Ningún tipo de lógica, por Eduardo Crespo
Por Eduardo Crespo
La Izquierda Diario publicó el 23 de enero del presente un artículo de Guadalupe Oliverio con el título “El verso desarrollista y su cruzada contra el ambientalismo”, donde la autora realiza una serie de consideraciones críticas sobre quienes objetamos posiciones prohibicionistas en base a argumentos presuntamente ecologistas. En esta nota nos limitamos a comentar algunas de sus afirmaciones.
El texto apela a las alarmas efectistas habituales como ‘cáncer’, ‘agua’ y ‘zonas de sacrificio’. Recurre a emociones, indignación moral y a todo aquello que suena agradable en los círculos progresistas y de izquierda. A modo de ejemplo: “lo que hacen es designar… 'poblaciones de sacrificio' para que sean los trabajadores, los jóvenes y las mujeres quienes paguen a costa de su salud y sus bienes naturales, 'el desarrollo' pero del gran capital extranjero y el FMI.” ¿Por qué serían los trabajadores, los jóvenes y las mujeres quienes pagarían con su salud? Acaso los viejos, los varones y, pongamos, los rentistas, ¿logran eludir los efectos de la contaminación y el calentamiento global? Es habitual entre quienes intervienen en estas discusiones recurrir a argumentos, cancelaciones y golpes de efecto que no tienen ninguna relación directa con el asunto en cuestión. El motivo no es difícil de adivinar: hoy vende más hablar de jóvenes que de viejos, de mujeres que de varones, de trabajadores que de otras categorías.
Dejemos las formas de lado y vayamos a las propuestas. La autora sostiene que “necesitamos expropiar y nacionalizar todos esos bienes y ponerlos bajo el control de sus trabajadores, las comunidades originarias y los científicos…. Proponemos que todas estas empresas entreguen lo que se va a vender al exterior a una institución creada por el Estado, quien es el que comercializa y administra la relación con otros países… Argentina es un país dependiente con numerosos rasgos de atraso, por lo que para salir de esta situación es necesario debatir y planificar qué se exporta, y cómo se produce, para adquirir medios de producción necesarios para elevar el nivel de las fuerzas productivas. Pero esto solo puede hacerse rompiendo con el imperialismo. Sino, el sueño exportador del desarrollismo va a seguir siendo una forma de conseguir dólares para seguir alimentando el saqueo imperialista.”
Para el ambientalismo radical la opción preferible siempre es la prohibición preventiva, porque el Estado, suelen argumentar, no está en condiciones de controlar actividades que conllevan riesgos para los ecosistemas. En este contexto la propuesta puede parecer contradictoria, ¿un Estado que no puede ni siquiera regular tendría en cambio el poder y la capacidad para expropiar a las empresas involucradas y crear instituciones que centralicen el comercio exterior? Seguramente Oliverio piensa que en realidad no se trataría del mismo Estado, hoy subordinado a los intereses de la ‘burguesía’ y el ‘imperialismo’. Un cometido semejante sólo podría realizarlo ‘otro’ Estado, controlado precisamente por trabajadores, comunidades originarias y científicos. La pregunta es obligada: ¿en qué lugar del mundo encontramos este tipo de Estado? ¿Dónde se implementan propuestas así? Argentina, un país como dice la autora “dependiente con numerosos rasgos de atraso”, ¿sería pionera mundial en la materia?
La respuesta es positiva a juzgar por lo que sostiene más adelante: “El problema es que, como advierte el último informe del IPCC sobre el calentamiento global, no podemos perder el tiempo. El cambio climático plantea un reto muy profundo, porque las medias tintas no sirven para solucionarlo”.
Es decir, un país dependiente, al borde de interrumpir pagos con el FMI, con 50% de inflación anual y un PBI per cápita inferior a 2010, debería liderar la transición energética cuando emite menos de 1% de los gases de efecto invernadero. La autora, sin embargo, no desconoce la crítica situación macroeconómica del país cuando argumenta que “el ‘desarrollismo’ mira para otro lado a la hora de plantear una política para terminar con la fuga de capitales por parte del imperialismo”. Lo llamativo es que busque terminar con la salida de capitales prohibiendo su entrada. Tratar la formación de activos externos, no como un fenómeno de naturaleza económica, sino como una perversión moral, o en este caso, como una conspiración imperialista, se convirtió en un lugar común en ciertos círculos de Argentina. Confirman la crítica de Rodrigo Lugones publicada en la Agencia Paco Urondo y cuestionada por la autora: esta agenda “no reconoce ningún tipo de lógica económica”. Tampoco reconoce ningún tipo de lógica técnica o geopolítica cuando imaginan que una revolución podría tener el efecto milagroso de “elevar el nivel de las fuerzas productivas” y “romper con el imperialismo”.