El famoso único libro de Caro Lesta y el compás de espera de Ana Julia Saccone: cuando publicar no es lo urgente

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    Ana Julia Saccone Y Caro Lesta
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El famoso único libro de Caro Lesta y el compás de espera de Ana Julia Saccone: cuando publicar no es lo urgente

30 Junio 2024

Tiempo difícil de entender, el actual, para quienes a la pregunta de qué es hacer literatura se les ocurre una buena cantidad de respuestas, todas aceptables. Pareciera que cada vez son menos las maneras validadas para concretarla, bajo la excusa de darle al lector lo que quiere. Hasta se ha vuelto poco llamativo que ciertos concursos premien año tras año estilos casi calcados, con un prejurado “preseteado” para dicho fin. Sin que nos demos cuenta cómo comenzó, se fue pergeñando tanto en aquellos que leen como en quienes escriben la idea de que "esa" es la forma de escritura a desarrollar si el objetivo es darse a conocer. Es más, hay algunos premios que ya en sus bases sugieren seguir tal estilo o “hacerlo como”.

Por eso, cuando me dicen que aquella o éste escribe de tal manera para que alguna plataforma famosa tome su libro y lo convierta en serie, déjenme dudar de semejante afirmación, ya que probablemente los señalados estén convencidos de que esa es la manera de escribir, hoy día. Crecieron con esa visión. Y no está mal, yo los leo y hasta los disfruto, el tema es cuando se convierte en el único modo posible.

Y para que esto funcione hay una palabrita que es vital en ese andamiaje: exposición. Pareciera que si no se está todo el tiempo bajo las luces, si no se habla constantemente de uno como escritor, si no consigue hacerse un lugarcito a los codazos, su situación es cercana a la no existencia. Y publicar sin respiro, casi sin que exista tiempo de reposo, se ha transformado en pieza clave para sostener una estructura que sabe mucho de celebración, pero poco de lo que pasa cuando se van todos y se apagan las luces. “Publique ahora, escriba después” era el eslogan que Rogelio Ramos Signes le quería poner a una editorial imaginaria, casi como marcando un camino actual que parece inevitable. Pero no lo es.

A Carolina Lesta la conocí leyendo en el Festival de Poesia Internacional de Rosario, el FIPR. Inmediatamente quede impactado por la fuerza de sus versos: lo que escuchaba eran pájaros que rondaban el amor, un amor que era político desde el momento del éxtasis hasta el de la resaca. “Soy peronista para vivir, pero anarquista para amar”, escribe Lesta. Y su forma de decir va montando un enclave de repetición y pequeñas variantes (sentí como una conexión con el mejor Andrés Rivera) con un lenguaje punzante, claramente femenino pero personal

 

Un día fui hermosa en parís

no un día

una tarde fui hermosa en parís

lloré

en el reflejo de una vidriera

mi perfil imperfecto

el pelo enredado

él mirando y sacándome fotos

lo vi a él y a mí en él

a mí en él reflejada

hermosa

movió los labios y sin emitir sonido

dijo te amo

me quedé inmóvil

lo miré de frente los ojos abiertos

sin decir nada subí una ceja que dijo no entiendo

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Tapa anarcoamor

Los festivales nos regalan esa oportunidad de poder encontrar en las ferias de editoriales que los suelen acompañar, libros de aquellos que participan. Apenas terminó la lectura salí y me compré el que encontré, editado por Ombligo Cuadrado, cuyo nombre hasta podría haber adivinado: Anarcoamor. Demás está decir que lo devoré y fui por más, pero no había.

Mi primera reacción fue la perplejidad. Alguien que tiene una repercusión relativamente importante (porque eso que me sucedió no fue una rareza, es una constante con el público que la oye en cada uno de los lugares que la platense se presenta) e invitan a seguir publicando, se negaba a extender esa posibilidad. Inclusive, hasta intenté averiguar a través de amigos comunes las razones, y si bien tuve algunas que podríamos llamar probables, me di cuenta que estaba errando el camino. Porque sea la causa que fuera (inclusive si se hicieran realidad esos versos de Parra que dicen algo así como “yo no abandoné la poesía, ella me dejó”), no importaba.

Había allí una decisión que tenía más que ver con la literatura que con el éxito. Si iba a haber otro, vendría desde el mismo trabajoso rincón desde donde parió el primero. O probablemente no, pero no iba a ser hijo o hija de una decisión tomada con apuro para no dejar pasar el tren. Sabe que habrá otros, y si no llegan no parece ser algo que le derrumbe el mundo. Tampoco es que cerró la puerta a lo Rimbaud. Pero si pareciera que está esperando que abrirla valga la pena. Eso me hizo acordar que ya conocía a otra poeta que profundizó aún más esa decisión.

En la casa de los padres de Ana Julia Saccone siempre hubo libros y ninguna literatura era vedada. Así, por ejemplo, pudo leer Cien años de soledad a los 12 años. Su madre, de la misma forma que otras decoraban la casa con cuadros, lo hacía escribiendo poemas en las paredes con tiza o ceritas. Es decir que desde pequeña fue estimulada por el lado de las letras. Ya en la adolescencia empezó a escribir versos como si llevara un diario íntimo juvenil. Yendo a comprar a la librería Síntesis con su madre, conoce al poeta Jorge Isaías, quien ya dirigía la revista La Cachimba y la posterior editorial del mismo nombre.

