"Kindergarten" o las voces rabiosas de María Belén Aguirre
Cuando pienso en la poesía que me gusta, pienso, inevitablemente, en aquella construcción artística que puede pensarse hacia el pasado y hacia el futuro. Los libros que no dialogan con la historia, desde mi perspectiva, están condenados a la intrascendencia. Gramsci plantea que cuando se encuentran, por un lado, un mundo que no termina de nacer, y por otro, un mundo que no termina de morir, crecen monstruos en el medio. Allí podría ubicar toda la obra de María Belén Aguirre, en ese espacio destinado a una belleza que no se termina del todo de explicar.
María Malusardi, plantea en una entrevista: “Debo corroborar que lo que el poema me dicta sea verdadero”. Y por verdadero entiendo genuino, honesto, necesario. A través de esa línea es que leo a María Belén, porque en su poética todo está atravesado por la honestidad brutal que cada texto requiere. Por eso, en la lectura de Kindergarten (Ediciones De la Eterna, 2022) me atraviesa desde el comienzo hasta el final la belleza extraña y honesta que el “yo” poético genera a través de la deflagración de la ficción.
Kindergarten es un libro escrito con furia rabiosa, con calma, con persistencia, con tristeza, con algún que otro esbozo de tranquilidad, con temor, con arrebato, con culpa, con redención, con plegarias. De alguna manera, el “yo” poético nos invoca los distintos estados de la mente humana que se construyen a través de las violencias invisibles y visibles ejercidas por diversas instituciones que van desde la familia hasta la cárcel. Sin embargo, es un libro también donde el “yo” poético pareciera querer expiar, o quizás simplemente mitigar, el dolor propio y ajeno, lo cual es una tarea extenuante y desgarradora para todas las voces infantes que habitan este texto.
“Quiero ser una niña/ inocente y pura”, dicta el título del primer poema. En ese título aparece el mayor acto de honestidad de una persona: revelar el deseo de la infancia. Desde ese momento, desde el primer poema, ya uno se enfrenta a la trágica necesidad del nombramiento, a la ternura primigenia que trabaja sobre el cuerpo. Me resulta importante poder enfatizar la meticulosidad con que adquieren fuerza los títulos, casi en verso, para no perder el ritmo de la poiesis. Es que inmediatamente el segundo título se inscribe en la creación autorreferencial de un “yo” que se reconoce paria, en estado de despojo, desterrado: “Esta es la máquina de parir./ La Muerte es mi madre/ y pujó para dentro./Así nací yo". En ese reconocimiento de la muerte como pulsión vital (de perder-ganar como diría la autora) es que nada puede morir por completo, así como nada puede ser plenamente vida.
El libro se divide en cuatro apartados a través de los cuales MBA, con su “yo” poético, se vuelve expresión de las consecuencias que generan las instituciones que reprimen y modelan el deseo, así como también la moral para arrebatar la individualidad, y la intimidad del deseo, con el objetivo de construir normalidad. Desde mi perspectiva, para esto la culpa juega un rol fundamental. Tanto es así que en muchos pasajes, algunos versos suenan a plegarias, y que se profundizan a través de la presión del buen hacer requerido para ser “normal” en tanto que a la vez revelan culpa y dolor: "No me haré daño, no. Lo he prometido. / A nadie daño. / A nadie otra vez".
Por otro lado, tensionan las voces rabiosas que aparecen en el libro, ya que en el poema inmediatamente posterior enuncia: "A hermanito/ sin parpadear/ durante horas contemplé/ en puntas de pie a la vera del moisés". Allí, reside una de las formas más terribles del amor para un Yo que se reconoce capaz de amar y de dañar al mismo tiempo. En este mismo sentido, resulta exquisito el tiempo que en el libro se le brinda a acciones, en apariencia insignificantes, pero que sin duda construyen el escenario al que MBA nos invita a través de una semántica que habla también desde lo semiótico. A mi modo de ver, nos deja a la deriva en las constantes del tiempo para que, un poco, el lector sienta la incomodidad del Kindergarten.
