El kirchnerismo es el peronismo del Siglo XXI, por Jorge Giles
A 20 años de aquel 25 de Mayo de 2003 que consagró a Néstor Kirchner como Presidente de la Nación, el Kirchnerismo se sigue mostrando como el instrumento argentino más apto y afinado para acompañar al coro polifónico que, inexorablemente, irrumpe en un nuevo mundo multipolar. Esta vez en su aniversario, una multitud se reunirá alrededor de Cristina Fernández de Kirchner, revalidando su carácter de líder y conductora del movimiento nacional y popular.
Así, el pasado y el futuro vuelven a darse un abrazo en el presente y ello configura un escenario esperanzador para este pueblo agobiado que somos desde hace ya un largo tiempo. Celebrar, sostener y profundizar esta esperanza es ahora el desafío.
En un solo trazo definiremos el principal legado del Kirchnerismo en esta historia, según nuestra mirada: la recuperación de la Política como la mejor herramienta de transformación que tienen los pueblos. Todo lo demás viene por añadidura. En la caja de herramientas que nos facilitaron Néstor y Cristina Kirchner recuperamos con la política, categorías que entonces parecían estar en desuso: la rebeldía ante los poderosos, la voluntad, el coraje, la nación y el pueblo, la militancia, la juventud, la justicia social, la soberanía, la igualdad, Memoria, Verdad y Justicia, la movilización permanente, el federalismo, las convicciones, entre otras.
Los 12 años, 6 meses y 12 días que fueron del 25 de Mayo de 2003 al 9 de diciembre de 2015, remozaron en términos modernos y actualizados las tres banderas del peronismo histórico: la soberanía política, la independencia económica y la justicia social.
Ese es el marco conceptual donde se inscriben los distintos mojones políticos que se sucedieron en ese tiempo; habrá que verlos y apreciarlos como hechos relacionados coherentemente entre ellos y no como anécdotas que bailan al compás de los titulares de los medios hegemónicos ni las encuestas de opinión pública. Analizar de ese modo este tiempo nos permitirá medir, tocar, oler, escuchar, en términos concretos, eso que llamamos Proyecto nacional y popular. Obras son amores. Hagamos ya mismo un rápido listado de las acciones del gobierno de Néstor y Cristina que fueron la realidad efectiva de ese tiempo político:
*Se bajaron los cuadros de los dictadores y se recuperó la ex Esma como espacio de la memoria.
*Nos liberamos de la deuda externa con el Fondo Monetario Nacional.
*Se desarrolló una política exterior que privilegió la integración regional con los países de América del Sur: se creó la UNASUR.
*Se defendió activamente en todos los foros internacionales la soberanía argentina en Malvinas e islas del Atlántico Sur, creándose una Secretaría de estado y un Museo nacional que fue el primero en reconstruir, desde y para la democracia, la historia completa de la presencia criolla sobre las islas usurpadas.
*Se estimuló la participación y la movilización permanente de los sectores populares, en especial de la Juventud.
*Se privilegió la obra pública con la construcción federal de rutas, viviendas, escuelas, hospitales a lo largo y ancho del país.
*Se recuperó el poder adquisitivo de los trabajadores y de los jubilados.
*Se consagraron nuevos derechos sociales como la AUH y el matrimonio igualitario, entre otros.
*Se construyó una política de Ciencia que apuntaló el desarrollo científico-tecnológico del país. Por primera vez, el cielo se cubrió de satélites fabricados en la Argentina y se repatriaron centenares de científicos expulsados por las distintas crisis.
*Se elaboraron las políticas de Estado en y desde la Casa de Gobierno y el Congreso de la Nación y no desde los locales oscuros del poder económico real, como se acostumbraba hacerlo antes del 2003.
*Se reivindicó como origen del proyecto kirchnerista la historia del peronismo, la resistencia frente a las dictaduras y la generación diezmada por el genocidio iniciado el 24 de marzo de 1976; se ejerció la defensa inclaudicable de los derechos humanos; “somos hijos y nietos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo”, definió Néstor, y las frases inaugurales de su mandato: “cambio es el nombre del futuro” y “no dejaré mis convicciones en la puerta de la Casa de gobierno”, indicaron desde el arranque de la gestión que se venía a patear el tablero de la vieja política y a realizar con toda consecuencia el compromiso electoral con la sociedad.
*Se tuvo siempre como norte una política económica que privilegiaba el crecimiento y el desarrollo industrial con una justa distribución del ingreso. El fifty-fifty de Perón fue nuevamente realidad con el modelo kirchnerista y los trabajadores alcanzaron a tener el mayor salario, medido en dólares, de toda América latina.
*Se cambió la Corte Suprema de Justicia heredada del menemismo y se inició un proceso transparente para nombrar a los nuevos jueces de la nación.
*Se elaboró de manera democrática y participativa una nueva ley de Medios que intentó poner fin al monopolio absoluto de las grandes empresas mediáticas del poder económico.
*Se decidió no ejercer ninguna represión estatal contra las movilizaciones que a lo largo y ancho del país pugnaban por reclamos sociales básicos derivados de la crisis económica que azotaba el país desde la crisis del 2001. La represión nunca fue la respuesta, sino la política económica y social inclusiva del gobierno.
