El encargado como jefe de inteligencia
En uno de esos edificios re paquetes como los que encontramos en el barrio de Belgrano, un encargado astuto y muy porteño interviene en la vida de la comunidad que vive allí. Bah, llamar comunidad a esa fragmentación social en donde cada núcleo familiar vive atomizado en su casillero, es sin duda una exageración, porque como sucede en la realidad, en esta serie original de Star+ que reseñamos, los vecinos apenas si tienen alguna relación entre ellos. Se conocen, se celan y se controlan. Pareciera que solo los moviliza el más desagradable de los personajes, indefendible en su ambición, pero con espíritu de líder. ¿El motivo de la disputa? La pileta en la terraza, que va a implicar que deban despedir a Eliseo, el encargado, que vive allí desde hace casi 30 años. La serie se llama El encargado (en inglés tal como aparece en Star+ se denomina The Boss, El Jefe, y si bien es pésima la traducción, algo de cierto encierra), es de Mariano Cohn y Gastón Duprat, y la actúa un Guillermo Francella descomunal.
En mi lectura, El encargado nos quiere transmitir algún mensaje sobre esa clase social progresista o seudo progre que vive en un edificio de lujo, pero casi como si fuera un conventillo. Eso sí, el encargado es el único dios de la información de lo que sucede allí, él teje y desteje los vínculos. Entre la tragedia y la risa, la serie va tirándonos pistas de cómo Cohn y Duprat imaginan que vive y se reproduce esta clase social que solo piensa en su propio beneficio. Tamos acostumbrados ya. Por un lado, cada personaje responde más o menos a un patrón o tipo sociológico de la clase media y la clase media alta, pero por otro lado habrá que ver si el mensaje logra crear empatía con su público para que llegue ese grado de identificación con alguno de los personajes. Ninguno de ellos se salva de su mancha, salvo el que es el más despreciable de todos, que tiene una vida más moderna de lo que parece— parece un típico papá represor de otra época, pero tiene una pareja madura que cuando aparecen los problemas, responde a la altura de las circunstancias—.
Eliseo mantiene el edificio en un estado reluciente, bordeando la obsesión. La serie juega con convertir a esta obsesión en un síntoma de su locura, que es muy solícito con todos, hasta meticuloso, pero que en secreto los odia. Él conoce los pormenores de las vidas de cada uno de los propietarios. No sólo eso, en un cuartito bastante amplio al que ingresa sólo él, lleva un minucioso registro de esas vidas en las que todos y todas tienen algo para esconder. Hace verdadera inteligencia— por lo menos tal como nosotros imaginamos que hace inteligencia la policía norteamericana según lo que consumimos en sus series—.
En un plan de modernización y mejoramiento del valor del edificio, un par de propietarios quieren derrumbar la casilla donde vive el encargado y edificar una pileta con solarium. Para eso deben contar con la mitad más uno de los votos del consorcio. La modernización implica contratar un servicio de limpieza tercerizado. Eliseo se entera del plan y que lo quieren echar, y entonces encara, de modo bien maquiavélico, un contra proyecto para desmontarlo. En un trabajo de hormiga, de una forma u otra, por la dádiva o por la amenaza, va incidiendo en la decisión de cada uno de los propietarios o inquilinos de ese edificio que parece mantenerse a salvo de las crisis económicas y sociales que devastan la realidad que lo rodea. A la altura de un Ricardo III— de hecho, en un episodio, Eliseo se manda a su propio contestador automático un mensaje diciéndose lo malo que era y que había cruzado un límite—, con una alta inteligencia malvada, Eliseo entabla su guerra secreta, y socava una a una las fuerzas enemigas. Pero no logra convencer a todos.
Para ver en familia y jugar a reconocerse en alguno de los roles que estos personajes encarnan, El encargado es divertida e irónica. Tal vez no tan divertida e irónica como El hombre de al lado o El ciudadano ilustre, obras anteriores de Cohn y Duprat, pues el dispositivo se ve que es más poderoso que la creatividad, y a veces eso se nota. Si bien cada uno de estos personajes representa una caricatura de cualquier habitante normal de un edificio, lo cierto es que todos o la gran mayoría de estos habitantes mantiene una relación de dependencia con el encargado de su edificio. Acá nos encontramos con un encargado inteligente y con mucha suerte, que defiende un trabajo que cumple con esmero, pero que tampoco sabemos que le guste mucho. A veces uno se agarra de un lugar imaginario para tolerar una realidad injustificable.