Caos - Los crímenes de Manson: contracultura, conspiraciones y el fin de la Era de Acuario
Corría 1999 y se acercaba el trigésimo aniversario de los asesinatos del clan Manson. Tom O´Neill, en ese momento periodista free lance desocupado, recibió el encargo de la revista Premiere para escribir una nota sobre el tema. O´Neill lo tomó por pura necesidad y, casi sin querer, se encontró con líneas de fuga inexploradas y un turbio panorama de espionajes y sabotajes en la Costa Oeste en los agitados años sesenta. De esa manera se gestó la escritura del libro "CHAOS: Charles Manson, the CIA, and the Secret History of the Sixties", de 2019, que contó con la colaboración desde 2016 del escritor y editor Dan Piepenbring, que es la base de Caos: Los crímenes de Manson, el documental de Errol Morris, con guion de O´Neill y Piepenbring.
Lo que menos esperaba tantos años después Vincent Bugliosi, el otrora fiscal estrella del caso, era que un reportero desconocido metiera las narices en una historia cristalizada. Fue justamente un pasaje de Helter Skelter, el best-seller de Bugliosi, el que despertó las dudas de O´Neill: "La cuestión más desconcertante de todas –decía Bugliosi– era cómo Manson había transformado a sus dóciles adeptos en asesinos impenitentes. Además del LSD, el sexo, el aislamiento, la privación de sueño o el abandono social, tenía que haber “alguna cualidad intangible (...) tal vez algo que aprendió de otros". O´Neill se preguntaba quiénes serían esos otros. Otro interrogante era por qué Bugliosi no había escrito una sola línea sobre el período 1967-68. En plena efervescencia del verano del amor, Manson, a poco de salir de la cárcel, empezaba a formar el clan y merodeaba el barrio de Haight-Ashbury de San Francisco. Está registrado que iba con frecuencia a la Clínica Médica Gratuita acompañando a sus chicas para que les trataran las enfermedades venéreas que solían padecer. O´Neill sospecha que iba por algo más. ¿Allí habrían estado esos misteriosos otros?
Para 1967 Manson tenía un agente de libertad condicional, Roger Smith, con el que había trabado una relación personal y familiar. Manson visitaba en su casa a Smith y a su esposa Clara, y era como un tío cariñoso para el hijo menor del matrimonio. Cada vez que Manson cometía delitos como robos de autos o narcomenudeo, Smith evitaba revocarle la libertad condicional. En sus reuniones con un inicialmente receptivo Bugliosi, O´Neill le planteaba sus hipótesis sobre la supuesta vía libre de la que habría gozado, pero cuando avanzó con algunos testimonios contradictorios que se dieron en el juicio al clan Bugliosi se enojó con O´Neill por entender que lo estaba acusando de mala praxis y lo amenazó con hacerle juicio, lo que no sucedió porque Bugliosi murió en 2015 cuando todavía faltaban cuatro años para la publicación del libro.
Las motivaciones de los asesinatos ordenados por Manson son una mezcla letal de psicopatía y racismo. Antes del raid de asesinatos, en abril de 1969, Manson le había disparado a otro traficante menor como él, Bernard Crowe, sin matarlo. Crowe comentaba ante quien quisiera escucharlo que pertenecía a las Panteras Negras, y como Manson estaba convencido de que lo había matado temía una respuesta de sus camaradas. Pero Crowe no pertenecía al grupo y Manson no se había tomado el trabajo de averiguar si decía la verdad o mentía. De ahí que decidió que debía anticiparse culpando a las Panteras Negras de algo grave. La primera víctima fue Gary Hinman, un músico budista y conocido de Manson. Manson lo torturó durante casi todo el 27 de julio de 1969 porque no le revelaba dónde tenía la plata de una herencia que acababa de recibir, hasta que se hartó de la resistencia, se fue de la casa y lo mandó a matar con un llamado por teléfono a Bobby Beausoleil, uno de sus hombres.
La masacre más conocida es la del 10050 de Cielo Drive del 9 de agosto de 1969. Allí vivía el matrimonio Polanski-Tate. En la casa había vivido el productor Terry Melcher, quien se había negado a contratarlo para su sello discográfico y se había mudado. Manson ahora quería vengarse y Bulgiosi pudo convencer al jurado de su culpabilidad como organizador argumentando que matar a los ocupantes de Cielo Drive había sido una forma de castigar a Melcher. Esa noche Linda Kasabian, Tex Watson, Patricia Krenwinkel y Susan Atkins torturaron y asesinaron a Sharon Tate, una actriz en ascenso, embarazada de ocho meses, la heredera millonaria del café Abigail Folger, el peluquero de famosos Jay Sebring y Wojciech Frykowski, un aspirante a guionista y amigo de Polanski, quien se salvó porque había viajado a Londres. Un rato antes, yendo hacia la casa, el grupo se cruzó con Steven Parent, un pibe de 19 años. Para que no hubiera testigos molestos, Watson lo ejecutó con cuatro disparos a quemarropa. La noche siguiente hubo otra masacre, en una casa de clase media de Waverly Drive, elegida al azar, a casi veinticinco kilómetros de la casa de Tate. En Cielo Drive Manson estuvo ausente, pero en Waverly Drive se encargó de atar a Leno y Rosemary LaBianca y salió de la casa antes de que los asesinaran. Exepcto los argumentos de la guerra racial de las Panteras Negras y de que Manson quería darles una segunda oportunidad a sus "discípulos" porque la noche anterior lo había visto muy nervioso al regresar de Cielo Drive, nunca se encontró otra razón para los asesinatos de los LaBianca.
