Carmel: ¿se puede responder quién mató a María Marta García Belsunce?
Por Marina Jiménez Conde
El pituto, el country Carmel, Carrascosa, la masajista, los Belsunce, María Marta, Molina Pico, Nicolás Pachelo. Nombres y palabras que ingresaron en la cotidianeidad de la sociedad argentina a fines del año 2002. El morbo y la explotación mediática que se generaron alrededor del asesinato de María Marta García Belsunce fueron tan grandes que, 18 años después, la presentación de la serie documental producida por Netflix, Carmel: ¿quién mató a María Marta?, vuelve a revivir esa vieja pregunta.
La serie, producida por Vanessa Ragone —trabajó en la producción de El secreto de sus ojos— y dirigida por Alejandro Hartmann, se encarga de reconstruir el crimen de María Marta García Belsunce mediante testimonios, escenas ficcionalizadas y material de archivo. También suma el aporte de distintos periodistas, como Pablo Duggan y Rolando Barbano, que siguieron el caso de cerca, y de la escritora Claudia Piñeiro. Sus comentarios sirven para contextualizar el estado de una sociedad que, en plena crisis, se encontraba hastiada de las noticias referidas al mundo político y económico.
Eso contribuyó a que se generara un morbo alrededor del homicidio. Por un lado, aparecía en escena un country, espacio novedoso para aquella época, donde cierto sector acomodado se refugiaba en búsqueda de seguridad; y en ese lugar ocurría un crimen. Por otro, las sospechas de encubrimiento alrededor de la familia, que dieron lugar a una excesiva cobertura mediática, sin ningún tipo de reparo, que gozaba con cada nuevo elemento que aparecía, y cuando no, inventaba historias para llenar la pantalla. La crítica al papel de los medios de comunicación es una de las líneas claras que mantiene la docuserie.
También, muestra otro modo de tratar los hechos. Por primera vez, la audiencia llega a ver retratada a María Marta García Belsunce: aparece su personalidad, sus intereses y parte de su vida. Esas imágenes repetidas hasta el hartazgo, donde se la visualiza sólo como una víctima, cobran espesura al dejar ver—aunque sea por unos pocos minutos— quién era esa persona. Los medios tradicionales de comunicación nunca se interesaron por este aspecto.
La manera elegida para relatar los hechos es escuchar las diferentes versiones de las partes. Por un lado, la de la familia de María Marta y su marido Carrascosa, y, por otro, la del primer fiscal de la causa, Diego Molina Pico. La decisión es que sea el público quién determine a cuál de las partes le va creer. Muy posiblemente, el resultado sea el mismo que el que se tuvo con Nisman: el fiscal, la presidenta y el espía —otra de las muertes significativas para la sociedad argentina— donde distintas personas, viendo lo mismo, arribaron a distintas conclusiones.
Y si bien en Carmel: ¿Quién mató a María Marta? es claro el enfoque “objetivista” que se quiere mostrar, se presenta primero la versión de la familia y luego la de Molina Pico, donde las contradicciones y la rareza en el accionar del círculo cercano a García Belsunce llaman demasiado la atención. Sin embargo, darle la palabra a unos y otros, sirve para desorientar a la audiencia y acrecentar la incertidumbre hasta el punto de llegar a pensar quién está mintiendo.
Los elementos que el fiscal reconstruyó en la causa, que llevó a juicio oral a Carrascosa en 2007, acusado de encubrimiento y homicidio, terminaron demostrando que se había limpiado la escena del crimen, que el cuerpo había sido manipulado y preparado, que el acta de defunción tenía datos falsos donde no coincidían ni el lugar ni la causa de la muerte, que hubo un llamado de parte de la familia para impedir el ingreso de la policía al lugar y que habían tirado por el inodoro el famoso “pituto”.
A esa enumeración se sumó la declaración del médico de la segunda ambulancia en llegar a la escena, que al encontrar uno de los orificios en la cabeza de García Belsunce le dijo a la familia que se trataba de una muerte dudosa, alertando que debían dar aviso a la policía.
