Sobre tribus y controversias económicas, por Eduardo Crespo

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    Eduardo Crespo polemiza sobre la influencia de las teorías de FLACSO

Sobre tribus y controversias económicas, por Eduardo Crespo

17 Mayo 2022

Por Eduardo Crespo (UFRJ, UNM) | Foto: Infogremiales

Las ideas son nuestras creaciones más valiosas. Podemos poseerlas pero también compartirlas. Nos unen pero también nos dividen. Según el biólogo Richard Dawkins, las ideas o ‘memes’, al igual que nuestros genes luchan (metafóricamente) contra otras ideas por ocupar lugares en nuestros cerebros y arraigarse como creencias. Pero el autor aclara que las ideas no se transmiten como los genes si como los virus: no son heredables, pasan de persona a persona de modo horizontal y se valen de ‘estrategias’ (por lo general inconscientes para sus portadores) de ‘infección’. La facilidad como una determinada idea se trasmite entre distintas personas y es aceptada o rechazada por ellas, el éxito del ‘contagio’, no obstante, no suele depender de su consistencia lógica o adecuación a los hechos. ¿Cuál es el sustento racional, por ejemplo, de las creencias religiosas? Con frecuencia las ideas devienen creencias compartidas o ‘pandemias’ cuando funcionan como respuestas adecuadas a nuestras necesidades, sean prácticas o simbólicas.

Siguiendo a Kevin Simler y Robin Hanson, las creencias más arraigadas responden a dos tipos de motivaciones: funcionales o sociales1. En términos funcionales es conveniente creer en la ley de la gravedad o reconocer que la ingestión de sustancias venenosas puede afectar nuestra salud. Las controversias sobre este tipo de creencias no suelen ser demasiado acaloradas. Son los saberes imprescindibles para desempeñarnos en nuestra vida cotidiana, aquellos conocimientos que nos auxilian en tareas prácticas, en nuestra vinculación técnica con el mundo material. A diario nos valemos de estas creencias cuando cargamos el paraguas en nuestra mochila en una mañana nublada o estimamos el horario en que debemos tomar el ómnibus para llegar a nuestros lugares de trabajo.

Las creencias con motivaciones sociales, en cambio, son diferentes. No están diseñadas para la actividad práctica ni brindan servicios de naturaleza técnica para operar sobre objetos inanimados. Responden, en cambio, a la lucha por el poder y el reconocimiento. De la adhesión a determinadas creencias dependerá nuestra entrada (o salida) en determinados grupos de pertenencia. Ciertas apreciaciones y juicios de valor otorgan ventajas y oportunidades en las redes de poder por las que transita el sujeto. Los premios y castigos en cada caso dependen de la ‘tribu’ o grupo de referencia. Nuestro espejo tribal nos devolverá imágenes distintas según compartamos o no las creencias del grupo y en relación a la intensidad con que estemos dispuestos a defenderlas. Podríamos hablar lisa y llanamente de creencias funcionales e ‘ideológicas’, entendiendo por ideología no simplemente una “falsa consciencia”, sino un conjunto multifacético de contenidos simbólicos inescindibles de la vida humana en sociedad. Simétricamente, con frecuencia no es por sus ideas que apoyamos a ciertas personas, sino al contrario, apoyamos ciertas ideas porque las profesan determinadas personas. Ocurre que al interpelarnos solemos invertir el orden de causalidad e incurrimos en ilusiones ‘idealistas’.

Es decir, las ideas en abstracto rara vez son determinantes. Lo es el grupo que las reproduce, su pertenencia social, aquello que suele sustentar la identidad. Esta conclusión va al encuentro de la observación de Marx en su Crítica de la Economía Política cuando dice que “no es la conciencia lo que determina el ser social, sino el ser social lo que determina la conciencia.” A modo de ejemplo, no es el contenido intelectual aquello que atrae a tanta gente a las religiones. Éstas echan sus raices en la psiquis humana porque ofrecen una identidad y respuestas simples para enigmas complejos, consolación para nuestros temores más humanos, resguardo emocional frente a las oscilaciones de la vida y sobre todo de la muerte.

¿Cómo saber si una determinada idea tiene motivaciones funcionales o sociales? Un criterio, apuntan Simler y Hanson, es el modo como reaccionamos frente a los cuestionamientos. Cuando nuestra creencia es funcional lo que más deseamos es que nos hagan notar errores y descuidos. Si me estoy preparando para ir al trabajo estaré muy agradecido si alguien me recuerda que hoy es feriado y que puedo quedarme en casa a descansar. En cambio, los cuestionamientos nunca son bien recibidos cuando se trata de ideas que tienen por base nuestra participación en relaciones de poder. Como se trata de creencias que refuerzan la identidad del grupo y del propio sujeto en dicho grupo, “necesitan ser protegidas” de la critica o la falsificación empírica.

