¿Qué hacemos nosotros los progresistas con la basura?
Voy a responder la pregunta de entrada para sacarnos este temita de encima: la separamos prolijamente y dividimos lo orgánico descartado de lo recicable y de lo que es imposible reciclar y que afecta y afectará al planeta por miles de años. Listo, el deber ser ahora puede descansar tranquilo, ya hizo su cuota de bien por hoy. Ahora bien, como sabemos, en un organismo vivo lo más importante es lo que defeca, de lo que se descarta, pues si no lo hiciera se intoxicaría, así para entender la sociedad también son muy importantes los residuos que produce, aquello de lo que se deshace —o desearía deshacerse, pues no resulta tan fácil hacerlo como nos lo imaginamos idealmente —de una familia para entenderla no alcanza con saber qué come ni con qué rituales lo hace, sino también qué tira como basura: allí anidan secretos. Se descubren cosas maravillosas. Como cantaba el ironista de Zambayonny (¿seguirá cantando Zambayonny en esta época tan deconstruida mal?): “Porque lo único que tenemos es lo que cagamos/ Qué mierda de riqueza, dirán, qué cagada/ No entienden nada”.
Cuanto más opulenta es una sociedad o mejor está económicamente, de mejor calidad es lo que tira a la calle (un amigo en Nueva York se amuebló todo el mono ambiente con muebles encontrados en la calle; en Ámsterdam encontré ropa que todavía uso). Yo hurgo en la basura, tal vez no me meto en el container como hace tanta gente durante todo el día, pero sí levanto cualquier cosa si pienso que puede servir para algo —obviamente este algo al que sirve tiene que ser a su vez tan inútil como una obra de arte.
Esta larga introducción nos lleva de manera indirecta a lo que quiero plantear del poblado en el que vivo durante tres meses por año: la basura es todo un tema en la hermosa Valeria del Mar. Como en cualquier otro lado, es un tema del que nadie quiere hablar. Nunca se sabe qué día ni a qué hora pasa el camión recolector (cuando era chico a los recolectores de basura se los llamaba basureros, por lo menos en mi casa se los llamaba así), y no se entiende por qué a veces no se lleva la bolsa del canasto: ¿es muy chica la bolsa? ¿Es muy grande? ¿Cómo saberlo? Para el que no habitó lugares poblados por perros sueltos como ocurre en este pueblito de 5000 habitantes (en verano esta cifra se quintuplica, por lo menos) no va a entender cuál es el problema, porque aquí los perros y los caranchos hambrientos destrozan las bolsas y desperdigan su contenido por todo el parque o la calle de tierra. Nadie barre esos desperdicios despedazados.
Acá el tema no es el contenido de nuestra basura (90 % de plástico y el resto restos de comidas), sino la política que nos damos para que lo que tiramos no perjudique a otros.
Igual, acá el tema no es el contenido de nuestra basura (90 % de plástico y el resto restos de comidas), sino la política que nos damos para que lo que tiramos no perjudique a otros, pues se trata de una localidad “verde” que cuida el medio ambiente y la vida saludable —de hecho, cree que respira el aire puro de un bosque que fue loteado y construido casi en un 99 por ciento, tal su desconcierto (para no hablar de la primera capa de agua subterránea que en varias zonas ya está contaminada).
La calle principal tiene de largo más o menos 7 cuadras, ponele, desde el mar hasta que los negocios empiezan a ralear. Bueno, a lo largo de todas esas largas cuadras sin árboles hay un solo tacho de basura municipal —si bien es difícil imaginar que la localidad tiene un centro, efectivamente tiene un centro (descentrado) por el que se pasean miles de turistas todos los días; allí, enfrente de la rotonda, está el único tacho de basura municipal de todo el centro. Obviamente, el turista que viene a estas playas tiene algo de consciencia ecológica, y no le gusta tirar las botellas vacías o los pañales del bebé en la vereda —es el personaje típico que lo primero que te dice cuando viene de Europa es que allá no ves ni una miga de pan arrojada en la calle, “ellos sí que son limpios eh”. ¿Qué hace el indefenso peatón? Y sí, tira su residuo en cuanto cesto de residuo le sale al paso. Así, día por medio mi cesto de madera con tapa pesada se ve rebosante de todos los desperdicios plásticos que los desprevenidos turistas van acumulando en su caminata sustentable. ¿Y qué va a hacer el pobre tipo con el papelito del alfajor transnacional que se acaba de comer?
Por una política realista de una vida saludable, empecemos por el final: descarte consciente y sustentable, necesitamos más tachos de residuos colocados en la vía pública (continuará con otras revelaciones sobre este sublime rincón del mundo).