Dossier Fractura: ¿quieres ser Hunter Thompson?
Por Jorge Hardmeier
Foto: Nadia Mayorquín
“In girum imus nocte et consumimur igni “(«Giramos en la noche y somos consumidos por el fuego»)
Guy Debord
Julio de 1987. San Telmo. Recorrida típica de adolescente del Conurbano bonaerense en búsqueda de libros y discos en oferta. Fan de Luis Alberto Spinetta, de aquellos que compran y acaparan toda publicación, diario o revista que contenga información, fotografías o entrevista a su ídolo. En una esquina, un kiosco de diarios actúa como señuelo. Una revista, desconocida, atrajo la mirada: una entrevista al músico en cuestión. La revista se titulaba Cerdos & Peces. Un golpe de dados. En la foto de tapa una señora, haciendo un gesto con los dedos índice y pulgar de su mano derecha, indicaba, aparentemente, el tamaño de algún objeto. Título: “Me la metió toda (un testimonio desgarrador)” Aquel número 14 de la revista incluía una nota sobre Willian Burroughs, una selección de poemas de Allen Ginsberg, un informe sobre el masoquismo y un texto titulado “Paisaje de hembras” que firmaba Tom Lupo, además de la mencionada entrevista a Spinetta.
La revista estaba impresa en un papel de bajo costo. Las otras notas, algunas incorrectas para ciertos lectores, jugueteaban con posibles censuras. El director era Enrique Symns. El jefe de redacción, Fernando Almirón. Symns debería ser el mismo que leía sus monólogos antes de los conciertos de Los Redondos. El impacto de la revista fue inmediato. La espera de cada nuevo número, ansiosa. Primer descubrimiento: Burroghs. Luego: Sonic Youth, Tom Waits, Timothy Leary y sigue la lista que incluiría a un tal Hunter Thompson.
La nota del descubrimiento se titulaba: “Hunter Thompson, el enemigo de la CIA” y se basaba en la transcripción de una conferencia espontánea de Hunter frente a un grabador: Siempre me he considerado un anarquista, al menos en el concepto abstracto. En la realidad procuro ampliar la teoría a la práctica lo más exactamente posible. Me interesa la política pero no como ideología sino como arte de defensa personal, para que no te atropellen tus derechos. Sin embargo no sirve para atacar. Ellos serán más poderosos que tú y cuentan con verdaderos ejércitos de mercenarios y de profesionales y pueden acabar contigo antes de que termine este minuto. El inicio era potente y prometedor. El hombre parecía creíble. ¿Quién era ese tipo con gorro, lentes oscuros, cigarrillo colgando de sus labios y de pose desafiante que ilustraba la nota? El viaje de regreso al Conurbano, en un colectivo desvencijado, estuvo dedicado a la lectura de ese texto.
Entre traqueteo y traqueteo, se combinaban la admiración repentina y ciertas ansias de investigar sobre el tal Hunter. El colectivo cruzaba el Puente Vélez Sarsfield, y los aromas del Riachuelo invadían el ambiente: Yo siempre fui un adicto acérrimo a las drogas fuertes y a las suaves y ellos lo sabían. Las drogas eran aún un tema tabú y una experiencia pendiente. Ese tipo jugaba a la pulseada contra el poder, lo cual lo tornaba aún más interesante. Cerca de 1972 hice las paces con la CIA, fue en el Hotel Baltimore de New York. Estaban celebrando la victoria de McGroven. El hall estaba infectado de polis. Tres de ellos estaban pasándose un porro. (…) A partir de ese momento, como no escribí nada, dejé de tener problemas con el servicio secreto. A excepción de un altercado que tuve con un guardia de la Casa Blanca al que le grité “Maricón nazi”. El tipo se flipó y tuve que retractarme y asegurar al juez que nunca más proferiría insultos semejantes en las cercanías de esa choza inmunda.
Hunter describía su adicción a la adrenalina, superior a la necesidad de consumo de heroína, e indicaba la forma correcta de inyectársela. Cuando estoy colocado lo que más me gusta es tomar una gran moto en una noche de verano y mandarme a 120 millas por hora por las carreteras de la Bay Area. Aquel tipo, sí, era de verdad. La hipocresía no constituía, justamente, una de sus virtudes. Y sus enemigos declarados eran los policías, los “ratas”. Era más fácil coimearlos que discutir con ellos. Ese desprecio por la policía era altamente seductor, especialmente para un adolescente de una barriada del conurbano, presa preferida de los uniformados. El colectivo de la línea 37 llegó a la estación Lanús. Última parada y luego ómnibus zonal. Avidez por continuar con la lectura de aquella nota, las palabras de ese tipo que, súbitamente, estaba pasando a engrosar la lista de héroes personales. Colectivo lleno, lectura abortada.
