“Agazapado”: la ficcionalización de la memoria
Por Paula Viafora
“Agazapado” es el adjetivo que eligió Juan Carrá para describir al personaje central de su libro. Alerta, al acecho, en actitud de vigilancia, el calificativo nos da, desde antes de la lectura, algunas pistas. El relato, sin orden cronológico, tiene la referencia del año al comienzo de cada capítulo y permite al lector amar el hilo de la historia que tiene dos narradores con intervenciones alternadas.
El nombre real se menciona un par de veces, pero queda oculto en el pseudónimo “El Almirante”, elegido por el mismo, seguramente para marcar distancia. Así quiere que lo llame Adela, la empleada que responde a la búsqueda de una persona para los quehaceres domésticos.
Sin embargo, con el paso del tiempo, ella se va a convertir también en su enfermera y su única compañía, a partir del abandono familiar. Adela vence su miedo e incomodidad inicial y llega a acostumbrarse al maltrato y pésimo humor de su empleador. Con el tiempo extiende su horario y convive con el almirante muchas más horas que con su esposo e hijos. Cada vez que el ramal Sarmiento la devuelve a Villa Celina, va notando las consecuencias de su ausencia.
Esta relación que construye el escritor invierte la lógica de poder. Adela representa a una clase social odiada, sometida y despreciada. Sin embargo, “El Almirante, viejo y enfermo, tiene que reconocer que depende de esa mujer, quien permaneció a su lado más que su propia familia. Es así que debe pedir perdón ante excesos y mostrarse vulnerable para que Adela no lo abandone. En sus múltiples acciones, Adela es también responsable del cumplimiento de su condena con prisión domiciliaria, invirtiendo de alguna manera los roles de otras épocas".
Juan Carrá es marplatense, nacido en 1978, es periodista, escritor y docente universitario. Asegura que su ciudad natal, con lugares siniestros como la Base Naval, fue construyendo en él un imaginario de la dictadura, abonado más tarde por la cobertura que llevó adelante de la causa ESMA. La dictadura se volvió una obsesión y necesitó escribir, eligiendo un formato diferente al periodístico.
Al respecto conversó recientemente con la revista “Haroldo”: “Una de las cosas que me interpelan a la hora de escribir sobre la dictadura es tratar de no caer en los lugares comunes de abordaje del tema; y considero que un aspecto que no tiene mucho abordaje que son los juicios. Los juicios me parecen fundamental como hecho histórico, pero también como hecho social; y el silencio alrededor de esos juicios me perturba y me preocupa. Me refiero a la idea de que estamos teniendo la posibilidad de vivir nuestro Nüremberg, o algo incluso más importante, constantemente en nuestros tribunales, pero las salas de audiencias están vacías y los medios no realizan ninguna cobertura. Así que creo que la ficción tiene algo para contar ahí. Por otro lado, también me interpela la idea de que desde la ficción se pueden contar cosas que por ahí en el periodismo se dificultan más, como esa relación social con el personaje siniestro (..) Me interesa mucho la representación de los mundos civiles en el marco del terrorismo de Estado, la reconstrucción de la cotidianeidad. Creo que falta contar mucho eso, que la dictadura sea el telón de fondo de la vida de una familia común”.
Ficción y dictadura es una fórmula que viene ganando espacio literario en la Argentina de las últimas décadas. Junto a otras expresiones culturales que abordan el tema, tienen implícitamente el objetivo de evitar el olvido, pero a la vez de mostrar hasta qué punto las características de esos años se fue colando por todos los espacios de la vida cotidiana, ya sea que se hubiera tenido relación con el tema en forma personal o no.
De alguna manera, todos fuimos víctimas, aunque muchos intenten negarlo. Quienes no sufrimos una acción en forma directa igual sentimos una herida generacional y la responsabilidad de transmitir como fueron los años posteriores, como se hace para rearmarse, ponerse de pie, dar testimonio en juicios, intentar seguir con la vida frente a diversas miradas, algunas muy lejanas a la piedad.
En este sentido, acompaña el proceso de memoria, abordando ese pasado desde este presente. No se trata de un tema cerrado, terminado, sino de algo que aún está sucediendo. No es novela histórica o relato testimonial sino un género que permite a cualquiera, con la distancia que marca la ficción, plantear interrogantes que se transformen en disparadores para acercarse al relato oficial, identificarse con los personajes, interpretar el pasado y a la vez leer la actualidad. La ficcionalidad, aunque parezca contradictorio, ayuda a sostener a la época en el plano real actual. Sin ella, sería casi como los barquitos antiguos que el almirante encerraba en las botellas, para decorar la repisa.