Banda sonora para un golpe de Estado: alegato geopolítico del jazz en el Congo

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Banda sonora para un golpe de Estado: alegato geopolítico del jazz en el Congo

21 Febrero 2025

Década de 1960. De los ecos de la revolución cubana al surgimiento del movimiento de países no alineados, pasando por el intento de crear los Estados Unidos de África, hasta que en febrero de 1961 un grupo de artistas irrumpe en una asamblea de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Protestan contra el asesinato de Patrice Lumumba, primer líder de la República Democrática del Congo, recientemente independizada. El documental Banda sonora para un golpe de Estado -Soundtrack to a Coup d´Etat en inglés-, nominado a los Premios Oscar, toma el episodio como punto de partida para presentar, a lo largo de dos horas y media, una crítica a la política imperialista de descolonización de los países del norte.

Meses antes, varios países africanos independizados se incorporaron a la ONU. Con el fin de mantener el control sobre la riqueza del otrora Congo belga -antes conocido también como Zaire-, Estados Unidos, por decisión de Dwight Eisenhower, se alía a Bélgica. Ambos temen perder el acceso a una de las mayores reservas de uranio, vital para la producción de armas nucleares -principal fuente del Proyecto Manhattan-. En ese contexto, EE.UU. decide enviar a diversos “embajadores” artísticos del jazz para distraer. De esa misma manera, del Congo a Harlem, y viceversa, la obra cinematográfica de Johan Grimonprez utiliza al género para estructurar su relato a través de un montaje experimental.

Grimonprez articula diversos recursos, tales como material de archivo, entrevistas y hasta gráficos, para plantear un análisis exhaustivo de los orígenes de la inestabilidad política y económica de naciones africanas y asiáticas hasta hoy explotadas. Es una narración densa, que subvierte simplismos, hilvanada y alivianada a través del jazz. La infinidad de figuras políticas y musicales, y de datos y acontecimientos, es manejada laboriosamente por el trabajo de dirección y edición, logrando al mismo tiempo homenajear e informar. De todas formas, Banda sonora para un golpe de Estado merezca, quizás, más de un visionado.

Tan de moda hoy en día, y siempre con acusaciones cruzadas, una de las polémicas del documental es sobre el “soft power” a partir del rol de artistas como Louis Armstrong y Nina Simone, entre muchos otros y otras, para influenciar en otros países -como justamente ocurre primero en Congo- mientras contrataban mercenarios y presionaban para derrocar procesos independentistas. El gobierno estadounidense los utilizó, a sabiendas o no, como pantalla para lavar su propia imagen. 

Uno podría alegar que la conexión no era directa y que la pieza es ambigua sobre las acciones de los artistas, matizando cierta complejidad en la personalidad. Sin embargo, de una forma u otra, los músicos se convirtieron en actores políticos. El dilema fundamental era más profundo que tomar simple conocimiento: ¿cómo representar a un país, que se pretende alejado del racismo, cuando la segregación racial seguía y sigue siendo la ley?

Es una obra tan brutal como ligera y cómica, por su ironía, con un núcleo tan atrapante como cualquier novela o película de espías. De hecho, no sólo vemos en pantalla a Andrée Blouin -asesora de Lumumba que sobrevivió a varios intentos de asesinato alrededor del mundo- sino también agentes de inteligencia y mercenarios que recuerdan operaciones, lo que remite a The black power mixtape y la historia del movimiento negro. Queda claro que la violenta política internacional no ha cambiado mucho, sino que -por la inclusión de marcas como Tesla o Apple- la lucha por la riqueza de África continúa vigente.

Cabe destacar que titular “banda sonora” implica, desde el vamos, que la música será más que un simple apoyo habitual, incluso mayor que una relación sutil con imágenes. Es el uso del jazz como un actor en sí mismo de la situación. No sólo evocan los climas de alegría y tensión sino que, además, esos ritmos interminables y patrones y progresiones armónicas permiten entrelazar los diversos elementos volcados con precisión y de forma muy orgánica, prescindiendo casi en su totalidad de la voz en off -salvo en contados momentos-.   

En ese sentido, en Banda sonora para un golpe de Estado la libertad que representa el jazz como género se contrapone al proceso trunco de la República Democrática del Congo. Podría decirse incluso que es un escalón superior de cine histórico, dado que no es meramente informativo o una simple historia sino que aprovecha todas y cada una de las herramientas disponibles. Por eso, puede decirse que es mucho más que un documental. Es un alegato geopolítico en formato jazz contra el colonialismo de ayer y hoy.

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