Lo más frecuente es matar al mensajero con falacias ad hominem que lo excluyen de la tribu. Aunque nuestros cerebros sean los objetos más complejos y sofisticados de universo conocido, no fueron diseñados para buscar la verdad (aunque a veces puedan encontrar verdades como efecto colateral). Son el producto de millones de años de una evolución donde debieron ayudar a nuestros ancestros en su lucha por sobrevivir y dejar descendencia. Nuestras creencias, funcionales o sociales, están al servicio de esto último. Nuestro cerebro, dice Jonathan Haidt, es mejor abogado que científico2. Otro criterio para distinguir a las creencias sociales es el esfuerzo que hacemos por darles visibilidad, la necesidad que sentimos por exhibirlas y convencer a los demás. Exceptuando consejos útiles, es infrecuente que hagamos campañas o difundamos creencias funcionales en redes sociales. Con las ideas de naturaleza social, en cambio, somos proselitistas. Para proteger una creencia nada mejor que evangelizarla. Como tienen por finalidad nuestra intervención en escenarios competitivos, lo mejor que podemos hacer es difundirlas al máximo y conquistar el mayor número de cabezas posible.

Las fronteras entre ideas funcionales y sociales, entretanto, suelen ser porosas. Creencias prácticas a veces neutrales en las luchas por el poder un buen día pueden politizarse y tornarse controvertidas. Es lo que sucedió, por ejemplo, con las vacunas durante la pandemia. En pocos meses una política deliberada para generar desconfianza convirtió a miles de ignotos ciudadanos en especialistas en farmacología. Despreocupados devoradores de comida chatarra, remedios automedicados o narcóticos ilegales, de repente polemizaban sobre la eficacia de las vacunas ‘rusa’ y ‘china’ y de todas las vacunas. Cualquier contenido puede atender necesidades políticas según la ocasión. En toda sociedad ciertos alimentos, además de servir el paladar, constituyen objetos rituales que refrendan la costumbre y refuerzan lazos solidaridad. Una torta de cumpleaños, el asado con amigos o las milanesas de la abuela, no tienen la exclusiva finalidad proveer proteínas a nuestros tejidos.

Según Robin Hanson las ideas funcionan como la ropa3. Nos vestimos para protegernos del frio o del sol y nos colocamos zapatos para no lastimarnos los pies. La ropa desempeña una función práctica innegable. Sin vestimentas nuestra especie no habría ocupado la mayoría de los ecosistemas terrestres. Pero la ropa desempeña también funciones políticas y sociales. Es un típico demarcador de estatus y grupo de pertenencia. No observamos con frecuencia el espectáculo de jueces o diputados en pantalones cortos ni empleados de oficina en pijamas, aunque seguramente sea más confortable vestirse de ese modo. Con la ropa se delimitan los grupos sociales, desde simpatizantes de determinados clubes de fútbol o grupos de Rock hasta miembros de fuerzas policiales, militares e iglesias.

Es aceptado que las ciencias naturales suelen ofrecer resultados más fiables que sus primas las ciencias sociales. Quizás la diferencia deba atribuirse, al menos en parte, a que suelen tener como objetivo brindar explicaciones sobre el mundo material con finalidades funcionales. Las disciplinas sociales, en cambio, tienen por objeto asuntos generalmente lindantes con las disputas por el poder y la riqueza. Pero alcanza con politizar cualquier asunto propio de las primeras, como sucedió con las vacunas y los debates recientes sobre Ambiente y Desarrollo Económico en Argentina, para que muchos físicos, químicos o biólogos, se enreden en rencillas partisanas apelando a rituales de grupo y modos tribales de argumentar que avergonzarían incluso a muchos sociólogos, economistas y politólogos.

Comúnmente imaginamos que en nuestras tribus estas actitudes son infrecuentes. Siempre los mentirosos y deshonestos son ‘ellos’. Los que justifican “cualquier cosa” según la ocasión y son resbaladizos a la hora de responder cuestionamientos son los otros. ‘Nosotros’, por el contrario, creemos regirnos por la ‘realidad’ y siempre estamos dispuestos a cambiar de opinión cuando las evidencias desmienten nuestras creencias. La mayoría de los estudios del área, en cambio, indican que esta percepción de sinceridad es apenas una ilusión cerebral. Personas honestas de las más variadas extracciones económicas, orientaciones culturales y con independencia de sus niveles de formación intelectual, responden del mismo modo cuando el asunto en cuestión atañe relaciones de poder. Lo hacemos inconscientemente y convencidos de que actuamos con decencia. Según Jonathan Haidt, el grupo de pertenencia funciona como una “Matrix moral”. Y la moralidad, dice, “une y enceguece”. Robert Kurzban, otro especialista en la materia, resume la idea en el título de su libro: “¿Por qué todos (los demás) son hipócritas?”4

