Libertad, Cultura y Pensamiento

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PENSAMIENTO NACIONAL LATINOAMERICANO

Libertad, Cultura y Pensamiento

24 Julio 2023

La cuestión de la cultura ha provocado diversas formas de abordaje dependiendo del ámbito que trató analizar. Una forma fue la consideración de la cultura vinculada a los procesos de desarrollo de las naciones europeas y sus identidades. Esto fue tan determinante que las “edades” históricas se han periorizado en relación a estas diversas formas de emprenderse los comportamientos humanos, sus relaciones con lo sagrado, el arte, la comida. Hablamos así de edad antigua, medioeval, modernidad. Son formas culturales que determinan períodos históricos.

Este eurocentrismo cultural ha llevado a hablar de “china medieval” estableciendo las diferenciaciones en el Antiguo Oriente en relación a las experimentadas en Europa. Por tanto, a partir de determinados modelos culturales se han universalizado los análisis dificultando el examen profundo de las identidades de las distintas comunidades humanas. Así las cosas, mientras en algunas se ha analizado su convivencia desde la cultura y la historia, en otras su especificidad ha estado abordada desde perspectivas etnográficas. 

Estos modelos no son ingenuos ya que la primera consideración de las comunidades, mediada por la cultura y la historia, fue aplicada a diversos escenarios por asignar a sus procesos características valorativas universalizables; la segunda perspectiva, en cambio, ató los valores de las comunidades a la geografía y el territorio limitado. 

Este modelo a la vez que hacía universalizables determinados valores y restringía otros, trasladaba esta lógica a la territorialización. ¿Qué significa esto? Por ostentar determinados valores capaces de alcanzar la totalidad, una comunidad podía disponer del territorio de aquellos cuyos valores eran restringidos al límite de la geografía de la etnia. De allí que abordar el estudio de determinadas comunidades desde las ciencias históricas y otras desde las etnográficas fue el proceso de naturalización de la expansión colonial. Ésta estuvo movida indudablemente por la codicia y también por el afán de conocimiento y aventura. Pero la posibilidad de intervenir en los espacios de otros posee siempre como background el problema de autocomprenderse como poseedor de un patrimonio cultural que debe ser trasladado a otras comunidades para que alcancen su desarrollo auténticamente humano.

Este mecanismo gozó de una particular amplificación por la sacralización de los valores puestos en juego en la expansión colonial europea. No hay imperio sin dioses que lo sostengan. Aquí aparecerá un uso de la religión que no es deshonesto en el concierto de la panorámica del tiempo en que sucedió, pero con perspectiva histórica debemos reconocer  su apropiación como idolátrica. Es un dios del que se dispone para la grandeza de la nación. Así, el príncipe, cuida la religión y la expande porque ella garantiza el engrandecimiento de la nación. El fin de la religión y sus dioses es la nación.

Sabemos que este mecanismo fue denunciado en la época de la conquista por célebres sacerdotes como Bartolomé de las Casas, que clamaba por el cuidado de los habitantes originarios y de sus templos ante el despojo y la violencia. 

Estos modelos de intercambio entre las comunidades tienen como punto de partida un paradigma en dónde la unidad es concebida como un todo de características monolíticas. Desde un centro de poder se estructura y legitima la totalidad.  Aquí es importante considerar un aporte fundamental del pensamiento judeo- cristiano a la noción de unidad. Discernimiento decisivo para la cuestión metafísica. Para Israel, Dios llamó a un pueblo para constituirlo “su pueblo”. No encontramos en el Primer Testamento (prefiero esta denominación a la de Antiguo Testamento) una especulación sobre lo divino, sino que se nos ofrece la identidad de Dios en relación a la humanidad, a un pueblo, a la historia. Un Dios en salida, en relación. Poco o nada sabemos de Dios fuera de lo que se manifiesta en esa relación. Fuera de ella no hay sino nada y vacío, de los cuales hablamos, nuevamente, desde referencias y analogías. En el Testamento y la tradición cristianas esto es llevado a una riqueza particular poniendo la relación en la misma identidad divina a través del misterio de la Trinidad. Todo este proceso permite considerar lo Uno como relación y acogida de lo plural. Lo Uno, entonces, no se opone a lo plural, sino que es su posibilidad en la medida que el factor de integración sea el amor. De hecho, Dios mismo es considerado como amor (Cf. IJn 4). De lo contrario la pluralidad generará nuevas hegemonías que pretenderán garantizar el equilibrio y la integración. Nuestro tiempo es de reconocimiento de derechos, pero también de pretensiones hegemónicas. Los discernimientos de estos movimientos internos en nuestros procesos culturales son desafiantes y comprometedores. Y aquí, el modelo teológico, impacta en la comprensión social. Es el amor lo que logra liberar.