*Se recuperó y promovió una mirada nacional sobre la historia de los argentinos, cuya máxima expresión fueron los festejos multitudinarios del Bicentenario patrio, la reivindicación de la Batalla de Vuelta de Obligado, la devolución del sable del General San Martín al Museo Histórico Nacional, la creación de Tecnópolis y los Museos del Bicentenario y Malvinas e Islas del Atlántico sur, sumados a una política educativa y cultural que cimentaba una formación liberadora, no atada a la historia oficial mitrista.
A diferencia del proceso político tumultuoso que vivió el país entre 1972 y 1976, con un auge popular que se manifestó con mucha fuerza a partir del primer regreso de Perón el 17 de Noviembre de 1972, esta vez, en 2003, el cambio de rumbo de gobierno se dio decididamente desde arriba hacia abajo, desde la audacia y el decisionismo de Kirchner hacia las bases de la sociedad. Por eso decimos que Néstor fue el que mejor leyó esa etapa y desde allí, empezó a modificar las desfavorables relaciones de fuerza basado en su audacia, su coraje y sus convicciones. Pasamos de la resistencia civil y la represión sangrienta del 19 y 20 de diciembre del 2001, a una nueva primavera democrática y popular con Kirchner presidente, apenas dos años después.
Entender esta diferencia entre ambas etapas regidas por un peronismo de cuño semejante, pero con la dictadura cívico militar y las políticas neoliberales del menemismo en el medio, sumados a la ausencia de liderazgos, es clave para entender la naturaleza de un proyecto político que innovó sobre las formas y el contenido de las políticas de Estado. El kirchnerismo logró, desde el ejercicio del gobierno y del Estado, lo que era impensado en un país que sufrió, hasta ese momento, su peor fractura en tiempos democráticos, en aquel fin de diciembre de 2001; logró, justamente, recomponer el tejido social roto, transformar, con coraje y paciencia, el desprecio que había en buena parte de la sociedad por la política y los políticos, rescatar banderas de inclusión y participación social y a partir de esa acciones de gobierno, se logró recuperar la autoestima del pueblo argentino. Para decirlo mejor: el kirchnerismo, con aciertos y errores, supo calar hondo en la historia y desde allí reconfigurar el proyecto nacional y popular en este siglo. Y un dato no menor: construyó los liderazgos, de Néstor primero y Cristina después, desde la acción militante y movilizadora de sus tres gobiernos.
En esa naturaleza del kirchnerismo habrá que buscar las razones de su permanencia en el tiempo durante estos 20 años, sobreviviendo a la persecución humillante del poder mediático y sojero desde el primer gobierno de Cristina, sobreviviendo la muerte de su fundador y primer presidente, Néstor Kirchner, en 2010, sobreviviendo la derrota electoral de 2009 y la del 2015 y la posterior persecución despiadada del macrismo y el partido judicial contra Cristina y otros renombrados dirigentes populares que pagaron su compromiso con la cárcel, sobreviviendo a la deserción de muchos dirigentes peronistas durante el gobierno de Macri, algunos de los cuales, incluso, enfrentaron electoralmente al kirchnerismo, sobreviviendo a la amplitud generosa e inteligente de ceder la candidatura presidencial a Alberto Fernández en 2019, sobreviviendo al acuerdo remozado del gobierno actual con el FMI contra la opinión de Cristina, Máximo Kirchner y una parte importante del bloque de legisladores nacionales de ambas cámaras, y como si con esto no alcanzara, sobreviviendo al atentado criminal que intentó asesinar a Cristina y que aún no fue resuelto por la justicia. Quizá cuesta darnos cuenta por ser contemporáneos de esta época, pero estamos enfrentando la situación más grave y dramática en la historia de esta democracia de 40 años: el intento de la derecha por reponer la violencia política en la Argentina; ese es el trasfondo del frustrado magnicidio.
El kirchnerismo, en síntesis, se consagró victorioso en sus gobiernos y se templó y consolidó en la resistencia y el llano.
El mundo está revuelto, está agitado, el mundo cruje por sus cuatros costados. El dólar que nos complica las reservas de nuestra economía, está en franca caída como moneda universal de cambio. Los países que integran los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) amplían su composición sumando a otros países y regiones productoras del planeta en reemplazo de la hegemonía unipolar de los EE.UU. La guerra en Ucrania trastoca la paz y la economía de la vieja Europa y el mundo todo. Cambia, todo cambia. Y nosotros aquí, desde la cintura cósmica del sur como dice la canción, con la tierra henchida de riquezas que nos da la madre natura, litio, petróleo, agua, cereales, carne, gas, pesca, esperando el reencuentro del pueblo con un gobierno que, como ya sucedió entre el 2003 y 2015, nos devuelva la certeza de integrarnos definitivamente a ese mundo nuevo que emerge y por sobre todo, con un gobierno que ponga fin al dolor y la vergüenza que sentimos cada vez que vemos a nuestros pibes tan llenos de pobrezas y tan vacíos de futuro.