La influencia de FLACSO

La discusión política en Argentina no es la excepción. La grieta también enceguece y mantiene encendidos los alertas morales de cada tribu. El debate económico, como no podía ser de otro modo, se desarrolla como una cruzada de buenos contra malos. En esta nota me interesa analizar brevemente el granito de arena moral del “Área de economía de Flacso”, como la denomina Claudio Scaletta. Los investigadores de esta institución lograron instalar en muchos militantes y dirigentes del Campo “Nacional y Popular”, así como en casi toda la izquierda que abreva en el troskismo, un conjunto articulado de memes que se transformaron en creencias compartidas sumamente influyentes en los espacios progresistas y de izquierda. Aunque cuenten con el respaldo de periodistas de renombre y medios de comunicación afines, debe reconocerse que las ideas en cuestión tienen el mérito indiscutible de responder a las típicas necesidades de toda confrontación política: refuerzan la cohesión del grupo, identifican rivales poderosos, detectan las debidas amenazas que se deben enfrentar.

La hipótesis de que la inflación en Argentina responde a la estructura de mercado es una pieza de marketing político brillante. El “capital concentrado”, cuando no se lo controla como es debido, abusa de su posición hegemónica subiendo precios en perjuicio de las mayorías. En este caso, como ocurre a menudo con aquellas creencias que responden a necesidades políticas, es en vano tratar de explicarle al interlocutor que el argumento en cuestión confunde niveles de precios con la tasa de variación de los mismos, es decir, con la inflación. Más improbable aún es que logremos convencerlo de que el capital concentrado con más frecuencia es un producto de la competencia y no su negación. Tampoco cambiará de parecer si apelamos al empirismo sencillo de que el capital se concentra en todas partes y sólo en Argentina parece haber inflación oligopólica. La hipótesis de la inflación por estructura de mercado, como la ‘maquinita’ de emisión monetaria de los liberales, no parece diseñada para pensar (e intervenir sobre) el fenómeno inflacionario, sino como un modo eficaz de identificar culpables. ‘Oligopolios’, la primera, “gobiernos populistas”, la segunda.

Complementando la hipótesis de la inflación oligopólica los investigadores del área económica de Flacso desarrollaron otra arma sumamente ingeniosa para la lucha ideológica: la formación de activos externos es una ‘fuga’ de capitales clasificable como delito. En Argentina “la levantan con pala” y después “se la llevan...” porque tienen “reticencia inversora”, una anomalía extraña que no logramos distinguir de una simple patología. Tampoco llegaremos muy lejos tratando de explicarles que este movimiento del capital tienen el signo cambiado. En otras palabras, los capitales no suelen huir de allí donde la rentabilidad es elevada para localizarse donde es menor. Para acumularse los capitalistas no tienen que perder. Tienen que ganar. Cabe interrogarse, ¿tiene sentido empeñarse en refutar argumentos económicos incorrectos aunque eficaces en la lucha por el poder político? Interpreto que es una pérdida de tiempo discutir estas posiciones como planteos académicos sujetos a falsificación empírica y requisitos mínimos de coherencia teórica. Las ideas de Flacso pertenecen al ámbito moral y allí las reglas de juego son distintas. En palabras de Jonathan Swift, citado por Pablo Malo, “no puedes disuadir con razones a nadie de algo de lo que no fue convencido por razones”5.

La lucha por el poder es invariablemente bilardista. Se trata de ganar y en democracia no gana el que tiene razón. Gana el que tiene más votos. Apelar a argumentos morales sin fundamentos lógicos o empíricos no es patrimonio exclusivo de las coaliciones políticas populares o de izquierda. En todas elección escuchamos candidatos que proponen reducir el gasto público y simultáneamente prometen aumentar el presupuesto de educación, salud o seguridad, mediante el artilugio de combatir la ‘corrupción’. Aunque se trate de planteos inconsistentes debe admitirse que ‘garpan’ en términos políticos porque una porción apreciable del electorado los encuentras razonables. Debe remarcarse, sin embargo, que un argumento económico falso, aunque válido en la disputa ideológica por el poder, no debería tomarse en serio cuando llega la hora de gobernar y decidir la política económica. Traducido en medidas concretas restará, aunque siga sumando como discurso de barricada. La inflación no puede detenerse combatiendo oligopolios ni la formación de activos externos puede revertirse con persecuciones policiales. Si estas creencias se utilizan como diagnóstico para una estrategia de gobierno la derrota estará asegurada.

1 Kevin Simler y Robin Hanson “The Elephant in the Brain. Hidden Motives in Everyday Life”. Oxford University Press, 2018.

2 Jonathan Haidt “The Righteous Mind: Why Good People Are Divided by Politics and Religion” Pantheon Books, 2012.

3 Robin Hanson, “Are Beliefs like Clothes?” https://mason.gmu.edu/~rhanson/belieflikeclothes.html.

4 Robert Kurzban “Why Everyone (Else) Is a Hypocrite: Evolution and the Modular Mind”. Princeton University Press, 2012.

5Pablo Malo “Los peligros de la Moralidad”. Deusto, 2022.