Aunque lo conoce por la relación que el oriundo de Los Quirquinchos tenía con sus padres, será la poesía la que extienda un trato más personal, convirtiéndose en el tema en común. Isaías, viendo la calidad de esta poeta joven, le aconseja editar un grupo de sus poemas. Si bien va a publicar su único libro (Compás de Espera) con La Cachimba, eso no va a ocurrir hasta entrado el año 1984. Antes sucedieron varias cosas que son fundamentales para entender la decisión que luego tomaría.

La primera de las anécdotas tiene que ver con su padre, quien trabajaba en el Pasaje Pan, pero también era administrativo en la Policía, algo que le gustaba poco y nada, pero dejaba un sueldo que era necesario. El 17 de mayo de 1969, saliendo del Pasaje Pan, se encuentra con una manifestación de estudiantes que es reprimida e inclusive parte de ella es encerrada en la Galería Melipal, lugar donde pierde la vida el joven Adolfo Bello.

Fue tal la indignación que provocó en la población que se levantaron barricadas por todo el centro y la policía montada tuvo que retirarse ante la resistencia de los muchachos, a quienes se les había sumado mucha gente. Creciendo desde el mismísimo río que acaricia la ciudad, comenzaba el primer Rosariazo.

Uno de los que arrojaba piedras a la policía era el padre de Ana Julia, quien llegó a su casa, contó lo sucedido y cerró diciendo “va a haber un sueldo menos porque renuncio al trabajo en la policía”. Y eso, en vez de ser angustiante por el faltante que se avecinaba, fue liberador. Y fundante. 

Porque si bien la literatura es una de las patas que sostiene la militancia de Saccone, la otra es la acción social. Así pasa de estar involucrada en la formación del primer centro de estudiantes del profesorado de letras en el Olga Cossettini a realizar, en tiempos de la dictadura militar del 76 y junto a un grupo de artistas, espectáculos poéticos musicales en la mítica sala de Amigos del Arte, con tal carga política que mientras se llevaba a cabo el Mundial de Fútbol de 1978 en nuestro país (y, especialmente, la segunda fase en Rosario) ellos hacían un recital a la hora del partido. Y si piensan que nadie se involucraba, se sorprenderán de saber que la sala se llenaba.

La situación de compartir esos espectáculos en forma de comunión con otros artistas y también con el público, esos lazos que se fueron creando y lo significativo de lo que se compartía (que, por supuesto, estaba relacionado con lo que sucedía en nuestro país), hizo que ella sintiera que esa era su forma de relacionarse con la poesía.

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Tapa Compás de espera

Estos espectáculos se sostuvieron en el tiempo y se realizaron en distintos lugares de la ciudad. Si bien, con la restitución democrática, publica Compás de espera, grupo de poemas que le parecen representativos de lo extensamente trabajado en esos años oscuros (por eso la elección del título), cuando ya tenía armado y maquetado un segundo libro, antes de que entrara a imprenta desiste de hacerlo.

Saccone siente que la forma perfecta para expresar lo que escribe es hablarlo con la gente. Es por eso que hace unos días atrás, en un evento en defensa de la educación pública, trazó un puente con este poema cuyo origen fue la anécdota de su padre, pero cruzó toda la noche larga para llegar a la dureza de nuestro presente como si estas líneas fueron escritas para estas horas:

 

Pude escribir sobre

campos de oro

sentada en azules horizontes

sobre campos sangrantes

como los de Jorge

sobre miel, rocío

olor imperturbable de dulce paraíso.

Puedo escribir sobre

una infancia que

por fin añoro

porque me pertenece y no

aquel paisaje

Porque quién dijo al hombre

-este es tu sitio

-debes quedarte

sin embargo escribo

con metal y piedra

bajo una ciudad de cielo anochecido

bajo una persistente lluvia de tinieblas

con pitos punzantes, obstinados, como gritos.

Este

mi paisaje

mil pies que me conducen

a no se qué caminos

hombres que en las paredes

escriben sus destinos.

 

Como deslicé antes, Saccone estuvo a punto de publicar un segundo libro que ya estaba maquetado y se iba a llamar Cuando llegan los pájaros (del amor, del dolor y de la muerte), pero eso no sucedió. Sentía que no debía hacerlo porque el lugar de lo que escribía era otro: su poesía cobraba vida en el hiato, en el momento en que entraba en comunión con la gente que la oía. Como en el teatro, donde ese momento nace y muere entre el actor y el espectador, queda solamente entre ellos. Ahí es donde la rosarina siente que se genera un momento especial, donde el que oye se va con lo que puede en la cabeza.

Algo que nació en esos espectáculos de la época del proceso, donde no se podía escribir y salir a publicar o decir cualquier cosa, libremente. Y si bien no puede profundizar en la respuesta hacia la inquisidora pregunta recibida en varias ocasiones de “por qué nos priva de volver a leer eso que tanto nos acaba de emocionar”, agradece a quienes entendieron el mecanismo porque eso le permitió seguir estando presente dentro de la literatura de Rosario.

Como dijo Andrea Ocampo en una de las últimas ferias del libro de dicha ciudad, cuando estaba explicando por qué habían sido invitados cada uno de los integrantes de una mesa de lectura que ella estaba coordinando. Al llegar el turno de Saccone afirmó “porque si bien Ana Julia decidió no publicar más, nunca dejó de escribir”. Claro y contundente, en una época en que “si no publicás, no sos”.

Para eso habrá que esperar, quizás, a que la oralidad de todo lo que tiene para dar. Y si bien tiene claro de que la actual es una época de exposición, no deja de afirmar que la suya también lo fue, pero de forma tal que se ponía el cuerpo, la voz, frente y para el otro. Sabe que no es la única forma, pero para ella eso es hacer literatura.