En las tres escenas del crimen la policía se encontró con palabras y frases como "rise", "piggy", "death to the pigs" o "helter skelter" escritas con la sangre de las víctimas en paredes y puertas. Empataban el gusto de Manson por el White Album de los Beatles con su intención de culpar a las Panteras Negras como desencadenantes de una guerra racial, todo en la misma cabeza. Poco se habla del último crimen del clan, ocurrido el 26 de agosto de 1969. La víctima fue Donald Shea, un actor que hacía de doble de riesgo –Tarantino lo redime con Brad Pitt en Once Upon a Time in Hollywood– y cuyo cuerpo recién fue descubierto en 1977 enterrado en una ladera cerca de Rancho Spahn, un semiabandonado set cinematográfico a casi cincuenta kilómetros de Los Ángeles donde se asentaba el bunker del clan tras irse de San Francisco. Manson le adjudicaba a Shea una denuncia en su contra por robo de auto que había ocasionado una redada policial en Rancho Spahn. Manson y Shea ya habían tenido fricciones cuando eran vecinos allí, pero había un detalle que aumentaba el odio: Shea estaba casado con una bella stripper negra.
Con todo este cuadro, que O´Neill describe muy bien en su libro y Morris mutila excesivamente en el documental, se reactualizan las dudas sobre la obediencia ciega de los asesinos a las órdenes de Manson de torturar y matar sin miramientos. En este punto las conjeturas de O´Neill vinculan los crímenes del clan con el programa MK-ULTRA de la CIA. En el transcurso de su existencia, desde principios de los ´50 –en su sitio oficial la CIA no establece la fecha precisa del inicio– hasta 1973, fueron 150 sub-proyectos los que conformaron el MK-ULTRA y algunos de ellos tuvieron como conejillos de indias a personas de cárceles y neuropsiquiátricos. Con el pretexto de "curarlos", la "reprogramación" o "conducción psíquica" se valía del coma químico y la privación sensorial extrema, además de la utilización de auriculares y altavoces, con el "paciente" dormido o despierto, que emitían durante largas sesiones ininterrumpidas mensajes como "debo portarme mejor" u "odio a mi familia". La mayor parte de los registros de estas experiencias fueron destruidos en 1973 por orden de Richard Helms, entonces jefe de la CIA.
Al igual que en el libro, el documental resalta la presencia de Louis Jolyon West, un psiquiatra con acceso al más alto nivel de Washington DC, en la Clínica de Haight-Ashbury y la pertenencia de West al MK-ULTRA. Para su trabajo O´Neill se valió en gran medida de la investigación del periodista John Marks, quien había destapado las aberraciones del MK-ULTRA con su libro "The search for the "Manchurian candidate": The CIA and mind control", de 1979. El título alude a "The Manchurian Candidate", la novela de Richard Condon sobre el control mental que la URSS ejerce en un ex prisionero norteamericano de la guerra de Corea y en la que se basó la película homónima de John Frankenheimer. Marks ya incluía a West en la lista de los investigadores que habían colaborado con el MK-ULTRA, aunque no lo adscribía a Haight-Ashbury sino a la Universidad de Oklahoma. Los múltiples perjuicios que provocó el MK-ULTRA hicieron que en 1988 la CIA llegara a un acuerdo extrajudicial millonario con los familiares de muchos de las personas afectadas.
La gran novedad del libro de O´Neill fue introducir al MK-ULTRA en las barbaridades de Manson y su clan. Como si esto fuese poco, O´Neill investigó a una constelación de personajes que rozan a Manson o sus alrededores y que fueron partícipes de los programas de espionaje y sabotaje COINTELPRO (Counterintelligence Program), a cargo del FBI, y del CHAOS (Caos), a cargo de la CIA. Manson habría sido manipulado como parte de un experimento que era a su vez un disparo en la nunca de la Era de Acuario. El LSD habría lavado las cabezas de los miembros del clan, como prueba de la intromisión del MK-ULTRA en sus vidas, y ese lavado los habría conducido a los crímenes que no casualmente Manson, en línea con COINTELPRO y CHAOS, intentaba adjudicarles con señales bastante pobres a las Panteras Negras. Todo cierra en esta dimensión hipotética.
