“Avellaneda profana”, el derrotero de las lecturas de Luis Gusmán
El escritor y psicoanalista Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944) es, desde la década del ’70, una figura insoslayable de las letras argentinas. Pertenece a la rupturista e innovadora generación de Osvaldo Lamborghini, Germán García y Ricardo Piglia. Junto a ellos dos va a integrar el comité de redacción de la revista Literal que aparece entre 1973 y 1977.
Con motivo de la reedición facsimilar de la revista, el ex colaborador Jorge Quiroga describe el clima de época en la que surgió: “Germán García era el alma de la revista, su indiscutible líder. Literal apareció porque se fundó en su avasalladora iniciativa. El impulsaba su estrategia, y ese empuje se comprueba en la importancia que fue tomando la publicación. Aunque el funcionamiento de la revista sin dudas fue colectivo, se procesaba en las escrituras/lecturas; en los debates en el café de ese momento, fuera La Comedia, El Politeama, La Giralda, El Gardelito, La Paz, a veces el Ramos, El Coto, La Macumba o, a la madrugada, La Academia. Un grupo extendido, una barra que deambulaba por la calle Corrientes en el ‘pasillo de la vida’. Horas y horas debatiendo y divagando. Había también colaboradores que después se destacaron: Héctor Libertella, Oscar Steimberg, Josefina Ludmer, Oscar del Barco, María Moreno, Horacio Romeu; a otros los sepultó el tiempo, otros desaparecieron o se entregaron a algún tipo de silencio, o entraron en la zona de la desesperación”.
Ya con la dictadura militar en retirada, a fines de 1981, Gusmán se integra al equipo de la revista Sitio, conformado por Ramón Alcalde, Eduardo Grüner, Jorge Jinkis, Mario Levin y Luis Thonis. Allí colaborará con relatos, ensayos y en los debates político-culturales que hubo entre la transición y la plena reparación democrática.
Luis Gusmán ha publicado dieciséis novelas y trece libros de ensayos. La primera, El frasquito (1973), tuvo un inmediato reconocimiento de público (éxito al que contribuye el efecto pop-art de la tapa y el formato de novela de kiosco) así como la censura militar, en 1977. Con un esclarecedor posfacio de Piglia, la narrativa de Gusmán prosigue la línea de malditismo iniciado por Nanina, de Germán García, y continuada por El niño proletario, de O.Lamborghini.
Lo que se cifra en el nombre
Un detalle que me llamó la atención al conseguir El frasquito en mesas de saldo de la calle Corrientes, fue la huella de algo que ya no estaba sobre la a del apellido. ¿Era un efecto buscado o era el rastro de una errata? Gusmán mismo nos lo cuenta: “En mi caso, toda una vida aclarando el malentendido de una letra y un acento. La letra, siempre la misma: la ‘s’. Gusmán con ‘s’ y no con ‘z’ de Guzmán. En la primera edición de El frasquito, de 1973, sale mi apellido con acento: Gusmán. En la tapa del libro se ve con claridad el rastro de la tachadura del acento que indica la fe de erratas, y se repone Gusman. Brillos (1975), Cuerpo velado (1978), En el corazón de junio (1983), en los tres libros figura Gusman. Recién en 1986, cuando publico La rueda de Virgilio, aparece el apellido acentuado: Gusmán”.
Gusmán va trazando el derrotero de sus lecturas y sus escuchas de infancia. Avellaneda, segmento urbano gemelar de San Telmo y Barracas, conservaba, en la infancia y adolescencia del escritor, la impronta de barrio cristalizado en el tiempo.
Confieso que he leído
Si algo hay que agradecer a la editorial Ampersand (y a su director, Diego Erlan) es la genial idea de haber creado una colección de libros dedicados a la memoria lectora de los escritores. Editados Daniel Link, Burucúa, Cozarinsky, las altas cimas de Sylvia Molloy y Alan Pauls (entre otros que esperan ser leídos y disfrutados) ha llegado Avellaneda profana, de Luis Gusmán.
Siguiendo la estela autobiográfica de trabajos anteriores (pienso en La rueda de Virgilio y en Los muertos no mienten), Gusmán va trazando el derrotero de sus lecturas y sus escuchas de infancia. Avellaneda, segmento urbano gemelar de San Telmo y Barracas, conservaba, en la infancia y adolescencia del escritor, la impronta de barrio cristalizado en el tiempo.
Es relevante destacar que el futuro psicoanalista entrenaba su futura atención flotante escuchando tangos, impregnando su memoria auditiva de percantas que amuran y guapos que lloran. El escritor iba haciendo acopio de una mentalidad fatalista y melancólica detrás de la máscara bravucona del macho tanguero y de un argot, el lunfardo, para nombrar la geografía de la ciudad (Y uno, el lector, juega lleno de esperanzas con la hipótesis de releer El frasquito desde el melodramático e irónico fraseo de Julio Sosa).
Otra marca identitaria: los clubes. Gusmán frecuentó, previsiblemente, a Racing y en su biblioteca descubriría (guiado por un bibliotecario providencial) dos libros totalmente alejados del realismo: las Greguerías, de Ramón Gómez de la Serna, y la novela Ferdydurke, de Gombrowicz, en la edición argentina de Argos, de 1947. Dos autores casualmente anclados en Buenos Aires por diversos avatares bélicos.
Tres citas memorables
Con la arbitrariedad de selección tan acotada, léanse estas tres citas como una tácita invitación a seguir leyendo:
“Por esos años, a los dieciocho, aprendí que el derecho a escribir me lo habían dado aquellos libros que había leído. Siempre soñé con un ejemplar con mi nombre de escritor, uno solo pero encuadernado estuviera en aquellos estantes.”
“Habitualmente tendemos a preguntarnos si la historia de la literatura ha sido justa o injusta con tal o cual autor. Y también, por supuesto, con nosotros mismos.”
“Para abrir una puerta, entonces, es necesario una llave. Eso es la lectura.”
Mis libros en mi biblioteca
En la lista final de obras mencionadas nos encontramos con nueve libros de Luis Gusmán. (No es mucho: falta Epitafios, falta La pregunta freudiana, faltan los que esperamos leer). Como en una mesa de saldos, figuran entremezclados con El Capital y Juan Salvador Gaviota. Indicio éste de que la aventura de escribir libros no es inferior a la ventura de haberlos leído.