El día que Pasolini nos enseñó qué es poesía arriba de un taxi
Por Norman Petrich | Ilustración: Otolini- A. Fernández
Veníamos discutiendo eso: si era o no poesía. El primer día del Festival Internacional de Rosario ya era pasado y los diferentes estilos de quienes leyeron, la forma en que lo hicieron fue derivando, inevitablemente, hacia ese tema puntual que suele generar controversias. Más si hablamos de un festival que se repartió entre la parte presencial y la participación a través de los videos. Una solución interesante para estos tiempos complicados para trasladarse desde el extranjero, cuando todavía no hemos salido completamente de una pandemia, pero que encuentra sus dificultades. Por ejemplo, cuando alguien lee en otro idioma y la traducción no es inmediata. Se pierde la idea de darle algún sentido a la melopea.
Como decía, habíamos tomado bastante y veníamos discutiendo los tres por la noche del centro rosarino tratando de avistar algún colectivo, los que suelen desaparecer después de cierta hora de la madrugada.
“Los poetas europeos pareciera que no los asaltan los problemas, que no les pasara nada grave”, chicaneo. “El club de los contemplativos”, apoya Miguel, “y si encima leen 10 minutos en el mismo tono y la traducción la tenés luego de que leyó todos los textos en el idioma original, ya no te acordás del primero y se hace muy difícil”.
Juan miraba hacia el cielo, como tratando de ayudarlo a demorar un rato más una lluvia que parecía inminente, teniendo en cuenta las primeras gotas que comenzaban a caer. “A mí se me complica mucho cuando es monótono, me cuesta meterme en el poema, seguirlo… y ya deja de ser poema”, digo. Increíblemente, el único auto que vemos circulando en casi 20 minutos de caminata es un taxi.
Viene con la luz de libre encendida, así que no dudamos en pararlo. Nos subimos, le damos la dirección, mientras continuamos con la conversación. “Después, hay cosas que no entiendo. Lo que escriben algunos puede ser reemplazado por un balance contable, por un diario, por un listado del súper, y sería lo mismo”, agrego. “Para mí tiene mucho que ver la pasión”, dice Juan y nos lo quedamos mirando. “Por ejemplo, la chica que leyó en italiano, parecía una letanía, todo en los mismos acordes. Y es un idioma hermoso, con una vitalidad, un sonido increíble. Estudié fonética de ese idioma, he escuchado leer, aprendí a recitar y les puedo asegurar que conlleva una pasión extraordinaria, como en ‘Al príncipe’, escuchen este poema y díganme si no es así”, agrega mientras se lo pone a buscar en el celular.
Yo intento interrumpirlo, porque siento que puede llegar a ser un momento incómodo, rayano al ridículo, pero es tarde para tener éxito.
“Es un poema de Pasolini”, avisa Juan.
“Pier Paolo”, completa el taxista.
Un instante de sorpresa que Juan rompe. “¡Exacto! Un intelectual italiano, gran poeta”. “Lo mataron”, vuelve a intervenir el taxista.
“Así es, y si me permite y no le molesta, les voy a leer cómo suena este poema, aunque no sepa que estoy diciendo, sólo repitiendo su musicalidad”. Y casi sin esperar la aprobación del chofer, arremetió con la lectura.
“Se torna il sole, se dichense la sera”. Por un momento pienso que el taxista nos va a bajar en la próxima cuadra, porque sigue todo atentamente por el espejo retrovisor. “Io non sono piu feliz”…
“Feliche”, corrige el taxista.
Juan acepta y sigue. “Que es forza, abandono, vizzio, libertá, per dare stilo al caos”. “Stile”, vuelve a intervenir el chofer. “stile al caos”, retrocede Juan, reparando y sigue: “que al poveri trogli il pani y al poeti la pache”.
“¡Faaaaaa!”, estallamos con Miguel como si hubiéramos entendido lo que Juan leyó en el mismo instante que nuestro amigo al volante se come el cordón en una mala maniobra al doblar, como si estuviera borracho. Pero su ebriedad era otra, ya que por el espejo pude ver cómo se quitaba las lágrimas que le surcaban el rostro mientras nos decía “perdonen, me hicieron emocionar”.
No tuvimos tiempo para más, habíamos llegado. Pagamos y nos bajamos, pero no dejábamos de mirarnos, tratando de comprender lo que había sucedido. Una vez más, la Poesía se había divertido con nosotros, sobre todo conmigo que la buscaba en lugares donde se la anuncia y casi no me doy cuenta que nos acompañó hasta nuestro destino.
Sonreí, abrí la puerta y entramos.