Dexter New blood: el cierre merecido
Por Diego Moneta
Quince años desde su primera emisión, ocho desde aquel decepcionante final. Ese tiempo le llevó a Dexter cerrar definitivamente su círculo como serie. El estreno de Dexter: New blood, como una secuela que retoma la historia de las entregas originales, prometía darle a la producción más emblemática sobre asesinos seriales el lugar que merecía. Diez capítulos y tres meses después podemos decir que el objetivo se concretó.
Estrenada en noviembre en un contexto de gran expectativa—a través de Showtime en Estados Unidos y la plataforma Paramount+ en nuestro país—, el primer punto a señalar es bastante obvio: ¿Cuántas producciones proponen una continuación tras tantos años? Quizás el único ejemplo sea Twin Peaks—también emitido por Showtime—. Pero lo que la vuelve un caso más particular es que busca darle un cierre a una serie icónica que había quedado trunca. Hablar de Dexter: New blood es hablar de segundas oportunidades.
La trama se sitúa diez años después del desenlace original, emitido en 2013. Se estableció primero cuál sería el final y se escribió el guion a partir de ello. Un guion a la inversa. Dexter Morgan (Michael C. Hall) se mudó a Iron Lake, ocultando su identidad bajo el nombre de Jim Lindsay. Atiende un comercio y está en una relación con Angela Bishop (Julia Jones), jefa de la policía local. Su voz de la conciencia esta vez es Debra (Jennifer Carpenter), su hermana, quien le destaca la importancia de la rutina para reprimir sus impulsos de matar.
Lo siguiente a resaltar es la ejecución. No es un borrón y cuenta nueva. Había algo que contar y cuentas por saldar. Es la construcción de una historia que continúa con la calidad y la coherencia que tanto la marcó. La fórmula se repite con éxito: la sospecha de un posible criminal, su cercanía a la investigación, el aura y la liturgia recurrentes, combinado con nostalgia, sobre todo a partir de la participación de Debra. Más allá de algunos percances del guion, como la no-inclusión de otros personajes previos o la promesa de mayor énfasis en problemáticas raciales, la cautela a la hora de narrar es una de sus clásicas claves.
Clyde Phillips— el showrunner tanto de New blood como de las primeras cuatro temporadas de la serie original— consigue un equilibrio entre aquellos códigos del pasado y algunas innovaciones, pero la relación con la sangre y los objetos con filo sigue siendo la misma. Lo que todos sabíamos y todos esperábamos. Es Dexter, sigue siendo el mismo asesino y siempre lo fue, aunque haya perdido un poco la práctica. A ello se suma el aspecto central que da origen a la trama: el vínculo con Harrison (Jack Alcott), su hijo, y si en éste también late el “pasajero oscuro” que “obliga” a nuestro protagonista a matar.
En Dexter: New blood el antagonista es Kurt Caldwell (Clancy Brown), quien abusa de su posición de poder. El villano siempre fue un elemento determinante. El enfrentamiento con otros asesinos, presentados como monstruos de los que Dexter se pone por encima, permite la humanización del personaje y perpetúa la fantasía de la justicia por mano propia. En algún punto, más allá de sus fingidas relaciones y nunca ser atrapado como su regla principal, ese juego se va a terminar. La búsqueda eterna de Dexter y su final también son coherentes y le otorgan un nuevo significado al desenlace original, colocándose en la línea de Breaking Bad y los pecados del antihéroe.
Los récords de audiencia de Dexter: New blood le permiten a Phillips y a Showtime barajar la continuidad de la historia, aunque sería cometer el mismo error inicial. La segunda oportunidad fue aprovechada, no hay que volverla a forzar. Dexter es reivindicada y, al mismo tiempo, le abre la puerta a un sinfín de series que terminaron en decepción pero son parte relevante de la industria del entretenimiento y supieron ser la sensación, con Lost como caso paradigmático y Game of thrones como uno de los casos más recientes. Hasta nuevo aviso, Dexter se sigue sabiendo diferente al resto, porque lo es.