La chica que lo tenía todo: un jaque mate a una vida de ensueño
La chica que lo tenía todo es una película estrenada a fines de septiembre a través de Netflix. La paradoja del título esconde por detrás un universo de problemáticas sociales imbricadas que se van develando a medida que la narración avanza. Tiffany “Anni” Fanelli (Mila Kunis) es una joven que trabaja en una reconocida revista, llamada "La biblia de la mujer", y está comprometida con Luke Harrison IV (Finn Wittrock), un abogado adinerado. Más allá de posibles envidias que pudiera despertar, se deja al descubierto que es tan sólo una fachada de la realidad que la atormenta.
Cuando Anni concurría a la secundaria, uno de sus compañeros ingresó con un arma y comenzó a disparar, asesinando a más de un estudiante. Ella sobrevivió y se mantuvo alejada del caso durante mucho tiempo, hasta que en la actualidad un director independiente la contacta repetidas veces para que participe en un documental sobre el suceso. Pero finalmente la frena la otra persona que también daría su testimonio: Dean Barton (Alex Barone). Se trata del hijo de una familia acomodada con mucho dinero, que en su etapa estudiantil violó a Anni junto con otros y luego aseguró públicamente que ella era cómplice del atentado en el colegio.
La película trata temáticas entremezcladas pero correctamente abordadas e hiladas de manera tal que no parezca un guión exagerado. Por un lado, los atentados en colegios ya son un tópico común en Estados Unidos, más allá de discursos y proyectos de ley que promuevan la regulación y el control de armas. La falla es sistémica no sólo por el fácil acceso al arma— y a poder ingresar a una institución educativa con ella— sino también por la promoción de la violencia a gran escala y la inexistencia de un adecuado tratamiento para la salud mental. Hasta hace pocos años las cárceles comunes alojaban a más personas con trastornos psiquiátricos que los hospitales especializados.
Además, gracias a la técnica de pausar la escena y añadir un comentario aparte de lo que está sucediendo, podemos observar cómo la protagonista siente constantemente la presión de encajar y reprime sus verdaderos deseos por ello. En más de una ocasión o ámbito se espera que actuemos de determinada manera por el simple— pero a su vez poderoso— “qué dirán”, que juega un papel clave en la construcción de nuestras vidas y relaciones sociales.
En ese recorrido hay más de un guiño feminista en relación a, por ejemplo, la distinción entre temas relevantes, como la brecha salarial o la situación de las mujereses en Afganistán, y otros más banales como “guías para otorgar placer al hombre”. Se cuestiona que el matrimonio sea el mayor logro para una mujer y se deja bien en claro la carga mental y física que produce el aparentar ser alguien que en realidad no sos, sobre todo en esta sociedad en la que a nosotras se nos exige más a nivel estético, intelectual y laboral.
Por otro lado, La chica que lo tenía todo también permite dilucidar la relación existente entre dinero y poder. Cuando Anni sufre de una violación grupal por parte de adolescentes ricos que gozan de impunidad no sólo responsabilizan a la víctima, sino que son amparados judicial y socialmente debido a su estatus económico. En nuestro país, esto nos remite a los femicidas de María Soledad Morales y recientemente a quienes “violaron en manada” a una joven de Chubut en 2012. En el segundo caso, los responsables fueron absueltos este año, y la decisión resonó por la frase que utilizó el fiscal Fernando Rivarola describiendo la conducta de los imputados como un “desahogo sexual”. A su vez, recuerda la doble vara del poder judicial y la cantidad de femicidas sueltos a pesar de las pruebas en su contra.
Basada en el libro de Jessica Knoll, quien también escribió el guión de la película, La chica que lo tenía todo es un claro ejemplo de los hechos cotidianos que generan escándalos, repudios o muestras de solidaridad cuando en realidad se dan como consecuencia de nuestras propias acciones como sociedad. Vivimos horrorizándonos al leer que otro colegio fue sede de un atentado, sin cuestionar la raíz del problema. Nos escandalizamos cuando aparece otra mujer más asesinada por su ex pareja, pero sin hacernos cargos de transmitir a hijos, sobrinos, hermanos o amigos que las mujeres no somos un simple objeto al que pueden chiflarle en la calle, y que la violencia, que no es solamente física, va en escalada.