El cuarto propio es el lugar ideal para finalizar la lectura de una nota iniciática. Hunter Thompson era una caja de sorpresas. Resultaba que el tipo había inventado, según sus palabras, una forma de hacer periodismo, o tal vez de llevarlo a un extremo antes de su desaparición como oficio. Era el periodismo gonzo. Aquellas noticias no habían llegado al Conurbano. Había que ir a buscarlas, ejercer una acción casi detectivesca. Con la música ocurría algo similar. Parece que el tipo inventó esa forma de periodismo en un Derby, una simple carrera de caballos a la que asiste solo la alta sociedad. Fumando porro, Hunter hacía anotaciones en una libreta, pero tuvo la desgracia de que la ceniza cayera sobre el traje del gobernador. Un escándalo. Debió huir, junto al fotógrafo. Hunter entregó, solo para cobrar el dinero de aquella nota, la libreta de apuntes en cuestión y las fotos tomadas durante el evento. Cuando se publicó el informe - “The Kentucky Derby Is Decadent and Depraved” (El Derby de Kentucky es decadente y depravado)- con su firma sintió vergüenza, deseos de escapar del planeta e insultó en soledad a los editores de la revista. Sin embargo, comenzó a recibir un llamado tras otro: felicitaciones por su estilo revolucionario de ejercer el periodismo. Cartas atiborradas de elogios. Bautizó como “Gonzo” a esa forma de llevar a cabo el oficio de periodista y, entonces, el germen del nombre: En memoria de un amigo pasadísimo de Oakland que siempre decía: “cuando una persona tiene la mente peor que la de un loco de atar se dice que es un gonzo. Sí, desde luego, mi estilo era el del más puro gonzo.
Término irlandés, “gonzo”, que significa el último hombre que se mantiene de pie después de un maratón de alcohol. Los atardeceres en el Conurbano tienen cierta cuota de tristeza, que la soledad maximiza. Se trata de un singular extrañamiento. Es una geografía muy particular, física y mental. Una zona en la cual emergen diamantes desde el barro. La espera de la publicación de un nuevo ejemplar de la Cerdos & Peces pasó a formar parte de la lista de prioridades juveniles. Mensualmente, con tal objetivo, debía ser realizado el correspondiente viaje a Capital. En los kioscos del Conurbano era imposible conseguir ciertas revistas. En cuanto a Hunter, las investigaciones se fueron sucediendo:
Que los lectores de las revistas Rolling Stone, Playboy o Scanlan's Monthly, admiraban de él la notable capacidad de exponerse como lo que era: un alcohólico adicto a la mezcalina, entre otras sustancias, sin ningún tipo de respeto por el periodismo tradicional lameculo del poder.
Que si en las universidades enseñaran la vida y obra de Hunter S. Thompson, o se ejercitaran algunas prácticas de periodismo gonzo, el oficio periodístico ya no sería el mismo o, inclusive, desaparecería en cuanto a carrera oficial con su correspondiente programa de estudios. Ya es bien sabido que la academia resguarda sus intereses celosamente a base de papers masturbatorios y becas repartidas entre un séquito de autoaduladores.
Que Hunter comienza a establecer diferencias radicales entre el abordaje objetivo de una noticia, el ejercicio instituido del “buen periodismo”, y un tratamiento narrativo guiado por la subjetividad extrema.
Que en el periodismo creado por Hunter, fecha de nacimiento o partida de defunción de esta profesión, el autor no se distancia del suceso a ser narrado, sino que participa activamente en él hasta el punto de influir de un modo determinante, tal vez, en el desarrollo de los acontecimientos. El abordaje, lejos de la notable distancia que manifiesta el periodismo convencional, recae en la capacidad del reportero gonzo para involucrarse de un modo profundo en el contexto, las circunstancias y los personajes.
Que admiraba a Jack London, Hemingway, Scott Fitzgerald, Faulkner, Norman Mailer, Henry Miller y Aldous Huxley.
Que ese tipo de eternos lentes oscuros que fumaba sus puchos con boquilla publicó ciertos libros de ficción: “Días de ron”, “Mezcalito” y “Miedo y asco en Las vegas”, llevada al cine, este último, con la dirección del infalible Terry Gilliam y protagonizada por Benicio del Toro y Johny Deep, a la postre amigote de Hunter.
El resto es historia conocida: el tipo fue dueño de su vida y de su libertad hasta para construir la propia muerte, acontecimiento que decide, en la mayor parte de las oportunidades, el sistema médico de salud. El 20 de febrero de 2005 accionó su arma. El objetivo: su propia cabeza. En el sepelio, costeado por Johnny Depp, un cañón de 153 pies de altura esparció las cenizas de Hunter mientras sonaba “Mr. Tambourine Man” de Bob Dylan. En el velorio, por supuesto, había un bar. El amanecer sorprendió a la zona con mucha gente durmiendo su borrachera.
Se acabaron las travesuras. Se acabaron las drogas y las armas y las bombas y el alcohol. Hasta las caminatas y la natación se han acabado para mí. Ya no sé cómo divertirme. Sesenta y siete años: diecisiete más que cincuenta, diecisiete más de lo que necesitaba. Me quejo y me aburro todo el día. No soy entretenido para nadie. Eso me pasa por ambicioso. Hay que asumirlo y respirar hondo. No va a doler.
En el Conurbano algunas calles han sido asfaltadas.