Como enseñanza iluminadora, quizá otro rasgo trascendente que dejó el paso de Néstor y Cristina por la acción de gobierno, haya sido la claridad que ambos tuvieron siempre para identificar sus adversarios principales y en consecuencia, a su fuerza propia y a sus aliados. Detestaban la ambigüedad y descreían de la neutralidad política. Al pan, pan y al vino, vino. Despreciaban a los mediocres y a los que en nombre de una presunta “objetividad” y de los buenos modales, escondieron siempre sus temores y cobardías para enfrentar a los dueños del poder. Innegablemente, y a su manera, siguieron siendo setentistas en el siglo XXI.
Mucho se ha escrito y profetizado acerca de la efímera vida que tendría el proyecto kirchnerista al culminar sus gobiernos. “Es el fin de ciclo”, pregonaban los medios de propaganda del poder real; incluso lo hacían algunos medios más cercanos y democráticos que se sumaban al coro de la desesperanza. Sin embargo, la presencia de la militancia kirchnerista en las calles y en las plazas, más la conducta inclaudicable de los legisladores kirchneristas, resistiendo a las políticas neoliberales y de entrega de la soberanía por parte del macrismo y sus aliados, más la palabra clara y resistente de las dos veces presidenta de los argentinos, Cristina Fernández de Kirchner, mantuvieron encendida la llama del peronismo hasta construir la victoria en las elecciones de 2019 y por consiguiente, la derrota del macrismo.
Luego vino la fase más compleja que tuvo que afrontar el proyecto liderado por Cristina y que fue su participación en el gobierno presidido por Alberto Fernández, un presidente que llegó a la Casa Rosada sin intención de voto y sólo por la voluntad expresa de quien sí tenía la representatividad electoral y el liderazgo popular suficiente para serlo, es decir, la propia Cristina. La complejidad comienza cuando ese presidente ningunea explícitamente a la vicepresidenta de la nación; no la consulta, no la llama, no la reconoce ni en su experiencia anterior de gobierno ni en las coordenadas políticas que señalaba en cada coyuntura. El punto más álgido de esta contradicción manifiesta detonó con el acuerdo firmado por Alberto Fernández con el FMI y que fue una suerte de reválida del acuerdo anterior entre Macri y el FMI. Ese día se dinamitaron los últimos puentes de entendimiento político entre el presidente y su contrato electoral y entre el presidente y el espacio político que posibilitó su triunfo con los votos. No fue un conflicto enmarcado en eso que en la jerga política se conoce como “la interna”, tal como lo remarcaban falsamente los periodistas que le eran afines por alguna razón. Nunca fue una “interna”, sino que fue una diferencia sustancial entre los que defendían el proyecto de nación soberana conducido por Cristina y juramentado ante el pueblo, y quienes, junto al presidente Fernández, adoptaron un posibilismo extremo y resignado ante el poder real que los llevó a reafirmar el acuerdo inflacionario y entreguista con el FMI, y lo que es peor, sin presentar batallas jurídicas ni reaseguro alguno, pese a ese escandaloso acuerdo con Macri que lo antecedió.
Es en esta circunstancia compleja que sobresale otro rasgo distintivo del kirchnerismo: su responsabilidad institucional. El estruendo más fuerte que ocasionó esta situación fue la renuncia a la presidencia del bloque de diputados nacionales de Máximo Kirchner y pese a ello, no se alejó del bloque ni los ministros kirchneristas patearon el tablero del ejecutivo; pusieron sus renuncias a disposición del presidente y al no serles aceptadas, optaron por continuar con sus responsabilidades de gestión. El recorrido de este verdadero laberinto conllevaba y conlleva para el kirchnerismo el riesgo cierto de mimetizarse con un gobierno poco peronista, nada kirchnerista. Se afrontó ese riesgo con prudencia política y sin bajar ninguna de las banderas fundacionales del proyecto. Es una paradoja en la historia de una democracia pronta a cumplir 40 años: sostener el andamiaje democrático de un gobierno con el que se tienen severas diferencias. Y todo ocurre a la luz del día. La continuidad de la centralidad de Cristina en el escenario político nacional es el fiel de esta balanza. Habrá que poner las cosas en su justo lugar con la participación y la decisión del pueblo en las calles y en las urnas.
Sólo así no habrá proscripción que valga contra el peronismo por parte del partido judicial. Sólo así cumpliremos con la palabra empeñada ante la memoria popular. Sólo así desterraremos la violencia política impulsada por las cuevas del poder y restauraremos el pacto democrático suscripto hace ya 40 años, nuevamente roto con el intento de magnicidio contra Cristina. Sólo así volveremos a reconstruir una gobernabilidad con el pueblo adentro, como señala permanentemente Cristina. El tiempo que viene es de transformación, de cambios en los sujetos sociales del país que vendrá y de una nueva dirigencia que sea digna heredera de aquella generación diezmada.
Cristina, como antes Néstor, sigue enseñando y demostrando que mientras haya rebeldía frente a los poderosos, los de cabotaje y los de afuera, habrá kirchnerismo por 20 años más; al fin de cuentas, esa es la verdadera naturaleza del peronismo, la rebeldía.