Marcelo Britos, el que sabe dónde están las cosas que se llevó la tormenta
Por Norman Petrich
Tensión. Es el primer punto de referencia para la lectura de los 8 cuentos que componen Nuestro miedo a las tormentas, libro de cuentos de Marcelo Britos editado por Alción sobre finales de 2020. Y si hay tensión en la lectura es porque la narrativa del rosarino en estas historias nos lleva a un lugar donde nos sentimos indefensos y vulnerables.
Britos vuelve a hacer uso de la experimentación en la escritura, esa que le ha permitido meterse (entre otras cosas) con la guerra del Paraguay, la debacle del 2001, la crónica viajera, la distopía, el rearmado de la memoria de un adolescente que abre una ventana interpretativa a la dictadura del 76 y, ahora, una serie de cuentos que podríamos clasificar como de horror.
Pero con ese estilo personal que cruza todos estos juegos experimentales que siguen al juego rector y que, hasta el momento, no ha dado paso en falso: a una novela le sigue un libro de cuentos y a éste, otra novela.
“Tatin” casi no mete diálogos entre los personajes de sus libros. Sólo surgen cuando parecen inevitables, y la mayoría de las veces suelen ser parcos. Nuestro miedo a las tormentas no es la excepción, aquí también la riqueza la suele aportar la voz narradora. “Siento que trabajo el lenguaje a través de la poesía, porque me parece la forma más efectiva, más interesante de trabajar. Siempre voy a quedar a mitad de camino entre el poeta y el narrador, siendo un narrador. Y la verdad es que es una situación que no me molesta, de alguna manera es una marca de estilo y todo escritor está siempre a la búsqueda de un estilo, así que debería festejarlo como una marca de agua, un sello mío”, dice Britos en una entrevista para dejarnos en claro dónde reside el secreto para que, en estos cuentos, lo que no se ve crezca tanto como lo que se ve: la poesía instalada en el mismo centro de su narrativa.
Y si bien la mayoría de las historias del libro habitan la zona de confort de este escritor que vendrían a ser el barrio, la infancia, su propia historia, creo que los puntos más altos se dan en la ferocidad y voracidad inusitada de “Vienen”, que abre el libro, y “Un reloj parado en las once”, donde la revelación de lo sobrenatural llega de la manera más sencilla, de la respuesta más lógica, aunque esa lógica no encuentre explicación. No me parece casual que ambos cuentos estén cruzados por la religiosidad, pero de una forma tal que la fe se pierde en su propio laberinto hasta desvanecerse y huir.
El otro punto alto es “Jamais Vu”. “Antes de acostarse, mirando televisión para pensar en otra cosa, sonrió con una ocurrencia: detestaba las películas en las que les pasaba algo extraordinario a los protagonistas y estos seguían su vida como si nada. Si él hubiera cambiado de escena, si su existencia no hubiera sido continua y lineal, todavía estaría rompiéndose la cabeza para entender qué había pasa- do en el baño. Eso debe tener un nombre, pensó. Desviando la atención de la pantalla, prendió el teléfono. Cuando pasa algo que no encaja, no en la escena o en el relato, sino en el acontecer de las cosas. Probó varias fórmulas en google. Alguien en un libro lo llamó Jamais vu –lo contrario al Déjà vu–, algo jamás visto”. La crudeza de la realidad, de la “literatura social”, dando saltos de gusanos hacia la nada.
Si bien no hay un cuento que le de nombre al libro, las tormentas lo atraviesan sensiblemente. “La tormenta es un escarmiento a esa pedantería, es una advertencia. Ojo, no creo en la acción retributiva de la naturaleza, esas cosas me parecen, además de lugares comunes, una frivolidad. Sí creo que la tormenta es para nosotros una enormidad”, dice el rosarino.
Y como breves pero potentes relámpagos que nos avisan del estruendo por venir, Britos separa sus historias con microficciones de 4 o 5 líneas, verdaderas delicatessen del horror.
Luego de Los dogos (Ciudad Gótica, Rosario, 2004), Alexandria (UNL Ediciones, Santa Fe, 2007), Como alguien que está perdido (El ombú bonsai, Rosario, 2011), Para todos los hombres el sur (El ombú bonsai, 2012), El último azul de la noche (El ombú bonsai, 2013), Mickey en Branderburgo (2018) y las novelas Empalme (EMR, Rosario, 2010), A dónde van los caballos cuando mueren (Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México, 2014; Aurelia Rivera Libros, Buenos Aires, 2015), Al este de Jericó (Homo Sapiens, 2016), y La Rotelle Kapelle (Aurelia Rivera Libros, 2019), vuelve a ponerse a prueba en Nuestro miedo a las tormentas en este juego de cambiar las reglas, a desafiarse buscando nuevos moldes para sus relatos. Y una vez más, logra salir más que airoso.