico durante el siglo XXI, o al menos hasta que el número de la población mundial se estabilice.”
En tanto Claudio Scaletta proviene de una determinada episteme y una determinada escuela, considero inoportuno y no-constructivo el señalamiento sobre lo que debe o no considerarse una ecología seria.
Es entendible la filiación de Scaletta a la ecología que debate los problemas del desarrollo (según lo que él entiende por desarrollo), pero es falaz indicar que existe una ecología que no habla de extinciones, fracking y glifosfato debido a varias cuestiones que intentaré resumir.
En primer lugar, el ecologismo tal cual presentado en la entrevista en realidad engloba y confunde varios conceptos que son, para la historia de la humanidad, relativamente jóvenes. Tomaría mucho tiempo desarrollarlos acá, pero daré algunas pistas. Ecologismo no es ambientalismo como ambientalismo no es ecofilia, ecofilia no es biocentrismo y sin embargo (según lo que Scaletta ataca o defiende) parecieran mezclarse todos sin ton ni son. Por otro lado, hablar de extinciones implica hablar de biodiversidad. Hablar de biodiversidad implica hablar de biosfera. Hablar de biosfera implica biomas. Biomas implica ecosistemas y ecosistemas, finalmente, implica ecología. Puede darse el caso de un ecólogo que elija deliberadamente no prestarle atención al tema de las extinciones, pero eso representa una postura política. En mi opinión, un ecólogo que en sus saberes o producciones no analiza ni tiene en cuenta la problemática de la extinción de especies no es un ecologista serio, es un irresponsable.
En segundo lugar, un comentario al margen: decir que la energía nuclear es la energía más limpia que existe es de una simplificación peligrosa. Asumo que el economista se refería a su factor de emisión (variable que caracteriza a los diferentes tipos de energía y que está íntimamente relacionada con las emisiones atmosféricas) Pero como todo tipo de energía (como toda técnica) la contaminación debe analizarse en todas sus formas. Sí: es cierto que las emisiones de gases de efecto invernadero son prácticamente nulas al utilizar energía nuclear. Sin embargo, sería imprudente no informar ni tener en cuenta otros tipos de contaminaciones; la extracción, manipulación y explotación de un recurso radioactivo implica necesariamente residuos radioactivos (en ese sentido es interesante ver por qué y cómo Europa está desmantelando sus plantas); o los impactos que tiene la instalación de una planta nuclear (paisajistico, ecosistémico, biológico) en un determinado lugar. El mismo debate se da con las centrales hidroeléctricas, ya que en muchos casos ambas técnicas comparten la necesidad de contar con grandes cantidades de agua que generalmente son embalsadas, incluso desviadas de cauces naturales, de ríos. ¿Acaso desviar un río y por lo tanto desertificar una zona no es contaminar?
“Es verdad, la minería “extrae” minerales y la industria petrolera “extrae” hidrocarburos. Hace a la esencia de la actividad. Los yacimientos tienen una duración acotada, unas pocas décadas. Los pozos de petróleo y gas se terminan, los minerales se acaban. Así es la explotación de recursos no renovables. El objetivo de los buenos gobernantes debe ser maximizar “el durante” y garantizar la continuidad de la actividad todo lo que se pueda mediante la prospección y los pozos exploratorios. También utilizar los ingresos extraordinarios que brinda la minería o el petróleo para diversificar la matriz productiva de las regiones.”
Un concepto muy en boga es el del desarrollo sostenible (DS). No por nada la principal agenda de la ONU y de la Unión Europea apuntan, tienen como meta, los famosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS – Agenda 2030). Pero el concepto es muy ambiguo. Algunas posturas (como la del uruguayo Eduardo Gudynas) sostienen que es un concepto plural, en construcción, y que no tiene mucho sentido intentar imponer una definición tajante, taxativa, que se considere como la correcta. Aun así, creo que es interesante observar que, a lo largo de la historia del concepto, cierta idea concebida en sus inicios se mantiene, de una manera u otra, en lo subyacente. Esta idea se puede rastrear en la génesis del concepto y es la que implica “nuestro futuro común”. El Informe Brundtland, publicado en 1987 dice (si se me permite la traducción del inglés): “La humanidad tiene la capacidad de hacer que el desarrollo sea sostenible, de garantizar que el desarrollo satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.”