Me gusta MBA, me gusta su palabra, me gusta que nos deje abandonados frente al poema, en este mundo donde todo se pretende disruptivo, ella nos muestra que lo más disruptivo es cuando el lector puede observar la disrupción, la denuncia, el dolor, la perversión, por su propia voluntad: “Ayer me bañé durante más de una hora”. El “yo” del poema se enuncia sucio, de alma sucio, paria y muchas veces perverso, pero a la vez podemos empatizar y querer a esa alma ingenua que a través del agua y del tiempo espera recorrer el camino a la pureza, a lo íntegro, a lo normal, que a la vez pareciera el único recorrido hacia el amor.
Kindergarten es un libro escrito con furia rabiosa, con calma, con persistencia, con tristeza, con algún que otro esbozo de tranquilidad, con temor, con arrebato, con culpa, con redención, con plegarias.
La voz posee la fuerza resubjetivadora de alguien que mira con la certeza de una epidural. A la vez se sirve de los rincones de la miseria humana para dejarnos entre la rabia y la desazón, entre el dolor y la indiferencia, entre la culpa y la violencia. ¿A quién hay que salvar en este libro, María Belén? “Me matará un esbozo de ternura.” La violencia también puede decirse, vaya que puede decirse, vaya que puede ser específica cuando se la nombra por antonomasia negativa. Esto nos invita a pensar incluso en el rol fundamental que tienen los lectores para la construcción de esta obra, pero sin chamuyo, así a secas, como si de repente, nos dijera “Tomá, a ver qué hacés con esto”.
Un lector nunca puede dejar de imaginarse un autor del otro lado del “yo” poético y, en este caso, el “yo” poético, nos abandona en la orilla de la autoficción. Sobre todo, teniendo en cuenta las palabras de la propia MBA “Todo intento de aniquilar al ‘yo’ es una masacre”. Quizás por eso la autora se enuncia a sí, mencionándose explícitamente, para que esa relación entre el “yo” poético y la autora sea una máscara de acceso perentorio. Donde las dos son igualmente capaces de vivir y de morir, al mismo tiempo, en el mismo acto, en la misma palabra.
Siempre pienso, además, que muchas de las obras actuales que he leído terminan por convertirse en lo esperable de un autor que pretende ser disruptivo. Con María Belén me pasa absoluta y absurdamente lo contrario. Y para pensar esto me pregunto sobre todas las posibilidades que tuvo para tratar este libro. En tiempos donde es más fácil enunciarse pobre y bueno que pobre y malo, donde es más fácil enunciarse muerto y bueno que muerto y malo, el “yo” poético se permite ser a través de la beligerancia, del reconocimiento del inconsciente terrorífico que es capaz de lastimar, lo cual me parece una acción poética sumamente compleja: "a hermanito,/ bebote horrendo/ y rojo,/ dio a luz o, en otros versos Yo golpeo, arrojo, rompo. / Yo alimento a mi bestia con esquirlas".
Finalmente, continúa María Belén hasta el final con su insistente semántica del cuerpo: "Me llevan/ por la fuerza / aunque para nada / opongo resistencia". En esas palabras, tiernas y dolorosas, observamos el no reconocimiento del otro como ser humano, y la importancia que se le asigna al poder, desde las instituciones, cuando está movido por el poder mismo. Bien sabemos que el poder, muchas veces, obnubila el criterio.
En este libro, MBA construye la poética desde la impronta latina que viene de la raíz Infans que significa “el que no habla” y que, creo yo, la denuncia es contra toda aquella forma de expresión que no es capaz de reconocer esas otras formas de comunicación que se hacen con mucho esfuerzo, pero que a la vez precisan una profunda humanidad para ser comprendidas. Así, en este libro polifónico abundan los tonos de una niña- fantasma (como le llama Gabriela Borrelli Azara en la contratapa) cuyo encuentro con los lectores pasa por distintos estados y nos corre los límites de la normalidad a través del padecimiento propio y ajeno. Una niña con la libido puesta al servicio del desequilibrio que genera la lucha contra uno mismo.