También el testimonio de Inés Ongay —amiga de María Marta, a la que define como su hermana—, la única allegada a la familia que declara, careo de por medio contra otra amiga de los Belsunce, que ésta le había dicho que las cosas se habían arreglado como las había pedido Carrascosa; haciendo alusión a que el marido no quería que haya autopsia, y al pago que realizó para alterar el certificado de defunción. No son menores las imágenes que muestran a Ongay, en ese mismo juicio, agradeciendo “independientemente del resultado” a la jueza y a la fiscalía para que pudiera existir esa instancia, dado que en un momento había pensado que todo iba a quedar en la nada.
Horacio García Belsunce, hermano de María Marta, en un pasaje de la entrevista que se le realiza, se pregunta:“¿El dolor te hace ser tan estúpido para no darte cuenta?”. El argumento de la mayoría del círculo íntimo va en esa misma dirección, donde toda acción queda entre el shock y la sorpresa.
Hay un punto donde también Molina Pico reconoce que se equivocó al inicio de la causa, por haber demorado en realizar la autopsia sobre el cuerpo. La realizó recién cuando le tomó declaración al segundo médico, que le habló del orificio en la cabeza. Por eso mismo, el fiscal sostiene que al asesinato llegó a través del encubrimiento.
Lo cierto es que la mayor dificultad que tuvo fue la de establecer el móvil del homicidio. Si con los distintos testimonios la familia quedaba señalada, nunca quedó claro el motivo del asesinato. El fiscal llegó a establecer como posible hipótesis la utilización de las cuentas de la ONG Missing Children, de la que María Marta era vicepresidenta en ese entonces, para lavar dinero del narcotráfico. Pero esa línea de investigación ni siquiera fue estudiada y todo quedó en una aparente pelea matrimonial entre Carrascosa y Belsunce.
Por eso mismo, en el juicio de 2007, Carrascosa fue condenado por encubrimiento, pero absuelto de la acusación de homicidio. Molina Pico apeló y, dos años después, un fallo de la Cámara de Casación le dió la razón: Al viudo se lo consideró coautor. En el 2011, con otra fiscal, se llevó adelante el proceso judicial contra el resto de la familia por encubrimiento, donde cinco miembros quedaron detenidos, aunque salieron en libertad tras pagar sus fianzas.
Ya en el año 2016, una solicitud de Carrascosa para que se revisara su condena terminó en la Corte Suprema de Justicia, que dio lugar al pedido y determinó que la causa debía ser tratada por un tribunal que no hubiera intervenido previamente. Y ahí es cuando la Justicia borró con el codo lo que escribió con la mano, porque con las mismas pruebas que habían determinado la culpabilidad del marido se lo terminó sobreseyendo, aunque, hasta inclusive hoy en día, no de forma definitiva.
Si ya no eran suficientes las contrariedades que tenía el caso, en 2018, Nicolás Pachelo, principal apuntado por la familia desde el inicio y descartado por Molina Pico, fue detenido por entrar a robar en un country. Desde ese momento, nuevamente fue vinculado al asesinato de María Marta, y actualmente aguarda por un nuevo juicio que intentará determinar si él, junto a dos guardias del barrio cerrado, son los responsables. A priori, más allá de haber entrado a robar en otro lugar, hay pocas elementos para sostener su culpabilidad.
Está claro que, se elija la versión que se elija, no se puede llegar a saber qué es lo que ocurrió de forma fehaciente; ya sea porque la familia tenga un pacto de silencio que nunca va a romper, o porque Molina Pico se haya equivocado y no haya investigado al verdadero asesino. Quizás el comentario de la escritora Claudia Piñeiro —sobre la tesis de Ricardo Piglia— donde esgrime que en el género policial necesitamos saber quién mató y porqué, sea el mayor aporte que haga la serie documental, al dejar algo en claro: no nos aguantamos la incertidumbre.