El irlandés: el ambicioso legado de Scorsese
Por Nicolás Adet Larcher
En la casa del director Martin Scorsese hay una habitación escondida detrás de una cortina negra. Una tarde, el productor Gastón Pavlovich había llegado para reunirse con él y discutir sobre una nueva película. Antes de irse, le preguntó dónde guardaba todos los reconocimientos que había tenido durante su carrera.
⦁ Ahí están, detrás de esa cortina — le respondió Scorsese mientras tiraba del borde para descubrir la vitrina.
⦁ ¿Y por qué están escondidos? — preguntó Pavlovich.
⦁ Es como el pasaje del Antiguo Testamento, cuando los israelitas escapaban en el desierto. Unos se fueron por un lado y prefirieron construir una vaca de oro y adorarla. Otros continuaron su camino a la libertad. Estos son mis vacas de oro y siempre tengo miedo de cegarme con el brillo, de hacer algo con tal de ganar un premio — le respondió.
En la industria del cine pocos directores de la actualidad tienen el peso y la trayectoria de Scorsese. El director norteamericano tiene 77 años, una vitalidad envidiable, una marca de autor que se hizo escuela, varios premios en el bolsillo y una filmografía ineludible. De chico, cuenta, sus padres solo lo dejaban ir a la iglesia y al cine. Así se formó y se hizo leyenda. Sin embargo, a Scorsese le costó conseguir apoyo para The Irishman (El Irlandés), su última película, hasta que Netflix decidió bancar el proyecto. Scorsese quería una película “sin limitaciones”, como contó Pavlovich en una entrevista, pero se les dificultaba reunir más de 120 millones de dólares para impulsarla. Eso fue así hasta que Netflix aportó lo que faltaba para quedarse con los derechos de distribución.
La película era ambiciosa, no solo porque reunía a Joe Pesci (el más difícil de convencer), Robert De Niro y Al Pacino, sino porque también pretendía utilizar tecnología de rejuvenecimiento digital para los actores. Scorsese estuvo un año entero supervisando cada pixel porque sentía que en las primeras pruebas se notaba que los actores habían sido retocados. Esa era la parte costosa que nadie quería pagar: Scorsese había descartado usar otros actores para hacer de De Niro, Pacino y Pesci de jóvenes y había preferido el uso del CGI para retocar sus rostros. Cada escena necesitaba una cámara con tres lentes distintos para registrar todo, y para mayo de 2019 eso le estaba trayendo dolores de cabeza a Scorsese.
Aún con las dificultades digitales y económicas, The Irishman se estrenó en noviembre. La película era parte de una serie de apuestas fuertes que había estado haciendo Netflix durante el año pasado, para intentar retener a su público ante la oferta de otras plataformas. Durante 2019 el gigante rojo estrenó producciones con nombres de peso como Anima (de Thom Yorke), Dolemite is my Name (con el regreso de Eddie Murphy), El Camino (la película de Breaking Bad), Historia de un Matrimonio (realizada por Noah Baumbach), La Lavandería (con Gary Oldman, Meryl Streep, Antonio Banderas y Sharon Stone) o Los Dos Papas (con Anthony Hopkins y Jonathan Pryce).
La película generó discusiones al instante. Primero, por la escasa proyección en los cines. Para algunos complejos no era redituable proyectar una película que estaría disponible en una plataforma a los pocos días. Segundo: su duración de tres horas y media que parecía incomodar a algunos espectadores y que evitaba que se pudieran hacer varias proyecciones en un día en los cines. En las redes hubo usuarios que acercaron manuales para ver The Irishman en tres partes y, según estadísticas publicadas por el portal Bloomberg, solo el 18% de los norteamericanos con Netflix (sin contar teléfonos móviles) vio la película completa.
¿Pero The Irishman es larga? No está muy lejos de otras películas como Titanic, El Señor de los Anillos, Ben-Hur o El Padrino. Tampoco está muy apartada del tiempo que le dedicamos a la pantalla cuando “maratoneamos” series con capítulos de una hora durante un fin de semana.
Aún con todo eso la película de Scorsese fue un éxito para la crítica y una especie de despedida de parte del director hacia una camada de actores que lo acompañó durante años. The Irishman es el cierre perfecto de una trilogía que comenzó con Godfellas y después siguió con Casino. Es la reivindicación más pura al cine clásico y pausado que va a contramano del mundo hiper-conectado, colorido, apurado y desbordado de hype en el que nos sumergieron las grandes producciones de Disney en los últimos años. Nada de efectos: aquí vemos los taxis siendo destruidos como se hacía antes. Aquí, además, Scorsese reflexiona sobre la muerte y se pregunta: ¿todos nuestros actos tienen un castigo? ¿Qué pasa si el castigo que esperamos nunca llega?
Cuando parecía que en 2019 no se podía hablar de otra cosa que no fueran los grandes tanques de Disney como Toy Story o Avengers, películas como las de Scorsese llegaron para acaparar las portadas de los medios y los hilos de Twitter. Que Netflix haya tomado la iniciativa de financiar una película que nadie quería apoyar y que haya podido ingresar al circuito de premios que se resistía al streaming es una buena señal para el cine de autor, que todavía tiene algo para contar. Si en la teoría Scorsese piensa que las películas de Marvel no forman parte del cine, en la práctica lo milita detrás de la cámara para rodar The Irishman, atraparnos con otro relato de mafias, lograr que tres horas y media parezcan apenas dos y que terminemos diciendo “el viejo tenía razón, esto era el cine”.