La mirada conspirativa que O´Neill desarrolla coincide, aunque por razones muy distintas, con la mirada censora del establishment mediático en que ambas van en desmedro de una mirada sociológica sobre Manson y sus "discípulos". La "reprogramación" que sufrieron todos ellos, los últimos en la fila de los rechazados por el sueño americano, fue realizada por la marginalidad y el desafecto. El sometimiento a un psicópata como Manson, hijo de una madre alcohólica que nunca supo qué hacer con él y de un padre al que nunca conoció, fue el precio que sus acólitos pagaron por no tener otro contacto más estable con el mundo. A pesar de la propaganda mediática, sólo exteriormente podría calificarse al grupo como una familia hippie. Eran comunes las violaciones en grupo y las golpizas a las mujeres, sobre todo a las menores. Manson hacía lo que le habían hecho a él en su infancia y su adolescencia en reformatorios y cárceles en los que pasó la mayor parte de su vida.
Si hubo una conspiración con Manson en el centro empezó después de los crímenes, y no antes, cuando su rostro extraviado se sobreimprimió a la película de los 60. A medida que se conocían los detalles de las masacres y de la vida "comunitaria" del clan, Manson se fue convirtiendo en el corpus delicti de la Era de Acuario, un arma política extraordinaria en manos de los conservadores republicanos para estigmatizar los ideales políticos de la Contracultura. A través de los años Manson, sentado en el alto trono del malditismo, era entrevistado frecuentemente en la cárcel. Amenazante e histriónico, declaraba frases inconexas que muchos escuchaban como mensajes enigmáticos. O´Neill lo comprobó las dos veces que mantuvo una charla telefónica con Manson y no pudo sonsacarle más que andanadas como «soy el padrino de Vincent Bugliosi», «cuando Reagan fue a Groenlandia, cerramos todas las estaciones meteorológicas para el proyecto del corazón» y «la simpleza de todo aquello es que Terry había dado su palabra por algo, y no lo hizo, y no nos dimos cuenta de que la guerra de Corea estaba perdida». Manson fue la encarnación de un modelo de delincuente imposible de desaprovechar. Mostrar su infamia desembozada eran tanto garantía de rating como un malévolo recordatorio de que sus andanzas habían de alguna manera sido cobijadas y alimentadas por los deseos heterogéneos del hippismo sesentista. Los criminales son necesarios para reafirmar el maniqueísmo moral y el control social. A la figura del criminal, Manson le agregaba otra igualmente inquietante, la del loco, imprescindible para consolidar determinadas ideas de cordura y adaptación que una sociedad necesita para su funcionamiento como tal.
¿Cuáles son los problemas de Caos: los crímenes de Manson? La adaptación de una obra de ficción significa inevitablemente una selección de hechos que considera centrales en una historia, pero cuando se traslada una obra de no ficción como esta, que es un rompecabezas repleto de personajes y tramas, los recortes resienten la complejidad que se quiere comunicar. Nada dice el guion sobre Charles Tacot y Revee Whitson, fundamentales según O´Neill para sus hipótesis sobre los vínculos de Manson con el FBI y la CIA, poco dice de David Smith, el fundador de la Clínica de Haight-Ashbury, y apenas se esboza la figura de Roger Smith, una suerte de padrastro antes que agente de libertad condicional de Manson. La sintaxis narrativa que Morris entrega habría sido más ágil si no la hubiera entorpecido con leitmotivs como el del fuego, que simbolizaría el aura "satánica" de Manson, y el de la marioneta, que simbolizaría el rol de Manson de peón en un juego mayor, clichés dignos del History Channel y no de un cineasta de su trayectoria.
Como suele hacerlo en sus películas, Morris asume el papel de entrevistador. Uno de los entrevistados es Stephen Kay, ex fiscal adjunto de Bugliosi, que repite generalidades sobre el caso, y Morris no lo indaga, como O´Neill sí lo hace en el libro, sobre la actuación de Bugliosi en el juicio. La entrevista a Gregg Jakobson, un cazatalentos de los 60 es un brochazo de recuerdos de la relación de Manson con Dennis Wilson y las orgías con las chicas del clan, en la época en que Manson convivió con Wilson, y no más. O´Neill, el tercer entrevistado, cierra el documental admitiendo ante Morris que no tiene evidencia alguna de que Manson o alguien del clan se hayan cruzado con West en la clínica de Haight-Ashbury y que aún no sabe todo lo que pasó y que quizás no lo sepa nunca. Al final del camino comprendió que el collage, por momentos fascinante, que armó con las operaciones clandestinas del FBI y de la CIA, el hippismo, la revolución sexual, el LSD y la California de Ronald Reagan había sido dominado por esa humana tentación de confundir las hipótesis con las pruebas.