Alicia Castro sobre Kirchner: "Lo recuerdo apurando el paso, animado y feliz"
Por Alicia Castro*
Cuando asumió Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003, la bandeja de invitados del Congreso ya presentaba los cambios. Entre otros mandatarios, Lula, Chávez, Fidel Castro; era un paisaje nuevo y esperanzador. El cambio era el signo del día y de los tiempos. "Un profundo cambio cultural y social" prometió quien dijo "quiero que se concreten los sueños perdidos". Chávez llegaba a Buenos Aires esperanzado con "los cambios necesarios" ya que estaba comenzando un siglo; Fidel desplegó entre nosotros su estatura de prócer latinoamericano. Y así arrancó Néstor, con alegría, con el mundo y el siglo por delante y dispuesto a reivindicar las ilusiones de la generación diezmada.
Muy poco tiempo después de asumir, realizó su primer viaje a Brasil; me incluyó en una pequeña comitiva de diputados y senadores, junto a Leopoldo Moreau, Julio Solanas, los senadores Jenefes y Gomez Diez, el gobernador de la Sota y el embajador Lohlé. Nestor conversó un largo rato con nosotros en el avión, parado, con su aire distendido y campechano. Nosotros estábamos ansiosos por saber cuál sería el rumbo, que él definió como "ir gobernando segundo por segundo, minuto por minuto, hora por hora..." El encuentro en Brasilia, el almuerzo con Cristina y Marisa, la compañera de Lula, los discursos inaugurales en la tarima sobre el césped del Palacio de la Alvorada, tuvieron, mientras se estaban conociendo, el aire de amigos que se unen para trazar un destino nuevo.
Por entonces, yo integraba como diputada la Comisión Parlamentaria Conjunta de Mercosur en el Congreso y estábamos elaborando los protocolos para crear el Parlamento del Mercosur. Me había interesado tempranamente por la revolución bolivariana y viajado a Venezuela varias veces desde el año 2002 para entender, después del golpe de estado, cómo el pueblo salió a rescatar a su gobierno, a su revolución, a su nueva Constitución, ejerciendo un nuevo modelo de democracia participativa y protagónica. En 2003 presenté un proyecto para que Venezuela se incorporara al Mercosur, consciente del dinamismo político y económico que esa incorporación aportaría al bloque.
En febrero de 2004 volví a ser convocada para integrar la comitiva que viajaba en el Tango 01 a Caracas con el presidente para la Cumbre del Grupo de los 15. Esta vez fuimos con el diputado Miguel Bonasso y los senadores Ramon Puerta y Mabel Müller, Carlos Zannini y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá. La reunión se desarrolló en el gran teatro Teresa Carreño y abordó principalmente el tema de la seguridad energética. También se trató el desequilibrio de la cobertura mediática global y la necesidad de crear sistemas de información alternativos a las corporaciones de los medios. Ojalá hubiéramos atendido oportunamente ese problema.
Eran tiempos de enorme creatividad, ebullición de ideas para construir una agenda nueva y original. "O inventamos, o erramos" nos inspiraba la magnífica frase de Simón Rodriguez, el maestro de Bolívar. En esas reuniones donde fluían la cooperación y la amistad, esos hombres se reconocían, se hacían bromas, se divertían, mientras reinventaban la integración de América Latina y el Caribe que habían soñado nuestros libertadores.
En julio 2004 convencí a Chávez de que viajara a la Cumbre de Mercosur en Foz de Iguazú; estaba desanimado porque creía que Paraguay complicaría la incorporación de Venezuela al bloque. A la salida de la Cumbre, imprevistamente, Néstor Kirchner tuvo la genial idea de llevar a Chávez a conocer Astilleros Río Santiago; nos subió a un helicóptero en aeroparque y aterrizamos en Ensenada. Los trabajadores del astillero, que habían resistido a la privatización menemista y hacía años que sufrían que el astillero estuviera sin actividad, ya estaban reunidos y expectantes. Allí, ya cayendo la noche y en medio de una gran emoción, Chávez anunció que encargaba la construcción de dos buques tanqueros petroleros para Venezuela.
Así Néstor resolvía las cosas. Así, también espontáneamente, se reconfiguraba la complementariedad del bloque regional.
En diciembre de 2004 se realizó en Cuzco -el ombligo del mundo para la cultura incaica- una reunión de doce presidentes de América del Sur, y se constituyó la Comunidad Sudamericana de Naciones, que fue el germen de UNASUR. Allí confluirían todas las iniciativas; era una pista de aterrizaje para los sueños postergados de nuestro Continente: tener una moneda común, sacar las reservas del extranjero y manejarlas en moneda propia, el Banco del Sur, formar una OTAN del Sur -la OTAS- ejercer la plena soberanía energética y alimentaria. UNASUR llegó a tener, más tarde, una institucionalidad supranacional muy sólida y articulada, y un Consejo Sudamericano de Defensa que logró evitar dos golpes de estado en la Región.
En noviembre del 2005 se celebró en Mar del Plata la Cumbre de las Américas, en medio de grandes expectativas y tensiones por el afán de Estados Unidos de imponer el Acuerdo de Libre Comercio. Las presiones eran, como suelen ser, muy grandes; las dudas de algunos, también. Y allí Néstor Kirchner, con un gesto adusto frente a George Bush, de brazos cruzados, dio un excelente discurso -para algunos inesperado- que presagiaba el rechazo al ALCA que sellaron los "tres mosqueteros", como llamó Chávez, jocosamente, a esa conjunción de ideales, a esa alianza indestructible y eficaz que habían construido con Néstor y Lula.
Este acto, profundamente antiimperialista, ha llegado a ser calificado como "la derrota estratégica más importante que sufrió el gobierno de Estados Unidos después de Vietnam".
Una noche de marzo de 2006, me llamaron de Casa de Gobierno para citarme de inmediato; creí que Néstor quería hablarme de un tema aerocomercial que me preocupaba, pero, en cambio, me designó embajadora en la Republica Bolivariana de Venezuela. Pedí instrucciones -"No tengo nada que decirte, ni indicar, andá"- me dijo, sabiendo que ya habíamos conocido, en esos años intensos, el registro de lo que esperábamos, de lo que podríamos lograr.
Venezuela durante esos años cooperó con Argentina, aumentaron nuestras exportaciones e intercambios. El reconocimiento de Chávez y los venezolanos por Néstor Kirchner creció al punto de poner su nombre y decorar con su retrato, después de su partida, la sala de ministros del Palacio de Miraflores.
Cuando evoco a Néstor Kirchner en Brasilia, en Caracas, lo recuerdo apurando el paso, animado y feliz. Nos queda el legado de volver a construir la integración de nuestra región, con la libertad y la alegría que Néstor y Cristina lo forjaron y los argentinos y argentinas merecemos.
* Publicado en el libro "Néstor el Hombre que cambió todo"