Considero que los buenos gobernantes no solo tienen la obligación de maximizar el durante, sino también pensar en el después. Y eso conlleva, necesariamente, un cambio de paradigma, de modelo de desarrollo.
“Si bien unos puntos más o menos de regalías son un debate válido, es un error conceptual creer que la actividad minera deja solo las regalías. No hace falta estar a sueldo de las mineras para entender que alrededor de dos tercios de lo que produce una mina queda en la economía local. La minería paga de manera directa los sueldos más altos del país, que promedian los 200 mil pesos, desarrolla infraestructura, redes de proveedores locales y paga todos los impuestos nacionales, provinciales y locales. No hablamos de hipótesis, son hechos, basta con mirar la evolución de los productos brutos geográficos y los indicadores sociales de las principales provincias mineras, mirar los números de Santa Cruz y San Juan.”
El economista Joan Martinez Alier plantea tres pisos de la economía: el financiero, el de la economía “real” (o productiva) y el “real-real”. Dice en una publicación del 2008: “por debajo de la economía real o productiva de los economistas, está la economía real-real de los economistas ecológicos, es decir, los flujos de energía y materiales cuyo crecimiento depende en parte de factores económicos (tipos de mercados, precios) y en parte de los límites físicos.”
Esto nos devuelve al punto central: los sesgos epistemológicos son una condicionante de nuestra subjetividad al abordar una determinada problemática. Scaletta entiende que lo que queda en el país es solamente de naturaleza económica-contable: regalías, PIB, renta. Pero si nos paramos desde otra perspectiva, lo que queda es otra cosa (y es, incluso, lo que no-queda, lo que ya no ocupa espacio ni podrá volver a ser flujo de materia o energía). Esas cosas son los escombros, la montaña removida, los árboles talados que son esencialmente irrecuperables o, en el mejor de los casos, recuperables a muy muy largo plazo.
¿Es plausible talar un árbol que tarda 150 años en crecer por ganar una determinada cantidad de metros cuadrados para plantar soja?
El capitalismo tiene una solución para este dilema (un tanto económico, un tanto ético, un tanto ecológico): fija un precio del árbol. Luego viene un inversor, paga el precio y hace con el árbol lo que se le de la gana. Esto es entender al árbol como un capital natural. Otros modelos o posturas en lo que se refiere a la sustentabilidad plantean la idea del patrimonio natural. Si esto ocurriese, el debate sería distinto y el árbol, muy seguramente, no sería talado en tanto su valor no sería monetario sino cultural, ecológico.
El hecho de que la economía, el progreso, la ciencia y el positivismo sean relatos hegemónicos a la hora de entender nuestro rol en el mundo (se me olvidó mencionar el antropocentrismo, el utilitarismo y demás) no implica que lleven la razón para los debates que se deben dar de cara al futuro.
A mi forma de ver las cosas, lo que opera en la agenda política es el relato de la urgencia. Y somos cada vez más lo que entendemos que es urgente deconstruir no solo el discurso, sino el mismísimo sistema. Y es un camino que, temprano o más temprano, debemos transitar.
Para finalizar querría preguntarle a Scaletta algo que, por mi evidente sesgo profesional, no comprendo (nunca dije que soy ingeniero). Él dice, al terminar la entrevista, que “hay que entender definitivamente que si queremos mayor inclusión, mayor bienestar, necesitamos más dólares. Por eso siempre insisto en que el falso ecologismo es un pensamiento reaccionario funcional al imperialismo, una de las formas más perversas del antidesarrollo.”
En ese sentido, es una realidad insoslayable que Argentina rige su economía por la entrada y salida de dólares. Ahora bien, al disparar contra el imperialismo, ¿plantear una sumisión tal a la lógica del dólar, no es, justamente, un pensamiento funcional al imperialismo mismo?
¿Por qué cree, le pregunto, que Cristina, en su carta de octubre del 2020, hace tanto hincapié en la fatal condición de que "Argentina es el único país con una economía bimonetaria: se utiliza el peso argentino que el país emite para las transacciones cotidianas y el dólar estadounidense que el país -obviamente- no emite, como moneda de ahorro y para determinadas transacciones como las que tienen lugar en el mercado inmobiliario"?