La crueldad expansiva de la dictadura en “El casero”, de Marcelo Britos
El casero, de Marcelo Britos, premiada por el Fondo Nacional de las Artes, forma parte de una trilogía que aborda los años ´70 de dictadura en la Argentina.
Junto a La Rote Kapelle y El aserradero el Magister en Literatura argentina conforma una constelación dedicada a la memoria, no obstante cada libro posee la singularidad de tomar distintas voces para contarlo.
La reparación histórica tiene múltiples puntos de vista, desde la evocación y el recuerdo pero también del tejido de historias que escuchamos y que hacen al relato de nuestro pueblo. Sin embargo, Marcelo Britos se enfrenta al desafío de tomar el hecho real para construir ficción y además para seguir interpelándonos como sociedad.
Con perspectiva crítica, consciente y reparadora logra construir personajes que atraviesan la experiencia de la dictadura desde diversas miradas.
El hallazgo en El casero es que Britos tiene la habilidad de escribir una historia cruel y desde ahí elegir el punto de vista del narrador para contarla; con una tercera persona que nos convoca a conocer los sentimientos más oscuros del personaje.
Esta construcción literaria enriquece el género logrando un thriller policial con algunos elementos de terror, porque es de la única manera que se puede narrar la dictadura vista desde la atrocidad.
Con lógica de suspenso y una prosa cruda, Marcelo Britos crea un clima denso con escenas de tensión.
El escenario es un barrio en las afueras de la ciudad, en una zona de quintas y hornos de ladrillo, una casa blanca en un descampado es sede de un centro clandestino, los habitantes ven movimientos pero desconocen lo que ocurre allí, salvo Gaetano, el casero, que se encarga de limpiar, desmalezar y hacer las compras y que vive con su esposa a una cuadra del lugar.
Si bien tampoco sabe a ciencia cierta lo que sucede sufre una especie de mímesis y empatía con sus patrones. Se identifica con la violencia, el accionar, los modos y la maldad de quienes frecuentan el lugar y le dan órdenes a él.
Ese es el nudo de la trama, sin spoiler, este paralelismo derivará en una sucesión de crímenes y secuestros. La crueldad expansiva de la dictadura logra sacar la parte más oscura del casero.

En El casero el índice narrativo es la primera escena, una mujer buscando a su hijo, un fiscal y un principio de investigación, este arco será el inicio del despliegue de información que se irá amplificando a lo largo de las páginas.
El casero está divido en cuatro partes:
“La casa”, donde describe con sutileza y detalle cada espacio. Ingresamos a través de las palabras pero vemos los rincones, la cotidianidad del matrimonio y su malestar permanente, la casa donde transcurren las torturas. El encuentro del protagonista con su nuevo lugar de trabajo.
“─Me dijo Alvarado que vive cerca, así que no va a tener problemas. Venga dia por medio, tampoco hace falta tanto. No sé si ya le dijeron cómo vamos a hacer.
Negó con la cabeza y se dispuso a escuchar. Mientras tanto intentaba reconocer las cosas que descargaban: una máquina que nunca había visto, un motor con cables e interruptores. Una radio, unas lámparas y una garrafa con la pantalla”.
En “El gallinero” la acción empieza a desarrollarse con énfasis, las dudas se convierten en certezas y abren paso a más sospechas y le otorga más suspenso a la ficción.
En “Junio” se van dirimiendo los conflictos, el desdoblamiento del personaje principal y la identificación con los capturadores.
En “El reverso de Capgras” se da lugar a la policía y a la justicia como intervinientes del caso. Algunos hechos no se logran esclarecer y otros se intentan justificar detrás de .una patología.
“Sabemos que han pasado personas detenidas por esa casa. Que probablemente hayan sido torturadas. Y usted no vio nada, ni nunca notó nada raro. Que no le contaran es posible, pero que no haya visto nada, es muy difícil de creer”.
Por último en “El hombre guadaña” donde se plantean algunos interrogantes que no concluyen la historia sino que le aportan nuevos significados a la novela.
“¿Qué justica puede existir para alguien así? ¿Cuál es la justicia correcta?”
La novela muestra sin explicar, se sitúa en un año determinado y nos devela los momentos con maestría, con rasgo de época, con escenografías puntuales, a través de los diálogos, los dispositivos de comunicación, como ocurre también con sus otras novelas, no necesita ser explícito porque la narrativa de Britos trabaja con el tiempo y el espacio a su favor y cada personaje con vida propia se adapta a las reglas que se imponen en la obra.
Fiel a la tesis de Piglia la novela cuenta dos historias o en este caso trabaja con un tema conocido como es la dictadura, pero desde el impacto o la repercusión de esa problemática en la vida de una familia. Ese hombre cooptado por la misma maldad que irradia lo ve.
Marcelo Britos expresa de manera muy perspicaz el clima de una época. En algún punto me remitió a la película Rojo, de Benjamín Naishtat, donde no hay forma de escapar de esa atmósfera perturbadora originada también por lo que sucede en el país y como se expande a los personajes.
Marcelo Britos expresa de manera muy perspicaz el clima de una época.
En El casero, Marcelo Britos activa la maquinaria de la memoria colectiva, nos lleva repensar los límites del poder, el rol de la justicia, la impunidad que subyacía en cualquier acto ilegal de secuestro.
Pero sobre todas las cosas las historias de Marcelo transcurren en distintos lugares del país, federaliza las consecuencias nefastas de la dictadura, advierte que en cada rincón del país hay historias para contar.
La mejor forma de seguir alimentando la memoria colectiva es darle continuidad a los recuerdos, tomar la posta de las huellas para pensarnos como sociedad y el arte como herramienta para devolver esa memoria multiplicada, transformar la fuente inagotable de memoria en belleza.
Una memoria colectiva que funcione como puente con el tiempo de ahora, una memoria colectiva que como dijo nuestro Premio Nobel de la Paz, Pérez Esquivel “sirva para iluminar el presente”.