Memorias del espanto, por Jorge Giles

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Memorias del espanto, por Jorge Giles

24 Marzo 2022

Por Jorge Giles 

Aquel 24 de marzo de 1976 fue el día del espanto; y no todos lo sabían o entendían. Los tanques y los fusiles de las Fuerzas armadas y de seguridad apuntaron sin disimulos contra sus verdaderos mandantes: los hombres y mujeres de esta patria que somos; es decir, el día del espanto fue cuando el Estado apuntó y disparó contra la encarnadura de su propio pueblo en eso que luego conocimos como “Terrorismo de Estado”.

Mientras tanto, miles de hombres y mujeres iniciaban el camino hacia las tinieblas y otros miles aplaudían o miraban en silencio absoluto. Que cada uno y cada quien se haga cargo de qué lado de la historia estuvo. Pero lo único cierto fue que el único mandante volvía a ser la vieja y renovada  oligarquía.    

Contra la conjetura borgeana de que “no nos une el amor sino el espanto”, hay que decir que aquella vez el espanto se impuso al amor y a la unidad partiéndonos en mil pedazos, en mil fragmentos de una historia y un espacio que supo ser un pueblo, una nación, una memoria colectiva. Había que refugiarse como se podía en un país que se había quedado huérfano de conducción el día que se murió Perón; aunque era un país que ya llegó desunido al momento del golpe más letal y sangriento que hayamos conocido. 

Nos duele este día como pocos. Nos desborda de ausencias. 

Cada militante de ese tiempo, cada compañero y cada compañera de esa generación diezmada, arriesgaban su vida por la patria, sufrían por la patria, peleaban por la patria, amaban por la patria. 
Ninguno venía de ofrendar su suerte por un lugar en una lista electoral o en la fila de candidatos a funcionarios de ocasión. Con aciertos y con errores vivieron sus vidas al galope y enfrentaron la muerte con la patria en la garganta, en los puños, en sus convicciones, en la soledad de los calabozos y en la mesa de torturas. 

Este día concentra todo el dolor del mundo en un mismo momento y lugar. Y como suele ocurrir con los pueblos cuando escriben su historia a cielo abierto, todas las heridas vuelven a sangrar y el llanto se hace grito y canción en la consigna callejera y no nos han vencido, cantamos, y entonces logramos el milagro de construir cultura con nuestras propias huellas. 

Gracias Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, gracias a todos los organismos de derechos humanos, gracias a la clase trabajadora con sus luchas abiertas y clandestinas, gracias eternas porque ellos fueron la única vanguardia en esta larga lucha. Pero vale el esfuerzo en este tiempo que corre, ir un poco más allá del dolor que nos provoca la memoria, para aprender de nuestra propia historia, de sus lecciones, de su presente absoluto.

¿Qué cosa volveríamos hacer y qué cosas no? Por ejemplo.  Este 24 de marzo haremos el intento por aportar un gramo al menos a esta reflexión en medio de un país que, aunque nos pese, tiene más hambre, más dependencia externa (acuerdo con el FMI mediante), más desocupación y más despolitización que aquel país de  los años 70. 

Hacer memoria es hablar que “fueron 30 mil”, pero también hablar del país que provocó esas muertes. Hacer memoria es hacernos cargo de lo que fuimos y queremos ser. 

Arranquemos tirando un primer leño al fogón en esta ronda de palabras. 

El peronismo nació en 1945 como la contracara de la oligarquía argentina. Hizo honor  desde su génesis, a su continuidad histórica como movimiento nacional y popular   identificando como su enemigo principal a la fracción de la clase dominante que fundó el país de la dependencia. Y, obviamente, coligó indisolublemente a la oligarquía local con su principal sostén externo, los Estados de Unidos de América. 

Alguna vez fue Inglaterra, el usurpador de Malvinas, ese imperio sostén de nuestras clases dominantes. Concluida la segunda guerra mundial, fueron los EE.UU. 

Por eso “Braden o Perón” no fue sólo un slogan de campaña electoral, sino la etiqueta fundante del nuevo movimiento liderado por Juan Domingo Perón, acompañado por la inmortal Evita.  
La experiencia de “los días más felices” habría de durar poco menos de 10 años en el calendario; aunque en la memoria popular iba a persistir la evocación de esos días hasta ahora y quizá por siempre.  

Después de un largo destierro de 18 años, con Perón en el exilio, el peronismo vuelve al gobierno en 1973 con la consigna de “Liberación o Dependencia”. Sin embargo, y pese a la claridad conceptual de esa consigna, el enemigo rápidamente se mimetizó y dejó de estar identificado nominalmente con la contundencia con que lo estuvo hasta 1955 e incluso durante la resistencia peronista contra los gobiernos dictatoriales y anticonstitucionales. Fue la época signada por otro mandato político: “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. 

¿Dónde estaba el enemigo en esos años tan intensos? ¿Dónde quedó la brújula que marcó nuestro norte en tantos años de resistencia? ¿Acaso creímos que el enemigo estaba adentro de la casa grande que nos cobijaba a todos y todas? ¿O acaso creímos que el enemigo ya se había retirado derrotado a sus cuarteles de invierno? 

El golpe cívico-militar, sangriento y vengativo, se produciría más allá de nuestras dichas y desdichas como pueblo organizado, porque la historia enseña que en la Argentina, las clases dominantes, su oligarquía, no aceptan ni aceptarán jamás “ceder” el poder al pueblo. 