La única garantía del intercambio entre comunidades, que legitima el diálogo entre sus valores, es el respeto y, finalmente, el amor.

Ha sido siempre un desafío “pensar América”. La cuestión es desafiante porque esa palabra, pensar, ha definido un modo de conocer racionalizante que no es el que ha definido la característica fundamental de los pueblos originarios. En efecto, mientras en la forma de comprenderse a sí mismo occidente, la libertad se ha considerado como dominio y transformación del entorno. En nuestras tierras, los pueblos originarios se autocomprenden en un sistema de relaciones con la naturaleza que no involucran el dominio como agente de transformación. El camino de una visión llevó a la autonomía de la libertad, la otra al despliegue de la realidad humana dentro de un sistema de alteridades. “Pensar” América, comprender Abya Yala, es reconocer que finalmente somos un complejo encuentro de autonomía y alteridades.

Esto es fundamental para sacar lo americano tanto del arcaísmo como del colonialismo. Pensarnos es reconocernos en una racionalidad simbólica que debe reflexionar, sentir, crear, desarrollarse en relación. 

La mesa 4 del Congreso que hemos celebrado ha tenido este desafío decisivo. Poner sobre la mesa las exigencias de un pensar americano. Pero un pensar que no trate a nuestro continente dentro del mero mundo de los objetos de conocimiento.

En este sentido, pensar lo propio es siempre un acto de autoconciencia y exige implicarse en el problema. Por eso es, finalmente, un pensar movido por el amor. ¿Es posible conocer y amar? El enciclopedismo ha intentado separar ambos actos humanos haciendo del conocimiento un mecanismo reducido a lo puramente conceptual. Se trata de un conjunto de conocimientos útiles para administrar las cosas con rigor. El capitalismo dará a este modelo un giro decisivo validando el conocimiento, y la verdad misma, para la producción.

Sin embargo, no se puede conocer lo propio así. Es necesario reconocer una serie de tensiones que no se resuelven en una síntesis superior y que permanecen dando a la vida misterio y profundidad.

América profunda, fue la célebre obra de Kusch donde nos enseñó que hay una hondura en la vida de los pueblos que no es posible ser conocida mediante la reducción de los datos a las ciencias empíricas. Los recursos etnográficos nos permitirán descubrir la utilidad de una apacheta y su forma de elaboración, pero no nos permitirán reconocer y custodiar el valor que eso posee. Para eso hace falta entrar en comunión.

Este también ha sido un esfuerzo en nuestras reflexiones: establecer lazos con lo pensado, comprometernos con esas trayectorias, descubrir su verdad, dialogar con ella. Es ahí cuando el pensar las culturas no se torna riesgoso para sus identidades. Si pienso para ganar supremacía, el otro, la otra se vuelve adversario/a; si pienso para modificar mecanismos de producción vuelvo objeto manipulable aquello que conozco. Así podemos descubrir que es necesario pensar para asombrarnos ante la verdad poseída, y esto lo que posibilita la mirada sobre lo distinto. 

Esta visión no debe renunciar a la evidencia de que todo encuentro produce transformaciones. Es ingenuo pensar que el contacto, aún movido por el amor, sea inocuo. Siempre modifica. Hoy nos situamos frente a situaciones diversas ante las que nadie queda indemne. El desafío es que esa transformación evite quedar atrapados en la lógica del dominio, la manipulación y el uso.

Es muy difícil que la propia identidad sea custodiada en el encierro, pero debe ser un desafío constante cuidarla en procesos de globalización. Custodiarla no es impermeabilizarla, sino garantizarle un sistema de porosidad que le permita recrearse, enriquecerse, y reconocerse ante tiempos de cambio y vértigo.

Este ha sido, finalmente el objetivo de nuestro encuentro, pronunciar una palabra de identidad de modo público, pues no hay posibilidad de ser felices cancelando la posibilidad de reconocer el parentesco que nos vincula como miembros de una comunidad. Finalmente nos permite caminar reconociendo que estamos llamados a transformar sabiendo que partimos de un regalo, de algo que no nos es disponible de modo absoluto. Como decía Héctor Viel Temperley: 

 

Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.

Gracias doy a tus aguas porque en ellas

mis brazos todavía

hacen ruido de alas.

 

* Facultad de Teología- Pontificia Universidad Católica Argentina