Pero eso no evita hacernos cargo que la división del campo popular y el desacople de la dirigencia gubernamental con ese mismo pueblo preludió la tragedia y favoreció al enemigo. 

El verdadero enemigo seguía siendo la poderosa oligarquía, agazapada, difusa, asociada a empresas trasnacionales, atrasando el reloj de la historia a la espera de crear las condiciones para un nuevo zarpazo contra la democracia, contra el pueblo, contra el peronismo. Muchos dirigentes, amanuenses o inocentes,  perdieron de vista lo anteriormente afirmado: esa clase social, dominante desde Rivadavia y desde Mitre, no estuvo ni estará dispuesta jamás a compartir el poder político con sector popular alguno. Se diferencia precisamente de otras clases o fracciones sociales anti populares, en que esa oligarquía se siente dueña del país de los argentinos y por tanto, su única conducción. Cualquier parecido con la actualidad no es pura casualidad. 

Así quedó constituido antes de 1976 un bloque oligárquico que juntaba a todos los grupos económicos, locales y extranjeros, dispuestos a dar el golpe y aceptando por acción o por omisión la conducción “natural” de ese proceso: la oligarquía de la pampa húmeda. 

La Embajada por detrás, los capitales extranjeros asociados con la oligarquía, por delante. Y en la conjura de esta alianza estratégica y anti nacional un conjunto de factores sociales, civiles, militares, mediáticos y religiosos,  que justificaron el golpe en sus vísperas; y después también. 

Estamos queriendo reafirmar que el 24 de marzo de 1976, a sangre y fuego, se impuso una alianza de clases que sustentó hasta sus últimas consecuencias, un modelo de país que desprecia todo lo nacional y popular, el valor del trabajo, del empleo, del consumo interno, de la cultura, del desarrollo autónomo, de la libertad. Venían a barrer de la faz de la tierra el país de la chusma populista y refundar para siempre el país de la oligarquía.

Por eso la ferocidad inédita de ese golpe. Por eso no fue la repetición cansina de otros golpes de estado. Por eso la invención del recurso represivo de la persecución masiva de compatriotas. Por eso los 30 mil. Por eso las fuerzas armadas fueron adoctrinadas y empoderadas por el poder económico real para que se sientan absolutamente impunes y estimuladas para matar, para mutilar, para torturar, para perseguir, para tirar gente al río o al mar, para eliminar, en definitiva, a ese otro país que era peronista. 

Las nuevas generaciones tienen el derecho y el deber de conocer este origen de clase y este entramado civil del golpe más sangriento de nuestra historia y transmitirlo socialmente para que sepamos de una vez por todas que ese poder real sigue vivito y coleando entre nosotros . No está preso ni debidamente identificado; camina por las calles libremente; incluso gobernó la Argentina por el voto democrático de 2015 a 2019; sigue acumulando fortunas; sigue desestabilizando gobiernos populares; sigue  imponiendo su modelo económico de deuda, fuga y excedentes financieros; sigue preparando la telaraña del odio con total impunidad, en vivo y en directo. Si no fuera apreciado así, el repudio al golpe de 1976 sólo sería un altar de lugares comunes, donde se conjugan el dolor por lo perdido, con el repudio acotado a los uniformados de bayoneta calada y picana eléctrica. 

El golpe del 24 de Marzo de 1976 inauguró así los cimientos del país de la valorización financiera, del reinado de los bancos y las cuevas, de la fuga de capitales, de la deuda externa, de la estatización de la deuda privada, de la importación y la destrucción de la industria nativa. Hay que mirar en esos años la traza de la fortuna de los Macri, por ejemplo, para comprender el mayor crimen cometido por la dictadura. Ese crimen neoliberal sigue impune y el cuerpo del delito siguió presente sobre las espaldas de los gobiernos democráticos que vinieron después de 1983. 

Tamaña tarea nos espera: recuperar las huellas liberadoras que dejaron Néstor y Cristina para profundizarlas y consolidarlas. 

En su ya célebre Carta Abierta, Rodolfo Walsh advertía el verdadero holocausto que se estaba produciendo a un año del golpe. Su denuncia no era solamente por el horror que sufrían nuestros cuerpos en las mesas de torturas, en las catacumbas de la Esma y Campo de Mayo y todos los centros de detención clandestinos. Lo que más le dolía, era el país del espanto que sufría el pueblo trabajador que se desangraba en la miseria y el hambre. 

El olvido de tanta destrucción causada por la oligarquía sería imperdonable para nosotros y las próximas generaciones. Tanta sangre derramada debe alumbrar un país donde el “Nunca Más” sea válido tanto para la represión genocida como para los grandes grupos de poder económico que usurparon la democracia una y otra vez. 

Repasar esta lección de la historia, es reafirmar que no hay avance ni progreso social ni soberanía, si nos confundimos de enemigos o lo que es peor, si no lo identificamos correctamente en cada etapa, en cada coyuntura. No somos todos amigos. Somos parte de un proyecto de país que tiene los años de la patria, con sus amigos y sus enemigos, con sus amores y sus dolores, con sus victorias y sus derrotas.  Nos duele este día como pocos; nos desborda de ausencias, dijimos al iniciar la nota.   

Para eso sirve la memoria, para fecundar un proyecto político que nos exprese digna y soberanamente en el presente. Ese es el verdadero mandato de los 30 mil. Para eso sirven los movimientos populares y sus gobiernos. Para eso sirve tener patria.